Cardenal Rodríguez Maradiaga: ‘La Iglesia no está para juzgar sino para acoger a quien lo necesita’
11.00 p m| 5 feb 15 (MC/BV).- Como respuesta al constante anuncio del Papa Francisco que en el corazón del cristianismo radica el llamado a mostrar misericordia, Rodríguez Maradiaga propone que los católicos deben imaginar la Iglesia como “una Iglesia samaritana”, una institución que como el buen samaritano elige “curar las heridas de los lastimados y abatidos, quienes han caído bajo el poder de los que usan la violencia”.
Así el cardenal Rodríguez Maradiaga -Arzobispo de Tegucigalpa, Presidente de Cáritas Internacional y coordinador del Consejo de Cardenales del Papa-, expone por partes la relación entre la misericordia, el amor de Dios, la presencia de la Iglesia y la actitud cristiana del hombre, a partir de esa interacción que tiene como punto de partida el Evangelio. La conferencia se realizó en la Universidad de Santa Clara bajo el título: “El Significado de la Misericordia”.
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Aquí la transcripción completa de la conferencia:
1. El Evangelio se resume en el amor
El amor fraterno tiene su origen en Dios, que es amor y que nos amó primero. Él extiende su amor a nosotros, a través del Espíritu Santo, para que, en cada uno de nosotros, ese amor pueda crecer, madurar y se acerque al verdadero amor -el amor con que Cristo nos ha amado.
Si somos capaces de amar, es porque Dios nos comunica su amor. Si somos capaces de amar, se debe a la muerte de Cristo por amor y Su resurrección, que han hecho posible el amor. Este amor de Jesús es la medida del amor. El ideal cristiano supera el humanismo puro de igualdad interpersonal (“no hagas a los demás lo que no quieres que otros te hagan a ti, hacer a los demás lo que quieres que otros te hagan a ti”), y nos empuja a amar como Cristo nos amó. Por lo tanto el crecimiento del amor no tiene límites en nuestra vida. Es por eso que aprender a amar es la gran tarea de la espiritualidad cristiana, siempre inacabada.
A veces se corre el riesgo de centrar la espiritualidad en otros objetivos, otros valores, y no dar supremacía a la bienaventuranza de la Misericordia. El evangelio nos enseña que esta bienaventuranza es a la vez solidaridad y compromiso de amor eficaz hacia el hermano en necesidad y sufrimiento, y el perdón de las ofensas y la reconciliación.
La misericordia es la práctica del amor fraterno, y nos muestra las formas concretas de la encarnación del amor: la reconciliación y la liberación de las miserias. Las enseñanzas de Jesús nos revelan que la práctica de la misericordia es la única manera universal de construir la fraternidad (que nos hace hermanos y hermanas). Ese es el mensaje de la parábola del Buen Samaritano, que es la parábola de la verdadera práctica de la misericordia y el amor fraterno (Lucas 10: 25-37). Al final de la parábola, Jesús pregunta a los expertos en la ley, (Lucas 10: 30) “¿Cuál de estos tres te parece que fue el prójimo (hermano) para el hombre que cayó en manos de los ladrones?”. Esto significa que no todos fueron hermanos del herido. Podrían haber sido, pero, de hecho, solo lo fue “el que tuvo compasión de él” (Lucas 10: 37). El sacerdote no fue hermano del Judío y tampoco lo fue el levita, solo el Samaritano. Para Jesús ser hermano para otros no es algo “automático”, como un derecho adquirido. No somos hermanos sin practicar el amor. San Pablo nos recuerda que si servimos a los pobres o si nos entregamos al martirio, sin amor, “somos nada” (I Cor. 13: 1 y ss.)
En relación con el mandamiento de crecer en el amor, debemos reconocer que no sabemos cómo amar. Nuestro amor es por lo general una caricatura (Rom. 12: 9: “Que el amor sea genuino”). Nuestro egoísmo, nuestras preocupaciones y nuestra sensibilidad nos dominan. Sin embargo, sabemos que la caridad fraterna es lo más complicado de alcanzar para los cristianos y la humanidad: ser capaces de amar como Cristo lo hace.
Sabemos que en la Tierra nunca vamos a llegar a la perfección del amor; sabemos que continuamente vamos a fracasar, que no sabemos cómo superar la división y el rencor, que cada día somos tímidos en el servicio, en la acogida, en el perdón y en dar algo de nuestra vida por los demás. Todo esto no quiere decir que no queremos amar o que en realidad no amamos. El amor es el camino del amor, amar es querer amar. Lo que Dios nos pide, en esencia, no es el éxito de la caridad, sino el esfuerzo permanente para crecer en el amor y la lucha para aprender a amar, que empieza todos los días. En el esfuerzo para madurar en el amor, el aspecto “evangélico” y “humano” del amor, caminan juntos de la mano, sin rupturas ni contradicciones.
No hay separación entre el amor humano y la caridad cristiana. No debería existir en la práctica un dilema entre la evangelización y la acción social que nace de la caridad. El mandamiento del amor que Cristo nos dio coincide con la vocación del hombre a crecer afectivamente, para dar y entregarse por encima de recibir y poseer.
De hecho, la misión, la misericordia y el servicio a los pobres y a todos los hermanos, como experiencia humana y misionera, ha de ser un lugar de descubrimiento de Dios, de un mayor conocimiento del rostro de Dios. El Espíritu de Dios se revela en los valores de autoentrega y servicio, en las aspiraciones a la justicia y la solidaridad, en cada conversión, en los “pequeños”, los que sufren y los indigentes. La realidad humana de las culturas, está llena de la presencia del Espíritu Santo y de la acción de Dios que construye el Reino; nos lleva a experimentar a Dios mismo.
La dimensión social de la misión implica convertir “lo contemplativo en acción”. Ambas dimensiones de la espiritualidad del Evangelio son inseparables: El Dios experimentado y amado en Sí y a través de Sí, y el Dios que se experimenta y ama en los hermanos. La primera dimensión subraya que el cristianismo es trascendental a toda realidad temporal; la segunda dimensión destaca que el cristianismo está encarnado en -y es inseparable de- el amor al hermano. La primera nos recuerda el primer mandamiento de amar a Dios sobre todas las cosas, y el absoluto de la persona de Jesús. La segunda nos recuerda el mandamiento similar al primero, a amar a tu prójimo como a ti mismo y la presencia de Cristo en ese amor.
El Cristo encontrado y contemplado en la oración de los fieles “se prolonga” en el encuentro con el hermano, y si somos capaces de experimentar a Cristo en el servicio a los “más pequeños”, es porque ya Lo hemos encontrado en la oración contemplativa. La caridad social no es sólo para descubrir la presencia de Jesús en el hermano (“lo haces a mí”), sino también es una llamada a la acción en su favor, un llamado al compromiso. Por eso, si evangelizamos con Cristo en nuestros corazones, vamos a obrar como Él lo hizo.
Jesús ciertamente ha ampliado el horizonte y las exigencias del amor, y le ha dado nuevos motivos y significado. Pero sus demandas de caridad evangélica se ubican y desarrollan al interior del amor humano, la naturaleza emocional y el corazón, aunque sean desbordadas por la fe y la acción del Espíritu Santo. (Por lo que el amor fraterno no siempre es sensible y gratificante). Aprendemos a amar siguiendo a Jesús a través del amor. Una vez más, Él nos muestra la verdadera práctica del amor, y nos comunica la luz y la vida para ser capaz de amar como Él nos amó y para poder evangelizar como Él lo hizo.
2. La misericordia es la más alta expresión del Amor
La Iglesia presidida en caridad -como se le llama litúrgicamente- quiere ser conocida en tiempos de Francisco como casa de la misericordia. El siguiente texto resume este símbolo de identidad: “Yo creo que esta es la temporada de la misericordia. Esta nueva era en la que hemos entrado, y los muchos problemas de la Iglesia -como el pobre testimonio dado por algunos sacerdotes, los problemas de corrupción en la Iglesia, el problema del clericalismo- han dejado a mucha gente herida, dejaron mucho dolor. La Iglesia es una madre: Ella tiene que salir a sanar a aquellos que están sufriendo, con misericordia” (Conferencia de Prensa del Papa Francisco el 28 de julio de 2013).
Las palabras del Papa en este discurso se sienten duras para el corrupto, el abusador, el mentiroso, el que busca el poder mundano, pero se sienten tiernas y benévolas, como un bálsamo para “aquellos que están sufriendo”. Una Iglesia samaritana curará las heridas de los abatidos, lastimados y postrados, quienes han caído bajo el poder de los que usan la violencia. Es por eso que las palabras del Papa tienen un profundo significado evangélico. Pensar la Iglesia como “una madre que tiene que salir a sanar a aquellos que están sufriendo, con misericordia”, la pone en un papel completamente original -el que tuvo desde el principio del cristianismo-, una Iglesia cercana a la gente, encarnada y sumergida en la historia existencial del hombre, convirtiendo sus miserias en riqueza y sus debilidades en su mayor fortaleza. Esto nos hace pensar la Iglesia con los símiles metafóricos de un “hogar” y un “hospital”. La Iglesia de Cristo es la Iglesia de Francisco: envuelta por la compasión.
2.1 El punto de partida: la Misericordia de Dios
En el Ángelus del 15 de septiembre de 2013, el Papa dijo: “Recuerden bien esto: No hay límite a la Divina Misericordia que se ofrece a todo el mundo, ya que la misericordia es la verdadera fuerza que puede salvar al hombre y al mundo del ‘cáncer’ que es el pecado, el mal moral, el mal espiritual. Sólo el amor llena el vacío, los abismos negativos, que el mal abre en los corazones y en la historia. Sólo el amor puede hacer esto, y esta es la alegría de Dios”.
A partir de la Misericordia de Dios, la Iglesia, que se deja llevar por esa misericordia, se vuelve infinitamente generosa y puede tomar el mandamiento del amor hasta las últimas consecuencias, sabiendo que es el amor lo que salva al hombre y al mundo, o lo que salva al hombre del mundo. Si el pecado es considerado como un “cáncer” y puede disfrazarse como mal moral, mal espiritual y mal psicológico, entonces el remedio universal contra toda forma de maldad será el amor que se convierte en perdón; será el amor que se convierte en esperanza capaz de dar sentido a tantas vidas vacías y tantas vidas humanas sumergidas en el dolor y la frustración. Si algo es capaz de redimirnos del pecado es la Cruz de Cristo. Por lo tanto, todo lo que se ajusta a la sombra de la Cruz se redime.
No es solamente el dolor y la pasión de Cristo lo que redime, no es solamente la cruz la que nos salva: su dolor, su pasión y su cruz tienen poder redentor por el amor. Es entonces el amor crucificado de Cristo el que da sentido a la existencia humana y la eleva a la dignidad de la que el pecado la privó y que la decisión de Jesús, muriendo por amor en la cruz, recuperó.
Si el mundo experimentara lo grandes que son el amor y la iniciativa de salvación de Dios, todos los templos estarían llenos de gente pidiendo los santos sacramentos de la Confesión, el Bautismo, la Unción de los enfermos y de la Eucaristía. Los sacerdotes no serían capaces de manejar tanta necesidad de absolución, bendición o comunión ya que multitudes enteras -convencidas del amor infinito de Dios, origen de salvación-, entenderían que la verdad y la vida tienen un nombre: Jesús. Y su nombre es Amor.
Por eso, el Papa dice: “Sólo el amor llena el vacío”. ¿Qué vacío? La superficialidad, el ruido, la alienación del corazón que se endurece cuando se deja invadir por el consumismo, el amor por el dinero, la cultura de la muerte, la vorágine de placer en todas sus formas, las drogas y la vida sin Dios. Si el vacío del hombre estuviera lleno de misericordia y esta pudiera ser experimentada en la Iglesia, nadie abandonaría su parroquia, los templos estarían llenos de fieles, los seminarios estarían llenos de jóvenes que dejarían las preocupaciones diarias para dedicarse a servir Dios y consolar a sus hermanos. Esto no es idílico ni poético, es tan realista como el dolor que sólo el amor puede curar. El vacío no puede ser llenado con otro vacío. Tiene que estar lleno de contenido y realidades que pueden sublimarlo y explicarlo. Por eso, la respuesta que el hombre –herido- busca como sentido último de su existencia sólo existe en Dios.
Si la gente se encontrara con una Iglesia cercana a la gente, compasiva, que acompaña, identificada con el dolor sangrante de tantas vidas “enfermas” y e incluso con enfermedades terminales, la Iglesia de Cristo, la Iglesia que preside Francisco hoy, sería más creíble y necesaria.
Es a partir de la misericordia de Dios como llegamos al hombre. Es por eso que todo encuentro honesto con la realidad existencial del hombre sucede bajo el signo de la misericordia. La alternativa es la misericordia o el juicio. Y la Iglesia no está aquí para juzgar, condenar, reprochar o rechazar a nadie, sino para abrazar como en un hogar donde reina el amor para todo el que lo necesite.
2.2. El Punto de Encuentro: la miseria humana
Francisco explica que la misericordia de Jesús hacia el hombre no es tanto un sentimiento como una fuerza. Lo dice de esta manera, “se trata de una fuerza que da vida, que eleva al hombre! (…) Esta compasión es el amor de Dios por el hombre, es la misericordia, la actitud de Dios en contacto con la miseria humana, con nuestra pobreza, nuestro sufrimiento, nuestra angustia” (Ángelus, 9 de Junio de 2013).
No es una simple armonía emocional de acuerdo a sentimientos altruistas, sino una real asunción y posesión de la miseria del hombre por Dios. Cuando Cristo fue encarnado por el Espíritu Santo de la Virgen María, y se hizo hombre (cf. Credo de Nicea), tomó como suyas toda la realidad de los seres humanos, todas sus miserias, para redimirlos y salvar lo que estaba perdido. Lo hizo de manera que donde había una persona condicionada por su propio entorno existencial, donde la vida pesa y la existencia duele, donde la depresión y el absurdo se destacan, el amor de Dios llega, repitiendo lo que el Papa dijo: “la actitud de Dios en contacto con la miseria humana, con nuestra pobreza, nuestro sufrimiento, nuestra angustia” (idem). Dios no se ausenta del hombre. Al contrario, movido por la misericordia, tiene una cita eterna con él para sanar su miseria y proclamar acerca de cada vida y cada historia una nueva esperanza hecha de perdón, comprensión y ternura profunda. Este tipo de Dios quiere este tipo de Iglesia.
Por lo tanto, seguir a Jesús no significa participar en un cortejo triunfal. Significa compartir su amor misericordioso, para entrar en su gran obra de misericordia para todos y cada uno de los hombres.
2.3. El Punto Final: La Iglesia de la Misericordia
Caminamos como Iglesia hacia una renovación profunda y global. Para que esta renovación sea sinceramente católica, debe abarcar todas las dimensiones históricas de la Iglesia.
En concreto, no hay una verdadera renovación eclesial sin una transformación de las instituciones; de la calidad y el enfoque de las actividades; de lo místico y lo espiritual. Por lo general, la renovación comienza con actividades pastorales. Porque es allí donde se experimentan principalmente las inconsistencias entre un cierto “modelo” de Iglesia y la realidad. Los misioneros, los que evangelizan en los “márgenes” de la Iglesia, son los primeros en darse cuenta de la insuficiencia de las formas “tradicionales” de acción; la crítica pastoral comienza con la experiencia de la misión en las “periferias”. Los cambios y ajustes comienzan allí.
Después del Concilio Vaticano II, cambiaron los métodos y contenidos de la evangelización y la educación cristiana. La liturgia cambió: se adoptó los idiomas locales, algunos rituales y símbolos cambiaron, se tomó medidas para una mayor participación, etc. Cambió la perspectiva misionera: el misionero debe conocer la cultura, la situación humana; debe establecer un diálogo evangelizador con esas realidades. La “acción social” cambió, ya no es solo servicios de caridad y de desarrollo, sino también lucha por la justicia, los derechos humanos y la liberación.
Por coherencia cristiana, se contemplaron simultáneamente ciertos cambios institucionales y organizativos: nuevas funciones requieren de nuevas instituciones que se adecuen a ellas.
El Concilio impulsó renovaciones institucionales, siguiendo la lógica del Espíritu. Estas reformas abarcan todos los niveles de la organización eclesial: las congregaciones religiosas o sociedades misioneras, la Curia diocesana y Vaticana, las Conferencias Episcopales, Sínodos, parroquias, las pastorales, los presbiterados diocesanos, las instituciones laicales, la enseñanza de la teología, los seminarios, las escuelas católicas. Emergieron nuevas instituciones para el diálogo misionero: para el diálogo ecuménico, para los judíos, para otras religiones… Todo cambió en la Iglesia en consonancia con un modelo pastoral renovado.
Tal vez algunos pensaron que la renovación en la Iglesia era solo eso. Pero los cambios institucionales y funcionales -en sí mismos- resultaron insuficientes y superficiales. A veces crearon crisis y nuevos problemas innecesarios y profundos. Cualquier cambio en la Iglesia, eventualmente, requiere considerar una renovación de las motivaciones que las nuevas opciones inspiran. Sin motivaciones vivas, explícitas y profundamente arraigadas, ningún grupo humano, ninguna institución y ninguna sociedad puede sobrevivir durante mucho tiempo, mucho menos renovarse. Las motivaciones responden al “por qué” fundamental de las opciones, las demandas y de la misma razón de ser de la institución.
El Papa quiere llevar esta renovación de la Iglesia hasta un punto en que sea irreversible. El viento que impulsa las velas de la Iglesia hacia el mar abierto de su profunda y total renovación es la Misericordia.
Para la Iglesia, las motivaciones son más que esenciales; son su sello de identidad. El “por qué” de su organización y acción no se puede explicar de manera decisiva por las ciencias humanas o la racionalidad histórica pura: se refieren a Jesús y su Evangelio como motivación global, indispensable y predominante. Es la motivación del Espíritu. Por lo tanto, hablar de motivaciones en el cristianismo es hablar de la mística, de la espiritualidad.
La renovación institucional y funcional de la Iglesia requiere una renovación de su dimensión mística. Y en las raíces de la mística está la misericordia.
2.4 El Materno Corazón de la Misericordia
La espiritualidad católica en la historia, por su misma naturaleza encarnada, nunca se lleva a cabo como una “actividad” aislada de lo pastoral, lo teológico, lo social o de las condiciones culturales. Como una de sus dimensiones -no la única- motiva a los creyentes a seguir a Jesús. Este seguimiento adquiere renovados matices, demandas y temas consecuentes con la misión y con la experiencia humana de los creyentes. Aunque la vida de Cristo y los Evangelios son siempre los mismos, las experiencias y las opciones que inspiran son siempre históricas.
La espiritualidad no es una ciencia ni una praxis más en la Iglesia. Es el “alimento” de la pastoral, la teología y la comunidad, cualquiera que sea su “modelo”.
Cuando esto fue olvidado por el proceso de renovación eclesial, se provocó “esquizofrenia” en algunos cristianos, que es una de las causas de muchos fracasos. En poco tiempo, estas consecuencias progresaron en todos los niveles de la renovación. Y produjeron cambios en muchas categorías pastorales, teológicas y disciplinarias. La imagen y la misión de la Iglesia cambiaron. Del mismo modo, su concepto que relacionaba la fe con la historia y la sociedad cambió; por lo tanto, las opciones sociales y políticas se volvieron más importantes.
En este contexto, no hubo renovación mística y la mística permaneció “tradicional”, en consonancia con otra visión de la fe y de la misión, e inconsistente con las nuevas experiencias eclesiales.
En este contexto, la espiritualidad no motiva, se vuelve irrelevante. Termina siendo percibida como un apéndice inútil y acaba por ser abandonada, ya que una mística que no nutre la experiencia humana deja de tener sentido; una espiritualidad que es ajena al modelo eclesial que se está viviendo conduce a la crisis de cristiana “esquizofrenia”. Muchos abandonos de la vida eclesial, e incluso de la fe, tienen sus raíces allí. La única respuesta no está en el abandono de toda mística o al revertir la renovación de las instituciones u opciones (por temor a un colapso de los valores cristianos), sino en la profunda renovación de la fe y la espiritualidad a partir del amor para alcanzar la misericordia. Eso es lo que quiere el Papa.
En ese sentido, el 28 de julio de 2013, Francisco dijo (habla):
“La Iglesia da a luz, amamanta, hace crecer, corrige, alimenta, lleva de la mano… Se requiere, pues, una Iglesia capaz de redescubrir las entrañas maternas de la misericordia. Sin la misericordia, poco se puede hacer hoy para insertarse en un mundo de “heridos”, que necesitan comprensión, perdón y amor. “.
El 9 de diciembre de 2014, en la Capilla de Santa Marta escuché al Papa decir fuerte y claro lo que voy a compartir ahora: “Yo me pregunto, ¿cuál es el consuelo de la Iglesia? Del mismo modo que una persona es consolada cuando siente la misericordia y el perdón del Señor, así la Iglesia se alegra y es feliz cuando sale de sí misma. En el Evangelio, el pastor que va a buscar a la oveja perdida –podría llevar una contabilidad como un buen hombre de negocios. [Pudo decir]: ´Noventa y nueve ovejas, si pierdo una no hay problema con el balance entre ganancias y pérdidas. Sigue favorable, podemos salir adelante´. Pero no, tiene corazón de pastor; sale y busca [la oveja perdida] hasta que la encuentra, y recién en ese momento es feliz y puede celebrar”.
“Cuando la Iglesia no lo hace, entonces se frena a sí misma, se cierra en sí misma, incluso si está bien organizada -con un organigrama perfecto y todo en orden- carece de alegría y le falta paz; se convierte en una Iglesia descorazonada, ansiosa, triste, una Iglesia que se parece más a una solterona que una madre, y así no funciona, es una Iglesia de museo. La alegría de la Iglesia es la de dar a luz; la alegría de la Iglesia es salir de sí misma para dar vida; la alegría de la Iglesia es salir a buscar la oveja perdida; la alegría de la Iglesia es precisamente la ternura del pastor, la ternura de la madre”.
“Que el Señor nos conceda la gracia de trabajar, de ser cristianos, alegres en la fecundidad de la Madre Iglesia, y guardarnos de caer en la actitud de estos cristianos tristes, impacientes, desconfiados, ansiosos, que tienen todo perfecto en la Iglesia, pero no tienen ‘niños’. Que el Señor nos consuele con el consuelo de una Iglesia Madre que sale de sí misma y con el consuelo de la ternura de Jesús y Su misericordia en el perdón de nuestros pecados”.
Estas palabras del Papa acompañada de gestos que hablan de coherencia. Sus acciones y su armonía con los que necesitan consuelo son pequeñas piezas de encíclicas, es un itinerante “Magisterio del Papa”, son gestos proféticos que despiertan admiración y causan la santa emulación de lo que hace, porque lo hace como lo hizo Cristo y Pedro resumió en la casa de Cornelio: ” A Jesús de Nazaret lo ungió Dios con Espíritu Santo y poder: discurrió haciendo el bien ” (Hechos 10: 38).
3. Dar testimonio de la misericordia de Dios es comprometerse con el hombre
El mejor testimonio de caridad y misericordia se encuentra sobre todo en los santos, en su alto grado de vida cristiana y en la madurez de la idea viva de Dios. El Dios amado y adorado por los santos se revela a sí mismo gradualmente acompañando la fidelidad y el crecimiento contemplativo del creyente [“nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre, y quién es el Padre, sino el Hijo y aquél a quien el Hijo decida revelárselo” (Lucas 10: 22).].
El Dios de la Biblia no es el Dios de la teodicea o de la racionalidad pura: es un Dios que se ha de encontrar, que tiene que ser recibido como un don y como una revelación. Es un Dios diferente… El Dios cristiano no es precisamente el Dios de los filósofos, de la lógica y de los teístas. Sólo creer en Dios no te convierte en un cristiano. Un cristiano es alguien que ha descubierto el Dios bíblico; el Dios de Abraham, de Moisés, de los profetas, que se reveló en plenitud en el Dios de Jesús. A través de la historia de la salvación, hay una revelación gradual de la cara del Dios único y verdadero.
El camino de la conversión pastoral de la Iglesia hoy es guiar a las personas y las culturas a través de esa revelación gradual, aunque en diferentes contextos y experiencias. Nada revela a Dios más que el amor. Por lo tanto, Francisco dice (discurso del 14 de noviembre de 2013) que “la tarea principal de la Iglesia es dar testimonio de la misericordia de Dios y animar a reacciones generosas de solidaridad con el fin de abrir un futuro de esperanza. Porque donde la esperanza aumenta, también crece la energía y el compromiso con la construcción de un orden social más humano y justo, y emergen nuevas posibilidades para el desarrollo sostenible y saludable “.
3.1 Los cristianos de Tiempo Completo
Algo notable ocurrió por primera vez en el Sínodo sobre la Familia (octubre de 2014): Había como dos Sínodos porque fuera del recinto donde estaban reunidos los Padres sinodales, hubo un Sínodo mediático que expresó una intención perversa de confundir opiniones, inventar respuestas, imaginar soluciones y exagerar las posiciones de los que estábamos reunidos allí; en cambio, en el interior de la sala de trabajo se desarrolló un Sínodo fascinante, sereno, cordial, lleno con unción y fe, buscando llegar a un acuerdo y responder a las cuestiones esenciales de la familia y el matrimonio.
Muchos identificaron como como temas únicos y fundamentales, cuestiones que eran meramente secundarias. Por ejemplo, no hablamos solo de dar “comunión” a los cristianos vueltos a casar -que era un argumento colateral, nunca fue esencial. Lo que realmente se dijo, y repito y enfatizo, es que las realidades de familias disueltas y reconstruidas no son un impedimento para vivir y participar en la vida abundante de la Iglesia; que la “comunión sacramental” no es la única forma de vital participación en la dinámica pastoral de la comunidad parroquial y que cada pareja cristiana que busca a Dios lo va a encontrar porque Él siempre se deja encontrar; y que cada cristiano vuelto a casar puede ser un a cristiano a tiempo completo, y tiene derecho a ser feliz, y su casa puede llegar a ser también un lugar donde el amor de Dios es testimoniado.
Para mí, no hay un “lugar en el sótano” de la Iglesia para los católicos que han querido reconstruir sus vidas volviéndose a casar, a pesar de que no pueden recibir el Sacramento de la Comunión; no hay un rincón en el ático para los inmigrantes que no tienen documentos en orden y quieren preparar a sus hijos en los sacramentos de la iniciación cristiana; no hay una ventana especial en el Cielo para ayudar a aquellos que han dejado la Iglesia Católica y se han ido a otros lugares en busca de la calidez, el refugio y el respeto que su madre no ha sido capaz de proporcionar.
Todos estos son desafíos a nuestra conciencia y una demanda fuerte y exigente a nuestras rígidas y estrechas prácticas parroquiales . Por eso, el Papa plantea evitar convertir a la parroquia y oficinas episcopales en “aduanas”. Y tiene toda la razón. (Santa Marta 25 de mayo de 2013). Para recordar el mensaje completo, cito: “Muchas veces somos controladores de la fe en lugar de ser facilitadores de la fe de la gente”. En la homilía, transmitida por Radio Vaticana, el Papa argentino mencionó a un sacerdote que se negó a bautizar al hijo de una madre soltera “esta chica tuvo el coraje de completar su embarazo (…) ¿y qué fue lo que encontró? una puerta cerrada”, afirmó el Papa.
Nadie está excluido de la Iglesia de Cristo. Hay un lugar para todos, para los migrantes, para los que abandonaron un día la Iglesia y pero regresaron convencidos de que pueden quedarse para siempre, para los divorciados vueltos a casar, para los pobres, para todo el mundo. Dentro de estas categorías caen los que Francisco llama “los insignificantes”, cuando anima: “La Iglesia debe salir de ella misma. ¿Para ir a dónde? A las periferias de la existencia, estén donde estén. Si salimos de nosotros mismos encontramos la pobreza. No podemos soportarlo! No podemos ser cristianos almidonados, aquellos cristianos educados que hablan de cuestiones teológicas, mientras disfrutan tranquilamente de su té. ¡No! Debemos llegar a ser cristianos valientes e ir en busca de las personas que son la misma carne de Cristo, los que son la carne de Cristo! (Vigilia de Pentecostés, 18 de Mayo de 2013).
3.2 La cultura del Bien
Las palabras del Papa sonaron fuerte cuando dijo: “Sed hombres y mujeres con los demás y para los demás: verdaderos campeones al servicio de los demás” (2 de diciembre de 2013). Después de esto, el Santo Padre nos dice algo fundamental; tres puntos que quiero compartir con ustedes hoy para terminar esta charla: “En su sociedad, profundamente marcada por la secularización, los animo a estar presentes en el debate público, en todas las áreas en las que el hombre está en cuestión, para hacer visible la misericordia de Dios y su ternura hacia toda criatura. Sí, queridos amigos, que sea una tarea y compromiso trabajar con valentía y heroísmo ‘donde el hombre está en cuestión’. Sólo de esa manera vamos a dar testimonio de la misericordia de Dios, la misericordia que es el amor -y el amor que comienza en el hogar”.
El aspecto encarnado de la espiritualidad, que convierte la vida en un humanismo trascendental según el Espíritu, es lo que sienta las bases para la mística cristiana. Se centra en la búsqueda de Dios a través de Jesús, pero también se centra en el hombre y la búsqueda del amor fraterno. Vive con la esperanza de que el Reino no tendrá fin, pero se centra completamente en las tareas del Reino en la historia y en la sociedad. Recibe la fe como un don de Dios, irrestringible a cualquier experiencia humana, pero sabe que la fe toma diversas formas y demandas según las culturas, los retos de la sociedad y el compromiso individual, y que todo compromiso humano o cristiano debe ser también un lugar para la experiencia de Dios.
Desde luego, el “lugar” privilegiado en el que la misericordia de Cristo se encarna y se convierte en práctica es en el amor a los hermanos y hermanas, y en el amor preferencial por los pobres y los que sufren. La realidad temporal que resume todas las encarnaciones de la mística, todo el realismo del espíritu cristiano, y que reúne todas las exigencias de la práctica de la fe y el amor, es el hermano, es el pobre. El Dios escondido en el rostro de nuestros hermanos es la experiencia suprema de la encarnación y practicar la misericordia es su sello definitivo porque “la misericordia es la verdadera fuerza que puede salvar al hombre y al mundo” (15 de septiembre de 2013).
Aquí el video con la conferencia completa: (en Inglés – puede tardar 1 minuto en cargar)
Fuente:
Web del Centro Markkula de Ética Aplicada (Universidad de Santa Clara). Traducción de Buena Voz.