jueves 20 de septiembre de 2007
Quisiera compartir algunos elementos de la construcción de la masculinidad que los hombres evangélicos llegamos a asimilar a través de la lectura de pasajes bíblicos tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. Para esto hemos escogido la vida del patriarca Jacob, cuya historia se encuentra en el libro del Génesis entre los capítulos 27 al 36. La pregunta específica para esta porción bíblica es ¿qué imagen están construyendo los hombres acerca de sí mismos y sus relaciones con los demás a partir de la lectura de la vida de Jacob?
Nuestra hipótesis de trabajo es que en la historia de disputas, intrigas y conflictos familiares que están detrás de la historia bíblica de Esaú y Jacob se encuentran en el fondo la lucha entre dos proyectos de masculinidad de control con características propias, que son similares a los esquemas contemporáneos empleados en las relaciones de género que los hombres evangélicos enfrentan en sus relaciones con la mujer.
1.1 La influencia de la familia en la construcción de los estereotipos masculinos
Lo primero que salta a la vista en el análisis del texto es que la disputa entre los dos hermanos se origina por un conflicto sobre los derechos de primogenitura y la consiguiente bendición que aquellos traían consigo. Todo estaría dentro del ámbito de lo “normal” en una familia patriarcal del cercano oriente sino fuese porque dos proyectos de vida diferentes encarnados en las personas de los hijos están a punto de desestabilizar el orden familiar de la casa de Isaac y Rebeca. El libro del Génesis nos relata la historia (25:27-28) Estos dos proyectos de vida diferentes están condicionados por las opciones que estos dos hermanos hicieron: “Los niños crecieron. Esaú llegó a ser hombre de campo y muy buen cazador; Jacob, por el contrario, era un hombre tranquilo, y le agradaba quedarse en el campamento”. Diferencias de vocación generan énfasis diferentes para sus vidas: el primero, el típico proyecto de masculinidad agresiva y victoriosa: hombre del campo, fuera de las tiendas y los quehaceres domésticos; hombre rudo, cazador, que arriesga su vida, es intrépido y ganador. El otro, un proyecto de masculinidad que aparenta ser alternativo y distinto: Jacob, hombre quieto, que por el contacto con la vida en las tiendas ha aprendido a ser paciente, observador, astuto y sutil.
Estas diferencias producen a su vez valoraciones diferenciadas por parte de sus padres: “Isaac quería más a Esaú, porque le gustaba comer de lo que él cazaba, pero Rebeca prefería a Jacob”. Los padres toman partido por uno de los hijos de acuerdo con sus propias preferencias. Hoy día en América Latina la influencia de los padres en la conformación de los estilos de vida de los hijos sigue jugando un papel protagónico. Como éstos son los primeros agentes socializadores, la configuración de las masculinidades pasa por los estilos de vida que ellos nos transmiten; tanto el padre como la madre contribuyen en la formación de nuestra masculinidad. Las preferencias vistas como normales entre nosotros esconden nuestras propias expectativas de lo que significa ser un hombre o una mujer exitosa. Isaac prefería al hijo que más se parecía a su propio proyecto, Rebeca por su parte hizo lo mismo.
En el momento de la sucesión patriarcal, Isaac ratifica este modelo, Esaú, su primogénito, debe realizar el último gesto simbólico antes de recibir la bendición: debe cazar para el padre y mostrar los rasgos de su masculinidad (27:2-3): “Ya ves que estoy muy viejo -dijo Isaac- y un día de estos me puedo morir. Por eso quiero que vayas al monte con tu arco y tus flechas para cazar algún animal”. No olvidemos que la misma primogenitura es la institucionalización de la creencia en las bondades de tener un hijo hombre; es la celebración de ser el primer hijo hombre nacido en la familia.
El Nuevo Diccionario Bíblico Certeza dice lo siguiente con respecto al primogénito:
“En el Cercano Oriente de la antigüedad se reconocía ampliamente la posición especial del primogénito, aunque usualmente no abarcaba a los hijos de las concubinas o esclavas. Los privilegios que acompañaban a esta posición eran sumamente valorados, y en el AT incluyen mayor herencia, bendición paterna especial, jefatura de la familia y lugar de honor durante las comidas”.
Frente a la opción de Isaac, Rebeca -la madre- aparece como apoyando un proyecto de masculinidad alternativo al hegemónico, pero utiliza el mismo esquema de dominación y poder contra el que quería rebelarse. En el fondo ella desea que sea su hijo favorito el que goce de la aprobación y la bendición del padre. Se sigue disputando el mismo premio: los derechos de primogenitura y la bendición patriarcal.
1.2 El proyecto de masculinidad en Esaú y Jacob
Jacob aparece luego en toda su dimensión de búsqueda de poder y prestigio a cualquier costo (27:20-21). Lleno de las habilidades que había aprendido durante su tiempo en las tiendas, ahora está listo para emplear la astucia y el engaño contra su propio padre, un anciano moribundo y medio ciego que es sorprendido por la minuciosidad con la que Jacob ha procedido para suplantar a su hermano. La agresividad externa de Esaú no se puede comparar con la agresividad interna (emocional y religiosa) con la que Jacob procede. Sus palabras ideológicas en las que se transforma su idea de Dios retumban: “El Señor tu Dios me ayudó a encontrarlo” llegó a decir, para encubrir el engaño con el que estaba procediendo. De la misma manera el día de hoy encontramos estas dos formas distorsionadas de entender la masculinidad: vocación de poder, dominio y control a partir del ejercicio de la violencia física y verbal (Esaú) que caracteriza al machismo peruano y latinoamericano así como también a través del maltrato emocional, el chantaje y la manipulación de lo religioso (Jacob) conformado por las formas patriarcales de dominación que se llegan a formar incluso en el nombre de Dios como formas de justificar o legitimar una estructura desigual en las relaciones hombre – mujer y los comportamientos y conductas observables cotidianas que se presentan en la vida diaria.
Como Esaú y Jacob andamos en búsqueda del premio, de la aprobación social, de la obtención final de esa imagen de éxito y triunfo que acompaña el estereotipo de lo masculino sin fijarnos que el solo hecho de transitar por estos caminos es en sí una derrota, una pérdida de las oportunidades de crecer en humanidad, de realización personal en nuestra propia construcción de lo que es exitoso y no en base a los estándares que la sociedad de la masculinidad distorsionada ha impuesto sobre nuestros hombros.
Como lo señala Teresa Valdés y José Olavarría en su estudio sobre masculinidad en Santiago de Chile:
“Los varones entrevistados se ven tensionados por estas pautas internalizadas y sus propias vivencias. De alguna manera están siempre comparándose con ese modelo de hombre. Se sienten distintos a lo que estas pautas prescriben, pero de todos modos, las pautas señaladas constituyen su referente, han estructurado su identidad en torno a ellas. El modelo dominante y sus mandatos está presente en todos y las diferencias se establecen a partir de él… Ellos expresan un sentimiento de dolorosa aceptación de mandatos que los obligan a asumir comportamientos que quisieran modificar, pero no pueden”. (VALDÉS y OLAVARRÍA: 1998, p.17)
1.3 El mundo de las emociones entre los dos proyectos de masculinidad
Quien no perciba las diferencias en el manejo de la estructura emocional en estos dos personajes bíblicos no está captando uno de los elementos más importantes de las diferencias entre los dos proyectos de masculinidad que venimos trabajando.
Esaú encarna un modelo en el que el manejo de las emociones es muy primario. Uno de los primeros momentos de disputa entre los dos hermanos se origina en (25:29-34) el momento de la venta de los derechos de primogenitura que Esaú hace a Jacob. Esaú se muestra guiado por los apetitos. Acaba de regresar del campo y encuentra a su hermano Jacob cocinando un guiso muy apetitoso. El primer deseo de Esaú es el de posesión: comer (25:30) “Por favor, dame un poco de ese guiso rojo que tienes ahí, porque me muero de hambre”. Esta característica ha sido incluida en todos los programas de socialización de los varones: “los hombres comen más que las mujeres” “a un hombre se le conquista por el estómago” son frases que representan en nuestro imaginario este primer mundo de los apetitos que es característico del comportamiento típicamente masculino. En Esaú esto es una exageración. El astuto Jacob ha calculado que colocar un guiso de lentejas con los derechos de primogenitura no sonaría descabellado para la sensibilidad de su hermano Esaú “Primero dame a cambio tus derechos de hijo mayor” (23:31), quizás para la sensibilidad de muchos hoy la actitud de Esaú nos parece completamente fuera de toda lógica; pero Jacob que conocía a Esaú y su hambre, sabía que para él no lo era: “Como puedes ver, me estoy muriendo de hambre, de manera que los derechos de hijo mayor, no me sirven de nada”. (25:32) Esaú tuvo en poco las cosas trascendentes y valiosas, no supo generar su propio autocontrol, no quiso postergar su propia satisfacción y quedó a merced de la astucia de su hermano.
Jacob por su parte se muestra mucho más sensible ante las cosas trascendentes pero no tiene escrúpulos para comerciar con estas cosas valiosas. El modelo del hombre con capacidad de sensibilidad es mucho más riesgoso que el de la masculinidad agresiva. Los límites de esta otra masculinidad, sensible y emocional, pero igualmente obsesionada por el poder y el control, aparecen rápidamente. Durante un tiempo puede parecer comprensivo, igualitario y hasta democrático en sus relaciones de género, pero cuando se hace un análisis más de fondo de sus estrategias y motivaciones llegamos a la conclusión que el modelo de Jacob no es más que la otra cara de la dominación, la que se interesa por nuestra seguridad, protección y provisión pero que igualmente restringe la libertad. Por eso este modelo es más peligroso; porque parece tener una apariencia democrática o sensible o participativa, pero en el fondo no es más que una máscara de una forma de dominación mas sutil.
El momento de la reacción de Esaú es igualmente más violenta y exterior. Una vez descubierto el engaño reclama por la promesa de su padre y ante la imposibilidad de solución, opta por descargar su venganza hacia Jacob, agrediéndolo, acabándolo, matándolo. La primacía de los instintos de muerte tan presentes en la programación masculina que realizan sobre nosotros es lo esperado en la resolución de un conflicto o por lo menos en la satisfacción interior frente a una situación que ya no tiene remedio. Mezcla de valor, indignación y venganza, el hombre medita y calcula dónde golpear a su adversario de modo que sea “donde más le duela”. Esaú como buen cazador busca la confrontación directa, sabe que su hermano no es tan fuerte como él, que el triunfo está asegurado, que por lo menos su honor o su machismo pueden verse satisfechos ante la afrenta de Jacob. “Ya pronto vamos a estar de luto por la muerte de mi padre, después de eso, mataré a mi hermano Jacob” (27:41)
Jacob, por su parte opta por la salida más acorde con su conveniencia: huir, evadir la confrontación directa que no sería prudente y en la que no tendría oportunidades de triunfo. En un principio su proyecto le lleva a pensar en evitar esto yendo a tierra extraña, sin sospechar que en su propio camino, tendría la oportunidad de ser confrontado con nuevas experiencias que le llevarían a replantear su visión de las cosas.
Desde la crisis de la soledad Jacob vive una serie de experiencias que van dando forma a una nueva sensibilidad formada en las luchas y experiencias positivas y negativas que le toca vivir, esta vez desde el revés de la historia, desde el otro lado de la moneda que le permite desarrollar una mejor comprensión de sí mismo y finalmente encarnar un modelo de masculinidad más positivo.
Uno de los primeros elementos de esta nueva experiencia es su encuentro con Dios (28:15-17) Dios interviene en la vida de Jacob y se le revela no para condenarle por las cosas malas que ha cometido sino para ratificarle su amor incondicional y su gracia. La reacción y respuesta de Jacob es inicialmente de sorpresa e integración de este nuevo elemento en su esquema mental : “En verdad el Señor está en este lugar, y yo no lo sabía”. (28:16) Pero a Jacob no sólo le falta información conceptual acerca de Dios, le falta sobre todo experimentar a Dios y su seguimiento.
Esto vendría después a propósito de su visita en casa de su tío Labán. En ese lugar, Jacob experimenta una serie de engaños de parte de su tío, quien, con astucia le hace sentir el dolor que causa la mentira, más aun cuando los sentimientos personales se ven involucrados. (29:16-30) Jacob por vez primera es conciente que las estratagemas del engaño pueden ser frustrantes y dolorosas: “¿Qué cosa me has hecho?¿No trabajé contigo por Raquel? Entonces, ¿por qué me han engañado?”. Jacob ha encontrado la “horma de su zapato”, podríamos decir. Esta secuela de acontecimientos van a ser profundamente aleccionadores para la masculinidad de Jacob. Se habrá podido dar cuenta que hay otros hombres que están en condiciones de ser tan sutiles y astutos como él. Se habrá percatado que lo importante no es solamente el alcanzar las metas sino el disfrutar la realización de los mismos. Habrá entendido que hay más dolor cuando los sentimientos están en juego, más cuando son los tuyos…. La frustración de haber trabajado siete años por nada, para tener que empezar otra vez a trabajar siete más a fin de lograr que sus sentimientos por Raquel puedan realizarse están haciéndole ver a Jacob la vida de otra manera. No tanto como los resultados del maquiavelismo político y el cálculo de las debilidades ajenas sino como una realidad más compleja donde intervienen los sentimientos ajenos y los propios, los principios y la ética para hacer las cosas, la contemplación del Dios de gracia que le acompaña aún en medio de sus errores y desaciertos.
Jacob también tuvo que vivir en carne propia y como cabeza de familia el error de generar conflictos entre sus esposas por razón de las preferencias y la discriminación (29:28-30) (30:1-2) “Jacob se unió también a Raquel y la amó mucho más que a Lía” (29:30) y “Cuando Raquel vio que ella no podía darle hijos a Jacob, sintió envidia de su hermana Lía” (30:1). Jacob comprendió la necesidad de actuar en justicia y con equilibrio; de no recurrir a las preferencias al interior de la familia a riesgo de generar una crisis familiar permanente. El aprendizaje de las dimensiones relacionales de Jacob en su esquema de masculinidad se han visto modificadas, ensanchadas por la propia experiencia, por la necesidad de mirar las cosas de manera diferente.
En medio de esta realidad Jacob llega a experimentar también el hecho de ser considerado como un objeto o una mercancía en el área sexual. (30:14-16) Imaginemos al patriarca de Israel, llegando por la noche a su casa y recibiendo la siguiente noticia: “Hoy vas a dormir conmigo porque te he alquilado a cambio de las mandrágoras de mi hijo” (30:16). La identidad sexual del proyecto tradicional de masculinidad patriarcal donde el hombre ejerce la posesión de los bienes de la casa incluidos los niños y las mujeres es remecido por el enfoque directo de Lía que le comunica la transacción comercial realizada con Raquel por los favores sexuales de aquél. El hombre aparece poseído, dominado, comerciado por sus dos mujeres como un bien o una cosa.
El engaño de Labán no fue solamente en relación a los años de trabajo gratuitos por cada una de sus hijas sino también fue un engaño en el salario prometido por los servicios prestados. (30:31-36) Labán se lleva del campamento a los animales que pueden encajar con el prototipo propuesto para dárselos en paga a Jacob. El tío Labán intenta estafar a Jacob bajo la pretensión que no están saliendo animales como los acordados para dárselos como retribución por su trabajo.
Todas las áreas de la vida de Jacob han sido desafiadas en esta visita a su tío Labán. El precio de la huida de su hermano Esaú parece justificar todos los padecimientos. El contenido de su identidad masculina ha sido replanteada en los aspectos de: astucia y ética; sentimientos y sexualidad; vocación y trabajo. Y todavía le quedaba aun más por experimentar. Jacob ha aprendido a tolerar la frustración, ha ensanchado sus fronteras de comprensión de lo que es propiamente masculino, pero ahora está a punto de enfrentarse a su temor más grande: reconocer que había actuado mal frente a su hermano Esaú.
El encuentro entre Esaú y Jacob es el momento culminante de la redefinición de la masculinidad en Jacob (32:1-21) (33:1-20). Los miedos del pasado, los fantasmas de nuestros errores de juventud son los más difíciles de aceptar y los más profundos que sanar. En el caso de Jacob, éste trata de postergar al máximo dicho encuentro. Cuando se da cuenta que es inevitable pretende resolverlo apelando a sus esquemas antiguos a su masculinidad de astucia y manipulación: ofrece regalos y organiza su campamento en base a grupos de hijos que le permitan sensibilizar el corazón duro de su hermano Esaú. Jacob mismo se ubica en la parte final de la larga fila de regalos y de parientes que ha puesto en el medio entre él y su hermano. Espera obtener una situación más benévola para él y sus hijos y esposa favoritos. Esaú llega a preguntar: “¿Qué piensas hacer con todas esas mandas que he venido encontrando? Ganarme tu buena voluntad, respondió Jacob”. (33:8) Sin embargo Jacob tiene que aprender que el Dios de gracia se le ha anticipado y ha obrado en el corazón de Esaú antes que sus buenas estrategias de juegos políticos. “No hermano mío, yo tengo suficiente. Quédate con lo que es tuyo. Dijo Esaú”. (33:9) Jacob entiende que hay algo que está más allá de su control en el logro de la vida, que no tiene que actuar como si todas las cosas dependieran de él, su propio buen juicio y la eficacia de su mente. En la paradoja mayor, Esaú está dispuesto a perdonar la ofensa del hermano y ya no está con intenciones de matarlo. Es así que finalmente Jacob se rinde y lo expresa en las siguientes palabras: “Si me he ganado tu buena voluntad, acepta este regalo, pues verte en persona es como ver a Dios mismo”. (33:10) Jacob pudo ver el rostro de Dios y el de su propia nueva humanidad en la presencia restauradora del perdón de su hermano.
Fuente: Instituto para la Misión Transformadora