El Reino de Dios como una gracia, no como una recompensa
11.00 p m| 5 ago 14 (MENSAJE/BV).- Las parábolas de Jesús funcionan como historias imaginarias que apuntan a una posibilidad profunda y desconocida, que algún día hemos de encontrar. A veces, el catecismo los reduce a fórmulas moralizantes sobre cómo la gente se tiene que comportar para no ir al infierno. Pero Jesús tenía otra intención. Su idea era abrir los ojos del pueblo de Dios a una realidad completamente nueva e inesperada. Las parábolas son las semillas del Reino. Es eso lo que Jesús ha querido sembrar. Una reflexión de Nathan Stone publicada en la revista Mensaje.
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El Reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo. El que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, vende todo lo que tiene para comprar el campo aquél (Mateo 13:44).
El pueblo suele entender el Reino como la recompensa entregada a los pocos que logran vivir sin cometer pecados. A cambio de grandes sacrificios personales, esperan recibir su premio final. Se entiende como un camino de austeridad, tristeza y privación, un negocio que podría resultar, con mucha suerte, en la hora de nuestra muerte, amén.
En consecuencia, se vive el cristianismo como una obligación necesaria pero desagradable. El cristiano lucha consigo mismo para alcanzar la perfección en sus asuntos personales (sin jamás preocuparse por los demás). Se obsesiona por controlar sus impulsos, por distanciarse de todos los contaminantes inevitables en el mundo real, por aislarse de los pecadores en un espacio puro y sin mancha. Su religión es una eterna cuaresma. Su fe es una carga pesada para ser soportado porque la alternativa es peor.
Si el cristianismo es principalmente un negocio para obtener recompensa celestial para sí mismo, entonces, ¿qué pasa con los no recompensados? El misterio de esa religión, poco a poco, comienza a girar en torno al infierno, al castigo eterno, y el miedo a ser arrojado ahí por un Dios justiciero y cruel que no perdona a los pecadores porque arruinaría el negocio.
La parábola del tesoro ha sido secuestrada para dar testimonio en favor de esa religión de recompensa y retribución. Catequistas y predicadores señalan la obligación de vender todo para comprarse una entrada. Es curioso, porque el mensaje de Jesús es la misericordia infinita y el amor incondicional de su Padre. Según esta versión, las condiciones son infinitas y la misericordia, un recurso escaso. Amor, no hay.
El cristiano católico sobre todo (no así los hermanos luteranos) suele creer que se tienen que ganar el cielo, porque nada es gratis en este mundo. Y apuntan para la parábola del tesoro como fundamento. “Ganarse el cielo”, sin embargo, es una herejía. Fue condenado por el Concilio de Orange en el Siglo IV. El pueblo se salva por la gracia de Dios, no por sus esfuerzos. Es bueno esforzarse, para amar infinitamente como Dios ama, pero hasta el mismo Santo Tomás (siglo XIII) dijo que todo esfuerzo humano es también gracia de Dios (Summa, I-II, 114). Todo sale de Dios y nos lleva hacia él.
El horizonte de la parábola del tesoro se encuentra en el libro de Isaías. El Señor dice a su pueblo, Tú eres precioso (un tesoro) a mis ojos, porque yo te amo. Entrego reinos enteros para rescatarte (Isaías 43:1-4). El pueblo es el tesoro que se ha perdido. Es el Señor que da todo lo que tiene para recuperarlo.
Tenemos también la parábola de la oveja perdida. El buen pastor deja todo lo que tiene para ir a rescatarla (Lucas 15:1-4). Tanto amó Dios al mundo que entregó todo lo que tenía, su hijo, para salvarlo (Juan 3:15). No se trata de comprar indulgencias con penitencias y limosnas, sino dejarse rescatar por un amor implacable. Por eso, la alegría.
Luego, delante de Cristo, puesto en la cruz, considero cuánto ha hecho él por mí. Y desde ahí, me pongo a pensar, ¿qué he hecho yo por Cristo? ¿Qué hago por Cristo? ¿Qué podría hacer yo por él? Para agradecer con mi vida por tanto amor recibido. Ahí entra mi esfuerzo. Doy todo lo que tengo, no para merecer mi recompensa futura, sino para agradecer por haber entrado ya al Reino sin haberlo merecido.
El Reino no es un lugar donde van los muertos sin mancha ni defecto (si fuera por eso, no va nadie). El Reino es la patria alternativa donde nada es negocio porque todo es gratis. Es el estado de la generosidad total. Cuando entras ahí, sabrás que es cierto porque alguna vez lo habrás contemplado en una parábola de Jesús.
Fuente:
Revista Mensaje