¿Qué tipo de reformador es Francisco?
9.00 p m| 26 mar 15 (NCR/BV).- En un reciente editorial el National Catholic Reporter ofreció una versión del perfil reformador del Papa considerando sus dos primeros años de papado. Lo primero que se plantea es aquello que Francisco parece no tener entre sus planes de reforma (lo poco realista), para luego desarrollar e integrar bajo una visión todas las cuestiones que sí pretende abordar en su reforma. Sobre el final menciona también lo que parece entrampar su accionar, desde una resistencia que emerge ante los cambios en la jerarquía vaticana (por las “incomodidades” causadas). La clave según el texto es la enseñanza de que la Iglesia puede cambiar, y aún cuando en la historia inevitablemente se produjeron cambios, parece que nadie ha percibido el proceso.
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Cualquier balance sobre los dos primeros años del papado de Francisco tendría que lidiar primero con las expectativas poco realistas y las decepciones que a menudo conducen a la discusión sobre si es un verdadero reformador. Por un lado, Francisco no va a ordenar mujeres o casar una pareja homosexual durante su mandato como Papa. Su actitud hacia las mujeres parece desactualizada, y a pesar de sus palabras sobre la inclusión de las mujeres en la Iglesia, aún no ha logrado involucrarlas de manera sustancial en el gobierno de la Iglesia.
Por otro lado, tampoco se comportará de un momento a otro como un príncipe para participar en la cultura de la corte real que floreció durante la era de los Papas Juan Pablo II y Benedicto XVI y en el que prosperaron los crímenes y corrupción que Francisco heredó. También parece imposible un repentino cambio de rumbo hacia restituir desfasadas ortodoxias como medidas de identidad católica, ni se preocupará excesivamente sobre lo hermenéutico que prevalece en la expresión más pura de la Iglesia.
Una encuesta de Pew Research encuentra que Francisco llega a un 90% de aprobación (“muy favorable”) entre los fieles católicos, y a un 95% entre los católicos que asisten a misa regularmente (en EE.UU.) El Papa Juan Pablo II llegó al tope de las listas de popularidad con 93% durante su visita a los EE.UU. en 1996.
Los símbolos de Francisco son diferentes comparados con los dos pontificados anteriores. Bajo esos papados inextricablemente vinculados, las prioridades apuntaban, evidenciadas en declaraciones y nombramientos episcopales, a patrullar las fronteras, limitar severamente el alcance de las preguntas permisibles, y hacer hincapié en las diferencias entre los ordenados y todos los demás.
El escritor y periodista Austen Ivereigh, quien se atrevió a titular una magistral biografía, “Francisco: el gran reformador”, ha ofrecido un análisis convincente de lo que estamos presenciando: “Así como la Iglesia en España e Italia fue el origen de la Contrarreforma, y la Iglesia de Francia y Alemania la fuente para el Concilio Vaticano II, América Latina es ahora la fuente de una nueva era de reforma de la Iglesia”.
Francisco deja perplejos a europeos y norteamericanos que han dividido el análisis a lo largo de un eje liberal-conservador, según escribe Ivereigh, “porque utiliza un lente y un lenguaje que se sale de esas categorías”.
Francisco vadea en barrios marginales, abraza a los que a otros podrían inspirar repugnancia, se niega a establecer límites de manera tan rígida como para excluir a alguien, da la bienvenida a todas las preguntas que robustecen los debates, y su liderazgo viene del Dios de la misericordia.
Él predica “el arte del encuentro”, que obliga a ir más allá de la seguridad del templo y camina con el pueblo. Es un enfoque de acompañamiento que vivió en los suburbios de Buenos Aires, Argentina, donde predominan vidas quebradas, desordenadas, tensas y necesitadas.
Es en estas circunstancias en las que predica, en el abrazo irracional del hijo pródigo, que la gracia abunda. En una reciente visita a una parroquia de Roma, dio instrucciones a sus líderes para evitar repetirle a la gente en lo que se están equivocando, y más bien “acercarse” y caminar con ellos, respetando sus necesidades.
Ha predicado sin descanso en temas de injusticia económica, y pronto lanzará una pastoral sobre el medio ambiente y el cuidado de la creación. Y aunque puede reflejarse el amor que recibe en las calles, es también notorio que está haciendo enemigos poderosos en otros ambientes.
Francisco fue seleccionado por sus pares también para lograr reformas en casa, sobre todo de una Curia y una cultura clerical que había llegado a estar tan distorsionada que varios líderes descaradamente traicionaron la comunidad y el Evangelio en situaciones de crisis, que van desde los horrores del abuso sexual de niños a vulgares escándalos financieros.
Es aquí que la mayor ira y resistencia se están originando. Es la familia después de todo, y Francisco llega como un outsider, hereda “la posición del CEO”, y declara que la empresa familiar, ejecutada de una manera determinada por siglos, ahora cambiará dramáticamente.
La cruel realidad es que la Iglesia no tiene un mecanismo para el cambio. Durante siglos se creía que no podría cambiar, aun cuando sí se daban algunos cambios.
En dos años, Francisco en tenido buenos avances en el logro de la reforma financiera mediante el establecimiento de controles y contrapesos significativos. La reforma de la Curia, sin embargo, se mantiene en un nivel de homilética. La pregunta es si podrá efectuar una reforma significativa al continuar eligiendo líderes de cultura muy clerical que causaron los problemas en primer lugar.
La comisión de cardenales dedicada a la reforma y la otra creada para hacer frente a los abusos sexuales son avances esperanzadores. Sin embargo, en algunos casos pudo hacer más como Papa que es, ya que de un modo u otro hay casos de obispos que han llevado a diócesis a la bancarrota o que no respetaron el derecho civil y han permanecido en sus puestos. Pierden coherencia los esfuerzos de Francisco sobre la rendición de cuentas cuando un obispo en los Estados Unidos, penalmente condenado por no denunciar a un sacerdote abusivo, queda a cargo de una diócesis, o cuando un obispo en Chile, enredado en un escándalo de encubrimiento, recibe una promoción.
La profundidad de la reforma durante los años de Francisco dependerá de lo exitoso que sea en la conformación de un episcopado de acuerdo con su visión. La reforma que probablemente tome más tiempo será la educación que los católicos y el resto del mundo están recibiendo: que la Iglesia puede cambiar y lo hace, y que lo que puede ser percibido como un caos en un papado es, en sí, una oportunidad para el encuentro.
Fuente:
National Catholic Reporter