Más allá del alto el fuego: romper ciclo de violencia
7:00 p.m. | 26 may 21 (NCR).- Los conflictos tan violentos no surgen de la nada. Y si son reincidentes, son prueba de un ciclo de violencia que hay que romper. Para el episodio actual de conflicto entre israelíes y palestinos, el alto al fuego es un primer paso. Sagrada para judíos, cristianos y musulmanes, Jerusalén -escenario de la crisis- es una ciudad que deben compartir dos pueblos y tres confesiones, pero que cada vez es más reclamada por una sola. Desde el testimonio de líderes cristianos en la región, se observan los problemas que están en la raíz del conflicto, y de algunas medidas que se pueden considerar para revertir el ciclo de violencia.
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Junto al papa Francisco, “doy gracias a Dios por la decisión de detener los conflictos armados y los actos de violencia” y rezo por “el diálogo y la paz” en Tierra Santa. En solidaridad con la iglesia de Jerusalén, rezo por “la justicia y la paz”. Nada puede justificar que Hamás dispare cohetes indiscriminadamente contra zonas civiles, matando a una docena de personas y aterrorizando a millones. Nada puede justificar la desproporcionada respuesta militar de Israel, que ha matado a numerosos civiles, entre ellos decenas de niños, y ha dejado sin hogar a miles de familias.
Se ha prestado mucha atención a los acontecimientos inmediatos que precipitaron el último conflicto entre Israel y Gaza. En muchos sentidos, Jerusalén se encuentra en el epicentro del conflicto actual. Sagrada para los judíos, los cristianos y los musulmanes, Jerusalén es una ciudad que deben compartir dos pueblos y tres confesiones, pero que cada vez es más reclamada por una sola. La iglesia de Tierra Santa identificó dos factores clave que encendieron el último episodio de violencia: La denegación de acceso a la mezquita de Al-Aqsa por parte de Israel y la amenaza de desalojo de viviendas en Sheikh Jarrah.
El 9 de mayo, el Patriarcado Latino de Jerusalén declaró: “La violencia empleada contra los fieles (en la mezquita de Al-Aqsa) socava su seguridad y su derecho a acceder a los Santos Lugares y a practicar el culto libremente. El desalojo forzoso de palestinos de sus hogares en Sheikh Jarrah es también una violación inaceptable de los derechos humanos más fundamentales, el derecho a un hogar”. El patriarcado agregó: “Nuestra Iglesia ha tenido claro que la paz requiere justicia. En la medida en que (…) los derechos de todos, israelíes y palestinos, no sean defendidos y respetados por igual, no habrá justicia y por tanto no habrá paz en la ciudad”.
Esta idea es clave para entender el actual conflicto entre israelíes y palestinos. Las recientes provocaciones israelíes en Jerusalén encendieron el fósforo, pero el combustible para el fuego lo aportaron las injusticias de larga data, las violaciones sistemáticas de los derechos humanos y los actos cotidianos de inequidad y ocupación.
Desde 2005 hasta 2018, acompañé a los obispos del episcopado de EE.UU. en visitas de solidaridad a Israel y Palestina. Nos reunimos con la iglesia local en Tierra Santa y con israelíes y palestinos. También nos reunimos con obispos representantes de las conferencias episcopales de Europa, Canadá y Sudáfrica. La Coordinación de Tierra Santa, como se conocía nuestra reunión anual, fue testigo de casos profundamente inquietantes de discriminación sistemática contra los ciudadanos palestinos de Israel y de las realidades terriblemente preocupantes de los palestinos que viven bajo la ocupación en Jerusalén Este, el resto de Cisjordania y Gaza.
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También fuimos testigos de las preocupaciones por la seguridad de los israelíes y de la valiente labor de algunos israelíes y palestinos para tender puentes de entendimiento. En 2008, los obispos de la Coordinadora de Tierra Santa emitieron un comunicado que describía las duras consecuencias de la separación y la ocupación:
“El muro de separación por el que pasamos fue un vívido recordatorio de las preocupaciones de seguridad de Israel, así como de la creciente división entre israelíes y palestinos de a pie, que carecen del contacto humano que puede ayudar a fomentar la justicia y la reconciliación. Escuchamos historias conmovedoras de cómo el muro agrava el sufrimiento y compromete la dignidad humana al separar a las familias, devastar la economía palestina y exacerbar la crisis humanitaria. Estamos especialmente preocupados por la grave situación humanitaria de Gaza, que ha empeorado desde que la visitamos hace un año”.
Trágicamente, hoy ocurre lo mismo, sólo que la situación es peor. La expansión de los asentamientos israelíes en Cisjordania, el asfixiante bloqueo de Gaza, la denegación de permisos de construcción a los palestinos en Jerusalén Este y las correspondientes demoliciones de viviendas, la humillación de los numerosos puestos de control, la dura actuación policial en Jerusalén y en toda Cisjordania, y los ataques cada vez más frecuentes y violentos de los colonos radicales, junto con las represalias que generan, han empeorado una mala situación. Y los ciudadanos palestinos de Israel también sufren.
En 2018, los obispos católicos de Tierra Santa advirtieron que la Ley del Estado-Nación aprobada por la Knesset de Israel “proporcionaría una base constitucional y legal para la discriminación entre los ciudadanos de Israel, estableciendo claramente los principios según los cuales los ciudadanos judíos deben ser privilegiados por encima de los demás ciudadanos”. En cambio, los obispos exigen que “los cristianos, los musulmanes, los drusos, los bahá’ís y los judíos” sean “tratados como ciudadanos iguales”. Esta ley proporciona una base legal para las prácticas discriminatorias en el empleo, la educación, la vivienda y la propiedad de la tierra.
A lo largo de los años, he recordado repetidamente que tanto los judíos israelíes como los árabes palestinos tienen relatos convincentes. Ambos tienen conexiones profundas e históricas con la tierra. Basta con visitar Yad Vashem, el Centro Mundial para el Recuerdo del Holocausto, para recordar vívidamente los temores israelíes; o los empobrecidos hogares de los palestinos de Gaza o Cisjordania que temen a las fuerzas de ocupación.
Estados Unidos tiene una responsabilidad especial, junto con la comunidad internacional, para ayudar a israelíes y palestinos a resolver el conflicto. Un reciente informe del Servicio de Investigación del Congreso documenta que “Israel es el mayor receptor acumulado de ayuda exterior estadounidense desde la Segunda Guerra Mundial”, la mayor parte de ella en forma de ayuda militar. Esta realidad otorga le otorga a los EE.UU. una enorme influencia. Por desgracia, no siempre ha desempeñado un papel útil. En 2017, los patriarcas y jefes de las iglesias de Tierra Santa escribieron una carta al presidente Donald Trump en la que le advertían de que cambiar la opinión de Estados Unidos sobre el estatus de Jerusalén como capital de Israel “produciría un aumento del odio, el conflicto, la violencia y el sufrimiento en Jerusalén y Tierra Santa”. Tenían razón.
Durante décadas, la Santa Sede y la Conferencia Episcopal de Estados Unidos han apoyado un Israel seguro y reconocido, que viva en paz junto a un Estado palestino viable e independiente. Los hechos sobre el terreno han puesto en duda la viabilidad de una solución de dos estados a los ojos de algunos, pero independientemente de la forma de un estatus final, el hecho es que el statu quo es insostenible. La única manera de fomentar la paz es desmantelar las injusticias sistémicas y proteger los derechos humanos de todos.
En lo que consideré un mensaje profético de 2016, la Coordinación de Tierra Santa argumentó: “El derecho de Israel a vivir en condiciones de seguridad está claro, pero la continua ocupación corroe el alma tanto del ocupante como del ocupado. Los líderes políticos de todo el mundo deben poner más energía en una solución diplomática para poner fin a casi 50 años de ocupación y resolver el conflicto en curso para que los dos pueblos y las tres religiones puedan vivir juntos en justicia y paz”. Más allá del alto el fuego, la ocupación debe terminar, y el respeto a los derechos humanos debe crecer, si israelíes y palestinos quieren romper el ciclo de violencia.
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Fuente
Artículo “Beyond the cease-fire: breaking the cycle of Israeli-Palestinian violence” de Stephen M. Colecchi, publicado en National Catholic Reporter. Traducción libre de Buena Voz Noticias / Foto: AP