Publicado el : 9 de marzo 2013 – 7:00 de la mañana | Por Joaquín Llaudes (Foto: Maestro pastelero)
Paula tiene solo 16 años y lleva cerca de seis meses internada en el centro de menores Campus Unidos. Tras un largo periodo de continuas disputas, insultos y vejaciones, que en ocasiones llegaban a las manos, su madre decidió denunciarla.
“Me enfadaba por tonterías y acabábamos teniendo peleas gravísimas. Nos hemos pegado un montón de veces y al final aquella noche acabé durmiendo en un calabozo”, explica Paula. Aunque su madre acabó retirando la denuncia, la joven decidió ingresar en el centro de manera voluntaria.
Tras cerca de medio año de tratamiento, la relación entre ambas ha mejorado ostensiblemente. “Pensaba que ella estaba ahí para putearme y hacerme la vida imposible. Pero me he dado cuenta de que en realidad lo que quiere es que esté bien y sea feliz”.
El de Paula es un caso más de la llamada ´violencia ascendente´ ejercida por los hijos contra sus progenitores. “La mayoría de padres prefieren no hablarlo o hacer como si no pasara nada por miedo, vergüenza o sentimiento de culpa”, según afirma la neuropsicóloga del centro para adolescentes Remembranza, Raquel Soto.
Si bien los expertos afirman que la violencia filio-parental es cada vez más frecuente, en la mayoría de los países de la región no existe un registro exacto de denuncias presentadas, y las estadísticas anuales de este fenómeno quedan englobadas en la más general de la violencia dentro del hogar. “Apenas se está logrando hablar de esto en México, realmente esto es muy nuevo en el país”, apunta Soto.
La doctora explica que no existe un perfil único de jóvenes propensos a ser agresivos con sus padres, aunque señala que la aparición de esta problemática suele estar relacionada con deficiencias graves en el proceso educativo o con la presencia de alguna psicopatología en el adolescente.
Este es el caso de Carlos, un chico de 17 años que empezó a mostrarse violento con sus padres tras padecer una depresión. “Tuve ataques de agresividad , ira e intolerancia a la frustración. Empecé a ser muy violento con mis padres y con las cosas de la casa”, explica el joven, ya recuperado tras siete meses de tratamiento.
La doctora Soto sitúa la educación como el elemento clave para evitar que los jóvenes puedan llegar a mostrarse agresivos en algún momento con sus progenitores.
En este sentido, explica que los hijos maltratadores suelen ser adolescentes que han recibido desde niños una educación autoritaria o excesivamente permisiva.
“Se debe encontrar un término medio, marcar límites y evitar mensajes incongruentes sobre premios y castigos que puedan confundir al menor”, subraya Soto.
La neuropsicóloga mexicana apunta que en muchas ocasiones “el problema es que los padres pasan muy poco tiempo con sus hijos por exigencias económicas” y dejan de lado el cuidado y el control del menor. “Esto les genera mucha culpa y prefieren darles todo porque sienten que no están cumpliendo con su obligación”, explica.
En la misma línea, la especialista aconseja a los padres que busquen ayuda profesional si pierden la capacidad de controlar a sus hijos. “El primer síntoma de alarma aparece cuando ya no responden a las reglas impuestas en casa y sus padres ya no son capaces de imponer ningún castigo”.
Llegado este punto, Soto apunta que es necesario que los padres se involucren en la terapia y asuman su parte de responsabilidad. “Es muy necesario llevar a cabo un tratamiento integral en el que ellos reciban también tratamiento de manera individual, en paralelo al que esté recibiendo su hijo”.