Hace 25 años Iván Ilich escribió: “La educación universal por medio de la escolarización no es factible. No sería más factible si se la intentara mediante instituciones alternativas construidas según el estilo de las escuelas actuales. Ni unas nuevas actitudes de los maestros hacia sus alumnos, ni la proliferación de nuevas herramientas y métodos físicos o mentales (en el aula o en el dormitorio), ni, finalmente, el intento de ampliar la responsabilidad del pedagogo hasta que englobe las vidas completas de sus alumnos, darán por resultado la educación universal. La búsqueda actual de nuevos embudos educacionales debe revertirse hacia la búsqueda de su antípoda institucional: tramas educacionales que aumenten la oportunidad para que cada cual transforme cada momento de su vida en un momento de aprendizaje, de compartir, de interesarse.” (E:n Sociedad desescolarizada, 1985)
La escolarización ha tomado también a la educación superior que conforme se masifica se convertirá pronto en parte de la educación obligatoria. Pero como diría Ilich, universalizar la universidad no es garantía de universalizar la educación.
Hoy las salas de conferencia, los salones de clase, las bibliotecas, el profesor hablando horas con un ppt de respaldo y los alumnos escribiendo a mano, ya no tienen sentido. Si queremos cambiar las cosas, las clases o conferencias deben estar en todos los formatos posibles y disponibles en todos los medios. Lo que impide el desarrollo de la sociedad del conocimiento es el monopolio que las universidades, y el sistema educativo formal en general, tienen de los certificados. Algo que ya Pierre Bordieu había tratado con relación al asunto del capital cultural a principios de la segunda mitad del siglo pasado.
“La educación superior no se corresponde con la vida que viven los estudiantes, dice Elaine Jarvik citando al profesor Wiley de Brigham Young University. En esa vida, se dispone de información cuando se la demanda, los archivos se comparten, y el mundo es portátil y conectado.”
Wiley es un convencido de la educación abierta, de que el conocimiento es un bien público que debe estar disponible para todos. Esto supone una libre circulación de libros, documentos, materiales de enseñanza, programas de estudio, etc. Es también impulsor de un movimiento al estilo de “open software” para proveer oportunidades de aprendizaje gratuitas. Él mismo tiene un curso abierto, gratuito, en el que participan estudiantes de diferentes partes del mundo y hacen sus tareas en medios electrónicos.
La universidad tiene que adaptarse a los nuevos tiempos o perecer. Como dice Alejandro Piscitelli (2010) a propósito del proyecto Sistemas operativos sociales y entornos abiertos de aprendizaje: “… no alcanza con incorporar textos o tecnologías si lo que los sostiene es una pedagogía exhausta y limitada. Todos los que tenemos alguna responsabilidad en el desarrollo de la educación estamos siendo cuestionados, de manera manifiesta o implícita, por nuevos modos de crear y transmitir conocimiento.”
FFR