Don Melchor Portocarrero Lasso de la Vega, tercer Conde de la Monclova, llevaba dos años gobernando el Virreinato de México, cuando recibió orden de trasladarse al Perú. Había nacido en Madrid el 4 de Julio de 1636. Hijo segundo del matrimonio de don Antonio Portocarrero con doña María de Rojas Manrique de Lara. Por muerte del primogénito que no dejó sucesión, vino a recaer en Melchor el título de Conde de la Monclova. Contrajo matrimonio con doña Antonia Jiménez Urrea, emparentada con los Condes de Aranda y como fruto de su unión tuvo de ella seis hijos, de los cuales uno de ellos nació en Lima.
Su condición de militar y la necesidad de relevar al Duque de la Palta motivaron su nombramiento y su traslado de México al Perú. Su embarcación partió para Acapulco el 18 de Abril de 1689 y el 11 de Mayo se embarcó en la nave que había de conducirle a Panamá y luego a Paita. Desde Paita, escribía el 23 de Junio al Cabildo de Lima, anunciándole su próxima llegada. Monclova, cuidó de que las cosas prosiguiesen por los carriles que ya se habían trazado con anterioridad y trató de gobernar el Virreinato del Perú con discreción. Le tocó gobernar una época de indecisión y de marcada decadencia, con motivo del cambio de dinastía y las interminables guerras de inicio del siglo XVIII.
Una de las primas acciones que tuvo que realizar fue reconstruir la ciudad. A Monclova le correspondió devolver a la Plaza su anterior aspecto, construyendo los portales, así de escribanos como de botoneros. La obra de la reconstrucción del Palacio exigió más tiempo y no vino a quedar terminada hasta la siguiente centuria. Por otro lado, la Catedral tardó también en ser reparada. El comercio exterior, por su parte, tropezaba con las exigencias cada vez mayores del fisco y por la rivalidad y política del Consulado de Sevilla.
Durante su periodo de gobierno, tampoco se vieron libres las costas de la piratería de ingleses y franceses, si bien sus correrías no fueron tan devastadoras como en los años anteriores. En 1696 tuvo noticias el Virrey de la probable entrada en el mar del Sur de algunos navíos franceses y adoptó las disposiciones necesarias para combatirlos. Por su parte, la Corona de Portugal, desde su rompimiento con España, había adoptado en América una táctica que le dio innegables resultados. Sin llegar a una declaración de guerra, aprovechó el abandono en que se encontraban las fronteras orientales de los dominios españoles para ir introduciéndose en la selva.
Fuente consultada:
Vargas Ugarte, Rubén. Historia General del Perú. Tomo IV. Lima: Editor Carlos Milla Batres, 1966