España
Pedro Montes
Rebelión
Una gran confusión prevalece sobre el futuro de la economía española, una vez que para algunos países parece haber pasado el peor momento de la crisis financiera y la recesión posterior, y una vez que el presidente Zapatero ha osado dar por iniciada oficialmente la recuperación. Dejemos de lado la economía internacional, en una situación mucho más problemática, compleja y peligrosa de lo que se cree, y centrémonos en lo que ocurre en nuestro país.
Zapatero fue el último en enterarse de la crisis económica y ha sido el primero en anunciar la recuperación. No sabe por qué ha comenzado, no puede calibrar su fuerza, no está en condiciones de asegurar su continuidad, no se atreve a pronosticar cuándo la mejora se traducirá en el empleo, pero para él la recuperación está en marcha. No hay que perder ni dos líneas en resaltar la insolvencia del presidente del Gobierno, ni su afición a actuar como un prestidigitador sacando conejos de la chistera (el último, la patraña del proyecto de ley de economía sostenible).
El presidente del PP, siempre al acecho en su triste papel de buitre para aprovechar los desastres, no tiene inconveniente en decir que la crisis se ha detenido pero que la recuperación es imposible con este Gobierno. Los dirigentes de CCOO y UGT, extraviados en una crisis que se les ha venido encima sin preverla, han puesto en marcha una estrategia de apaciguamiento pensando que, con algunas concesiones, en varios años se recuperará la normalidad y con ella el papel institucional reformista relevante que ellos tienen. Podría decirse, pues, que al margen de matices y precisiones temporales, se da por supuesto que la recuperación es el horizonte de la economía española.
Frente a esta previsión, hay razones para sostener que no sólo no hay recuperación a la vista, lo cual elimina el debate sobre los años que durará la crisis, sino que la economía se adentrará en el futuro en un proceso de degradación continuo, al que no se puede por el momento vaticinar fin. A partir del difícil estado actual, el deterioro de la economía llevará a una situación con extremas tensiones políticas y sociales, que traspasará el ámbito electoral en el que por ahora se piensa que están los forcejeos sobre la salida de la crisis. Se comprende bien que los dos partidos mayoritarios vivan y se preparen para mantener la competencia electoral con la crisis como tema estrella, pero se entiende mal que los sindicatos no se dediquen a preparar a los trabajadores para los conflictos inexorables que hay por delante.
Una economía en quiebra
Hay que partir de caracterizar a la economía española como una economía en quiebra. Arrastra un déficit exterior extremadamente agudo, que lo ha convertido en uno de los países con una deuda exterior neta más grave del mundo, y tiene un nivel de paro desolador. Con estos datos, se puede concluir que esta economía no ha encontrado su sitio en el puzle de la globalización, y más concretamente, que no ha logrado un equilibrio razonable en el marco de la unión monetaria europea.
El vaticinio de la no recuperación surge de la imposibilidad de financiarla. Una economía en expansión daría lugar a unas necesidades de financiación exterior que son muy difíciles de cubrir. En primer lugar, por el montante exigido. En el 2008, el déficit de la balanza por cuenta corriente, lo que se requería financiar, fue un impresionante 10% del PIB. Se reducirá acusadamente en este año, por el hundimiento de la demanda y la actividad, pero aún representará más de un nada desdeñable 5% del PIB, y un relanzamiento lo dispararía de nuevo.
En segundo lugar, por el enorme volumen de deuda exterior acumulada, que debe refinanciarse cuando la solvencia del país anda en tela de juicio en los mercados financieros internacionales. Esa deuda se ha canalizado fundamentalmente por las entidades de crédito y ha atrapado a todos los sectores económicos, incluido ya el sector público, que será incapaz durante bastante tiempo de practicar una política fiscal expansiva. En tercer lugar, la crisis financiera se dejará sentir durante mucho tiempo: se mantendrán los circuitos del crédito obturados y la desconfianza y la inseguridad como clima general. La falta de crédito y liquidez en la economía española, las restricciones financieras actuales no se disiparán, si no se agravan con la crisis latente del sistema crediticio español. En esas condiciones, no es posible la recuperación.
Las miserias de la política
Pero el problema del desajuste estructural que sufre el país es más complicado. La situación insostenible, bloqueada, sin salidas visibles, la han puesto de manifiesto muchos prestigiosos analistas, paradójicamente más los extranjeros que los españoles, quizás por estar menos sometidos a las miserias de la política y a al conflicto de intereses que la crisis ha exacerbado. Pueden tomarse las declaraciones del premio Nobel Krugman como un buen exponente de las opciones existentes. Este ha dicho, en lo que podría denominarse como su dilema: la economía española ha de reequilibrar su situación en la economía internacional por medio de una mejora de su competitividad, que sólo puede venir por dos caminos: una devaluación de la moneda, cosa imposible por la pertenencia al euro, o un drástico ajuste interno de precios y costes.
La magnitud de ese ajuste es discutible, pero se ha manejado una cifra entre el 15 y el 20%. Esta salida tiene muy serios inconvenientes y su aplicación es casi imposible. No se puede descartar que la crisis promueva un ajuste interno progresivo, como de hecho se está produciendo ya. Pero no cabe esperar que por un acuerdo social se reduzcan los costes, es decir los salarios, en una proporción tan intensa como la situación reclama, y mucho menos los precios, de por sí incontrolables. Hay que tener en cuenta, además, que un ajuste depresivo de esta naturaleza hundiría la economía, lo que a partir de los niveles de paro existentes crea un panorama tan estremecedor como inquietante.
Y el problema se complica porque si llegara a producirse el ajuste y a remediarse el desequilibrio exterior, la economía española no podría adentrarse en una fase de recuperación sostenida digna de tal calificación, porque desde el mismo momento en que esto empezara a suceder se reproduciría la pérdida de competitividad y con ello reaparecerían los problemas de financiación exterior. Así pues, la salida posible que nos marca Krugman es un hundimiento inmediato de la economía, con más millones de parados, y la condena a permanecer en el fondo estancada, pues las aventuras de recuperación son poco menos que imposibles. Esta es por lo demás la que se considera la opción realista, la única, pues se ha logrado un pensamiento común generalizado entre los políticos y economistas de que la pertenencia al euro es algo irreversible.
Cabría empezar rebatiendo esta opinión, pues no hay en la política nada irreversible. Descolgarse del euro es verdad que está fuera de todos los proyectos para remontar la crisis. Entre los políticos es imposible encontrar alguno que apueste por la salida del euro. Entre los economistas y analistas la posición no es tan cerrada, pero abiertamente nadie ha puesto la cuestión sobre el tapete. Pero con realismo es necesario replantearse la pertenencia a la moneda única pues, como se ha visto, la salida que propone Krugman es lanzarse a un precipicio, y las sociedades no son proclives al suicidio.
Una catástrofe financiera
Después de más de una década de pertenencia al euro y los fuertes compromisos en dicha moneda que tienen adquiridos todos los agentes sociales, salir del euro y restablecer una moneda propia fuertemente devaluada conduciría, entre otros males y conmociones, a una catástrofe financiera, al tenerse que pagar en euros la deuda descomunal exterior existente. Que el país tendría que declararse en bancarrota es más que probable, pero, y esto es lo que da dramatismo a la situación de la economía española, es que posiblemente no hay otra alternativa. Esta implicaría hacer tabla rasa del pasado y tener que empezar de nuevo a construir una economía con una moneda mucho más débil, con una relación de intercambio más acorde con los fundamentos económicos, más protegida y menos abierta al exterior, pero al mismo tiempo con más posibilidades internas de ser dirigida y controlada. De nuevo se dispondría de una moneda para equilibrar los flujos económicos con el exterior y se ganaría un instrumento esencial para intervenir en la economía como es la política monetaria propia, a la que se renunció con el euro.
En fin, lo que se ha presentado como el dilema de Krugman es realmente una aporía, esto es, como dice el diccionario: dificultad lógica insuperable de un problema especulativo. Ninguna de las dos alternativas es razonable, las dos encierran problemas gravísimos de aplicación y las dos implican consecuencias pavorosas. De ahí la opinión de que la salida de la crisis no se resolverá en claves económicas sino como resultado de los conflictos sociales y políticos que promoverá una situación económica insostenible. Y de ahí a decir que la lucha de clases será la que determine el futuro de la economía sólo queda un paso lógico, si bien abrirá un proceso social largo y muy complejo, donde por el momento nada está escrito si bien constituirá un escenario propicio para la aparición de demagogos.
Parece claro que el futuro de la economía y de la sociedad española será convulso, está lleno de interrogantes y en modo alguno se encuentra despejado, como quieren hacer creer los que divulgan que la recuperación está a la vuelta de la esquina o la fijan ya como telón de fondo para el porvenir inmediato. Hay que tener en cuenta, sin embargo, que las dos alternativas existentes comentadas, que contradicen esa perspectiva, determinan escenarios muy diferentes, con implicaciones que van mucho más allá del problema complejo de la salida de la crisis económica.
La opción del ajuste interno supone en definitiva un ajuste permanente de la economía en el marco conceptualmente ultra neoliberal de la Europa de Maastricht, que tendrá que ser muy duro en un primer momento y sostenido después. Crea las condiciones para un continuo acoso a las condiciones de vida de la mayoría de la población, en sus salarios, en las pensiones, en los servicios sociales básicos, en los derechos laborales, en la fiscalidad. Es la continuación endurecida de lo que ha ocurrido desde que se aprobó el tratado de Maastricht para crear la moneda única, sin las ventajas ya de una expansión económica y los fuegos artificiales del bienestar. Es el peor escenario que cabe imaginar para los trabajadores, capas sociales modestas y sectores amplios de la pequeña y mediana burguesía, pues estarán sometidos a una ofensiva perenne contra sus condiciones de vida e intereses, por la presión constante que ejercerá el objetivo de no perder competitividad, contando además con que tienen una posición de fuerza política débil y en continuo desgaste.
No cabe edulcorar las consecuencias de la opción de salirse del euro. Los desbarajustes y excesos pasados amparados por el euro tienen que pasar factura. Como habrán de quedar desautorizados todos aquellos que apostaron por el euro, muchos de los cuales creyeron descubrir en la moneda única un maravilloso taumaturgo para poder cometer impunemente todo tipo de barbaridades y desmanes, llegando incluso a pensar que con el euro las crisis se habían acabado. La conmoción de una salida del euro sería terrible, o con más precisión, será terrible, porque todo hace pensar que será algo irremediable. Pero dicho esto, la sociedad española estará en mejores condiciones para dominar su futuro al hacerse con los resortes básicos para diseñar una economía diferente que, en la medida en que la izquierda imponga sus criterios, será lo mismo que decir que la economía podrá ponerse al servicio de las personas, y no como sucede ahora con el neoliberalismo, en que las fuerzas ciegas del mercado se imponen y domestican a la sociedad.
Por no olvidar a Krugman: cabría decir que su dilema es correcto, pero se equivoca en la elección desde el punto de vista económico y, contando con que es un progresista, desde el punto de vista político.
* Pedro Montes es economista.
Fuente: Rebelión