miércoles 31 de marzo de 2010
Carlos del Frade (APE)
Esa fue la definición que eligió un sobreviviente del terrorismo de estado cuando se enteró del asesinato de la militante que supo soportar como pocos la sistemática depredación de su cuerpo cuando fue detenida desaparecida en los circuitos de la represión en la zona del Gran Santa Fe.
Acababa de testimoniar en el juicio que se le hizo al ex juez federal Víctor Hermes Bussa, magistrado por pedido del destacamento de inteligencia del ejército y acatado por los senadores nacionales del peronismo a principios de la democracia. Silvia contó una y otra vez lo que le habían hecho y sin embargo estaba allí, de pie sobre las ruinas, abrazada a la memoria como una de las mejores herramientas para construir el mundo que soñaba para su nieta, su gran amor, su nuevo sol después de la pérdida de sus otros amores.
Silvia Suppo era de Rafaela, la perla del oeste santafesino, el lugar que fue tres veces visitado por la presidenta Cristina Fernández en su campaña preelectoral, la ciudad que –según su historia oficial- casi no tiene desocupación y parió al actual presidente de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, Guillermo Lorenzetti. Rafaela, la ciudad de las válvulas que se usan en los automóviles de la fórmula 1, uno de los lugares más ricos de la Argentina y que alguna vez tuvo como obispos a Vicente Zazpe, Brasca y Jorge Cassareto, entre otros. La ciudad donde la logia P – 2 también marcó presencia y en la cual, casi una quincena de desaparecidos todavía no tiene memoria escrita porque, según dicen los principales institutos terciarios, no hay que publicar nada hasta que pasen cuarenta años de los hechos. Ciudad de mucho dinero para pocos y una historia oficial que no quiere saber nada de las oleadas de solidaridad y compromiso que marcaron los años setenta. Una parte grande y luminosa de esa oleada era Silvia Suppo, mucha mujer, como dice emocionado el compañero.
El lunes a las diez de la mañana, en pleno centro rafaelino, muy cerca de una comisaría, Silvia fue ejecutada de nueve puñaladas realizadas por un experto.
La policía quiso arrebatar el cuerpo y enseguida sostuvo que se había tratado de un hecho de robo. La reacción de la familia fue fulminante. Exigieron el cuerpo de Silvia y lo llevaron a practicarle una autopsia en la ciudad de Santa Fe.
Hasta la propia vicegobernadora de la provincia, la ex fiscal federal Griselda Tessio comenzó a hablar de sicarios pagados y que es necesario esclarecer cuanto antes lo que sucedió con Silvia.
Cuando el tribunal federal de Santa Fe dictó la condena para los asesinos, para los proveedores de la muerte, hizo especial hincapié en el testimonio de Silvia Suppo.
Ella pensaba en el mundo mejor como siempre lo había hecho. Sentía la necesidad de construirlo. Su nieta era el corazón de esa urgencia.
En algunos lugares muy acomodados de Rafaela y Santa Fe celebraron el asesinato de Silvia.
En la mayoría de las calles de la provincia, en la mayoría de los locales de organizaciones sociales y de derechos humanos, en la mayoría de las escuelas del segundo estado argentino, el nombre de Silvia comenzará a aprenderse como sinónimo de la permanente lucha contra la impunidad, contra el olvido, contra el silencio.
Es que, en realidad, todavía no pudieron con Silvia.
Porque Silvia Suppo, militante de toda la vida, detenida y torturada hasta la perversión en los años setenta, sigue peleando por un futuro sin excluidos, porque Silvia, como dice su compañero, es y será mucha mujer.
Fuente: Argenpress