César Hildebrandt
Columnista

Alguna vez un médico de Carolina del Sur dijo haber descubierto un artilugio para producir el mejor orgasmo de origen mecánico al que pudiese aspirar una mujer.

El aparato –una verdadera instalación- se accionaba por control remoto, tenía intensidades para cada gusto, y podía, según su inventor, extenuar a su portadora, sentada sobre un potro ondulante, hasta la frontera del suicidio hedonista.

O sea que la señora en cuestión podía experimentar la ampliación patagónica del Punto G, la montaña rusa sólo de bajada y la ruleta rusa con todo el tambor cargado de balas calibre 38 –todo a la vez y a la cadencia del vértigo-.

En esa época, a comienzos de este siglo que tan repetitivo está resultando, muchos pensaron –entre ellos este columnista- en posibilidades desopilantes: que la señora Fulanita de Tal, por ejemplo, se casara en segundas nupcias con un enchufe; o que la señorita Menganaza del Hilo se fuera de luna de miel informal con su transformador incorporado; o que Luz del Sur patentase su propia versión del Polvo Sustituto.

Y que hubiese víctimas de algún pico en el fluido eléctrico y, por lo tanto, viudos del amperaje. Y que hubiese infidelidades a batería y, por lo tanto, cornudos del níquel-cadmio. Y así por el estilo.

Pero, felizmente, nada de eso sucedió. A las pocas semanas nadie habló más del experimento y lo que aquel médico fenicio expresaba, en realidad, era un aspecto de la decadencia de esta civilización que quiere reducirlo todo a espasmos y a neurotransmisores.

Es cierto que somos una construcción química. Pero es también indiscutible que las enzimas y los goteos corporales no lo explican todo.

No sé cómo se llame eso que convierte el péndulo en música, la cuerda de tripa en Bach, el vuelto de la mesera en teoría económica marxista y la fricción púbica en la poesía de Petrarca o Neruda, pero eso es, precisamente, lo que nos salva de ser sólo diseños hormonales y, vallejianamente, lóbregos mamíferos.

El orgasmo femenino no reside en la médula ni en el sobreestimado Punto G y no es profundo ni es clitoral. Sólo es. Y no viene sólo de las órdenes del cerebro, de la boca soñada y del asalto final. Viene de la memoria y del borrado de la memoria, viene del hoy pero también de los rescoldos, viene del limbo y se dirige al olvido, camino a la repetición, pasando por el dolor, a dos pasos de ti, en plena mezanine de tu sombra.

Y no habrá médico mentecato ni llave Ticino ni dispositivo vibratorio –ni siquiera el que inventará Apple cuando salga del clóset- que pueda acabar con las espaldas mojadas del amor. Con el esfuerzo honesto y el pan ganado del amor verdadero.

Fuente: LA Primera

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