Un disparo la dejó inválida de por vida
10 de Febrero del 2010

AYACUCHO | JHOVANA MENDOZA

Eugenia Andrade Huamaní (35) nunca pensó que su atrevimiento de coger tres mangos de un árbol en chacra ajena, le dejaría postrada de por vida en una silla de ruedas, y la pesada carga de mantener a sus dos menores hijas. A sus 26 años dejó de caminar, desde entonces los problemas son el pan de cada día y hasta el momento no alcanza justicia.

LA HISTORIA. Era una tarde del 15 de diciembre de 1991, cuando Pascual Amiquero, pastor de una Iglesia evangélica, la hirió con arma de fuego que le comprometió la columna vertebral, dejándola por año y medio internada en la cama de un hospital, y después de varias operaciones logró recuperar el movimiento de sus piernas y brazos, pero con dificultad.

“Nunca pensé que recoger mangos de una chacra colindante a mis terrenos marcaría toda mi vida. Lo peor de todo es que aquel hombre que me hizo daño está libre, hoy vive en Huayaupampa (distrito de Tambo La Mar), como si nada hubiera pasado, tan sólo permaneció cuatro meses en la cárcel”, cuenta Eugenia con lágrimas en los ojos al recordar que en aquel entonces vivía en la localidad de Rosario – distrito de Ayna San Francisco.

NO PUEDE TRABAJAR. Eugenia no puede trasladarse por sí sola, pese a estar en una silla de ruedas. “Tengo que esperar a mis hijas para que me cambien, me bañen, hasta para ir hacer mis necesidades”, relata y de un momento a otro comienza a temblar sus piernas y brazos.

No solo está condenada a vivir en una silla de ruedas. Eugenia tuvo que soportar la muerte de su esposo y sus nueve hermanos durante la época de la violencia política. Asimismo, el padre de su segunda hija se niega a pasar manutención. “Es un hombre que se dedica a la compra y venta de carros, pero aún se resiste a pasarme una pensión, de tantos juicios el año pasado me dio 200 soles mensuales”, comenta.

RECICLA BOTELLAS. Gracias a la ayuda de algunos discapacitados, Eugenia recibió un terreno en la Asociación Departamental de Impedidos Físicos de Ayacucho, donde vive con sus dos hijas y con quienes cada mañana sale a las calles a reciclar botellas de plástico. “Junto botellas y las vendo por kilos”, confiesa esta vez esbozando una sonrisa.

Fuente: Correo Ayacucho

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