miércoles 30 de junio de 2010
Mi amiga, la espía de Rusia
Winston Orrillo (LA POLILLA)
Estoy seguro que ninguno de los americanos que piensan -porque alguno habrá que lo haga- creerá en la difundida noticia de que la muy querida “chola” Vicky Peláez, reportera hasta los huesos y periodista de polendas, se había metamorfoseado en “espía al servicio de Rusia”.
Esto suena a humor negro, si no fuera la más preclara muestra del intento de amedrentamiento que, en el llamado “paraíso de la libertad”, se hace contra una periodista -y contra el periodismo, en general- que se atreve a poner la pica en Flandes, denunciar el sinsentido del Establishment y decirle al pan, pan y al vino… vinagre (en este caso).
Las columnas de Vicky Peláez, cusqueña si mal no recuerdo, eran como un tábano, como un permanente aguijón que desenmascaraba la pseudo-democracia del “american way of life” y, en cada una de sus notas, reportajes o artículos de opinión, sentaba cátedra acerca de lo que sigue siendo la misión fundamental del periodismo: decir la verdad le pese a quien le pesare.
Reedición de la mítica lucha de David contra Goliat, la pluma impertérrita de la periodista peruana era un permanente ariete contra la mascarada en la que se funda la avariciosa y genocida política del imperialismo norteamericano y sus turiferarios.
Decir la verdad es reeditar lo que escribiera nuestro más ilustre pensador, José Carlos Mariátegui. Mutatis mutandis, él pergeño lo que sigue: “para un intelectual, para un pensador (para un periodista, añadimos nosotros) la prisión no es sino un accidente de trabajo”.
El haber urdido ese mamarracho de acusación contra Vicky Peláez, lo repetimos, es un caso más de amedrentamiento contra la libertad de expresión. Tarea para la SIP (digo, es un decir), pero mejor se la encargamos a la querida FELAP. Y a los organismos defensores de los periodistas en nuestro país, llámense Colegio de Periodistas o Federación Nacional de Periodistas.
Abanderada permanente del hombre nuevo y de sus expresiones en la patria de Martí, en la República Bolivariana de Venezuela, en la Nicaragua de Sandino reencarnado, en la meseta altiplánica de Evo y su élan milenario, en el Ecuador de Rafael, que echa al tacho de basura el TLC. Éstos son en realidad, sus delitos: Pensar libremente (y escribirlo), amar ese nuevo mundo, esa nueva humanidad que ha emprendido su marcha de gigante, y no se detendrá hasta lograr su segunda y definitiva independencia. He ahí una suma de las culpas de Vicky Peláez.
Su acusador: el imperialismo y su reencarnación en la mascarada de Obama, Premio Nóbel de la Paz, paradójico y desvergonzado organizador del envío de miles y miles de soldados -de carne de cañón norteamericana, pero más del contingente de inmigrantes tercermundistas- para que succionen el petróleo del Medio Oriente, y a quien hasta sus propios generales escarnecen.
¡Qué se puede esperar de un país que mantiene un insensato y criminal bloqueo de más de medio siglo, contra la Cuba invicta y paradigmática; y a cuyos mejores hijos -sus Cinco Héroes- mantiene en ominosas prisiones, acusados de terrorismo, a ellos que, precisamente, infiltrados entre la mafia de miameros, buscaban obliterar los atentados ídem (terroristas), que se organizaban desde ese nido de ratas contra el pueblo revolucionario de Fidel.
Ya nuestro hermano mayor, el Comandante de América Ernesto Che Guevara, nos había enseñado a no creerle “ni un tantico así” al imperialismo y a sus cantos de Sirena. En eso estamos.
¡Cómo silenciar la voz pugnaz de Vicky Peláez? Inventándole un prontuario de espía al servicio de Rusia… pero un poquito demodé (anacrónica) la acusación, caída como está la Cortina de Hierro y sofocado el llamado “peligro rojo”. Parece que en la CIA aún se encuentran en el siglo pasado. Entre el imperialismo y la historia, hay un mar muerto. Pero cualquier camelo se puede pasar, si se cuenta -como ellos cuentan- con el muy moderno terrorismo mediático.
Ya veremos, en los días que advendrán, llenas columnas y páginas de los pasquines de la emputecida trasnacional informativa, en las que se dará cuenta del “prontuario” de nuestra hermana y ejemplar periodista Vicky Peláez. Están advertidas estas situaciones previsibles, que se extienden, asimismo, a la telebasura y a las cotorrientas radioemisoras, igualmente turiferarias del statu quo.
De todos modos, es hora de ver, enhiestas, las voces de los colegas periodistas e intelectuales no solo, por cierto, del Perú, sino de toda Nuestra América, a favor de esta limpia y denodada periodista que, como decía Martí, “en las entrañas del monstruo”, se atrevía a denunciarlo, con el desafío de peligros como el que ahora la mantiene -esperamos que temporalmente- confinada.
Saludos a Vicky Peláez, honra a su pluma salutífera y desmitificadora.
Winston Orrillo, Premio Nacional de Periodismo del Perú.