Se llaman Zohra, Rabea, Ibtisam y Saïda, y son víctimas del abuso sexual. Los autores: su padre, tío, primo o hermano.
Estas mujeres holando-marroquíes han decidido romper el silencio de años porque saben que hay muchas otras musulmanas víctimas. Una asistente social: “Tabúes, secretos, silencio, vergüenza y una comunidad cerrada son casi una receta para el abuso sexual.”
La cultura del honor dentro de la familia fue la causa del largo silencio de Zohra, Rabea, Ibtisam y Saïda. Ahora cuentan su historia para romper el tabú del abuso sexual dentro de las familias islamitas. Ya no se sienten víctimas. Ahora, su misión es ayudar a otras mujeres.
Jóvenes víctimas
Sus historias son diferentes pero también tienen mucho en común. Todas tenían cuatro o cinco años cuando fueron abusadas por un familiar. Las niñas callaron bajo presión de amenazas pero, sobre todo, por temor a violar el honor familiar. Y por el riesgo de que sus familias les echaran la culpa y fueran repudiadas. Denunciar el hecho a la policía era algo que no se les había pasado por la cabeza. Incluso ahora es un paso demasiado radical.
Rabea fue abusada por su padre a muy temprana edad. Quedó traumatizada y se convirtió en rebelde:
“Es algo anti-natural. Cuando te agreden en la escuela o en la calle acudes a tus padres o a tus profesores. Pero este es tu padre. Se rompen los esquemas. No sabía cómo contarlo ni a quién. Corrí el riesgo de terminar en la prostitución pero afortunadamente me libré de ello. El apoyo de otras personas y la fe en Jesucristo finalmente me dieron la fuerza.’
Zohra guardó su historia durante años. Relata que fue violada por su primo en Marruecos a los cinco años de edad: ‘Estaba alojada en casa de mi tía y mi primo me cuidaba. Todo lo que ocurrió ese día está grabado en mi memoria. Me quitó todo lo que tenía. Mi tía nos descubrió. No me permitieron contárselo a mis padres. Ella lo negaría. Nadie me creería. Perdí toda la confianza. La violencia sexual te deja una herida, pero he aprendido que también se puede curar.’
Receta para el abuso
Kristina Aamand ha escuchado historias similares. Trabaja en un centro de urgencia para niñas en Dinamarca, donde también hay muchos inmigrantes musulmanes. ‘Esto ocurre en familias alóctonas y autóctonas. Nunca poníamos la atención en los musulmanes. Durante mi estudio aprendí que no había nada que aprender sobre abuso sexual en países islamistas porque el incesto está prohibido por el Islam, y por lo tanto no ocurre. Una muestra de gran ingenuidad. Tabúes, secretos, silencio y vergüenza y una comunidad cerrada son casi una receta para el abuso sexual.’
Ibtisam fue abusada casi diariamente por su hermano entre sus seis y doce años. ‘Si lo contaba, él iba a decir que era por mi culpa. Me asesinarían o me expulsarían. Me sentía sucia, infeliz y repudiada por mi propia familia y me sentía muy sola. Era una niña que no tenía vida. Respiraba, nada más.’ El abuso se detuvo un año después que Ibtisam amenazara a su hermano de que contaría todo.
Saïda fue víctima de varios hombres, y todavía sufre las consecuencias. ‘Desde mis cuatro hasta mis veinte años he sido abusada por varias personas. Me dejaron mental y físicamente destruida. Tenía miedo. Todavía me resulta imposible aceptar intimidad de los hombres, no puedo enamorarme. No he tenido una juventud o una pubertad normal.’ El médico la declaró enferma mental. Hace unos años, Saïda comenzó a trabajar en un proyecto en el que descubrió que había muchas otras niñas y jóvenes islamitas que habían sido abusadas y no se atrevían a contar su historia.
Otras señales
Las historias de Zohra, Rabea, Ibtisam y Saïda no son las únicas señales. Hay otras que sugieren abuso sexual en el seno de familias musulmanas. El centro de asistencia Fier Friesland acoge a víctimas de violencia relacionada con el honor. Allí se observa que la mitad de las jóvenes que fueron acogidas entre 2008 y 2010 (45 de las 86) también habían sido abusadas por un familiar. Se trataba generalmente de niñas de origen marroquí o turco, pero también había jóvenes de origen iraquí, afgano y kurdo.
Zohra, Ibtisam, Saïda y Rabea han cumplido ya los treinta años y han podido volver a encaminar sus vidas. Mantienen contactos esporádicos con sus familias. Ellas incitan a las mujeres a contar su historia a personas de confianza. ‘No están solas. Mi experiencia es que cada vez se hace más fácil contar tu historia. Espero que las víctimas puedan encontrar fuerza en nuestras conversaciones’, dice Ibtisam.
Sin denuncias, sin cifras, sin ayuda
Las niñas islamitas son invisibles en los archivos. También sus agresores. Zohra Acherrat, psiquiatra en el centro de atención de urgencia Fier Friesland: ‘En casos de delitos sexuales los hombres musulmanes están sub representados, por eso también pasan inadvertidos. En muchos casos, las jóvenes no presentan una denuncia. El abuso permanece escondido.’
Los casos esporádicos de incesto que se denuncian no sólo se registran en Holanda. Asistentes sociales en Marruecos y Dinamarca saben que allí también ocurre pero no se dispone de cifras.
Y la falta de cifras significa: falta de ayuda. Willem Timmer, de un centro nacional de estudio sobre violencia relacionada con el honor: ‘No partimos de historias de mujeres individuales sino de investigación de cientos de archivos. De ellos no se desprende que el incesto dentro de las familias musulmanas sea más frecuente que en las familias autóctonas.’
Fuente: radio Nederland