‘Está en nuestras manos’: Un homenaje a Nelson Mandela

Un homenaje a Nelson Mandela

11.00 p m| 10 dic 13 (THINKING FAITH/BV).- Gilbert Mardai SJ rinde homenaje a este “apóstol de la justicia”, cuyo ejemplo de coraje, paciencia y saber perdonar en su “largo camino hacia la libertad” son una inspiración para los cristianos y para todos los que anhelan un mundo más justo y más humano. Artículo del archivo de Thinking Faith, publicado en el 2008, inspirado en la celebración por su cumpleaños número noventa.

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El 18 de julio de 1918, África y el mundo fueron bendecidos con el nacimiento de Rolihlahla en un pequeño pueblo a orillas del río Mbashe en la provincia de Transkei. El nombre Rolihlahla en Xhosa significa “tirar de la rama de un árbol”, pero su significado coloquial con más precisión sería “el que causa problemas”.

Shakespeare escribió: “¿Qué hay en un nombre?” ¡Y cómo se aplica eso para Rolihlahla! Para el régimen de apartheid en Sudáfrica en la década de 1950 y comienzos de 1960, Rolihlahla era de hecho un elemento perturbador. Tanto fue el “problema” que hizo por la justicia que en la mera mención de su nombre emociones conflictivas agitaban a las personas como al presidente P.W. Botha. Para silenciarlo, fue arrestado y encarcelado. Esta medida tuvo poco o ningún efecto porque el mundo se pronunció contra el apartheid y por la libertad de este hombre en prisión.

¿Quién hubiera pensado que Rolihlahla iba a ser la persona tan conocida hoy, tanto por jóvenes y viejos, ricos y pobres, oprimidos y libres, enfermos y sanos? Nelson Rolihlahla Mandela, un extraordinario ser humano. El mundo entero celebra la vida de un hombre que ha entregado sus 90 años en una lucha por la justicia. Debe ser llamado el “apóstol de la justicia”, por la causa que estaba dispuesto a morir antes que hacer la vista gorda ante las atrocidades cometidas por el régimen del apartheid en Sudáfrica. Fue encarcelado en Robben Island durante veintisiete años y medio. En lugar de ver estos años como una época en que sus esperanzas se hicieran añicos para siempre, los vio como su “largo camino hacia la libertad”.

El nombre de Mandela en Robben Island fue “46.664” -y el prisionero número 466 en 1964. Pero el mundo no redujo su identidad a un simple número, era Mandela, Nelson Mandela. Celebramos este año el 90 aniversario de un hombre extraordinario, un apóstol de la justicia. ¿Quién hubiera gustado pasar más tiempo en la cárcel, como Robben Island tras veintisiete años y medio? Y, sin embargo, cuando F.W. de Klerk anunció a Mandela el 9 de febrero 1990, que iba a ponerlo en libertad de la cárcel al día siguiente, Mandela preferió tener una semana de anticipación. Necesitaba tiempo para notificar a su pueblo de su puesta en libertad, y quería ser liberado con dignidad, no con prisa.

Él escribe: “Después de esperar veintisiete años, ciertamente podía esperar siete días”. Más extraordinario fue su deseo “de ser capaz de decir adiós a los guardias que lo vigilaron y pidió que ellos y sus familias lo esperen en la puerta principal, para agradecerles individualmente”. De hecho, diez mil días en prisión formaron un apóstol de la justicia, porque la justicia implica respeto, el respeto total por la dignidad de todos los seres humanos.

Una nueva vida apenas comenzaba. Tan pronto como salió por la puerta, se encontró con una multitud rugiente. Mandela escribe:

“Cuando estaba entre la multitud, levanté el puño derecho, y se escuchó un rugido. No pude hacer eso durante veintisiete años y me causó una oleada de fuerza y alegría. Estuvimos entre la multitud algunos minutos antes de saltar de nuevo en el coche y conducir hacia Cape Town. Aunque me dejó contento el tener una recepción de ese tipo, estaba enfadado porque no me dieron la oportunidad de decir adiós al personal de la prisión. Mientras avanzaba a través de las puertas para llegar al coche, me sentí -incluso a la edad de setenta y un años- que mi vida estaba empezando de nuevo. Mis diez mil días de encarcelamiento al fin habían terminado”.

Las primeras palabras que Mandela habló a la gente en la manifestación en el Grand Parade en Cape Town marcaron el comienzo de la vida en libertad de un apóstol de la justicia, dedicando su vida a una lucha por la libertad para todos. Él dijo:

“Amigos, camaradas y compañeros sudafricanos. Les saludo a todos en nombre de la paz, la democracia y una libertad para todos. Estoy aquí ante ustedes, no como un profeta sino como un humilde servidor, para el pueblo. Sus incansables y heroicos sacrificios han hecho posible que yo esté aquí hoy. Por lo tanto, pongo los restantes años de mi vida en sus manos”.

Estas palabras fueron pronunciadas en 1990, dos años después del concierto Free Nelson Mandela celebrado en Londres. Dijo que estaba colocando los años restantes de su vida en las manos de sus amigos y compañeros sudafricanos. Con esas palabras Mandela se comprometió a hacer suyos los problemas y las luchas de su pueblo, las víctimas del opresor régimen del apartheid. Dieciocho años han pasado desde que pronunció esas palabras. Cuatro de esos años los pasó en la campaña para acabar con el apartheid. Cinco años los pasó en la oficina del presidente, con la responsabilidad de dirigir una nación democrática naciente.

En el 2008, Nelson Mandela está de vuelta en Londres después de haber pasado nueve años como un simple ciudadano de Sudáfrica, pero dedicado a la lucha contra el VIH / SIDA a través de la campaña 46664. Sin embargo, él no quiere ser visto como un profeta, ni como un mesías. Mandela se ve a sí mismo como “un hombre corriente que se convirtió en líder debido a circunstancias extraordinarias”.

En tales circunstancias extraordinarias un apóstol de la justicia apareció entre nosotros. Comprometido con la justicia y la libertad para todos, dedicó toda su vida a esta noble causa. En palabras que recuerdan a las del apóstol Pablo, “He terminado la carrera”, en el anochecer de su vida, a Timoteo (2 Timoteo 4:6-8), Mandela escribe:

“He caminado ese largo camino hacia la libertad. He tratado de no flaquear; cometí errores en el camino. Pero he descubierto el secreto que después de escalar una gran colina, sólo encuentras que hay muchas más colinas por escalar. Me he tomado un momento para descansar, para tener una vista de todo lo glorioso que me rodea, para mirar hacia atrás la distancia que he recorrido. Pero puedo descansar sólo por un momento, porque con la libertad vienen las responsabilidades, y no me atrevo a detenerme, puesto que mi larga caminata aún no ha terminado”.

Mandela probablemente no estaba en el anochecer de su vida por esos días. Pero él había “recorrido ese largo camino hacia la libertad”, una cierta distancia. Al igual que Moisés, él fue capaz de subir a la cima de una colina y mirar hacia atrás la distancia recorrida y darse cuenta que aún hay que cubrir. Londres fue sede de un concierto en Hyde Park el 27 de junio de este año para desear a Mandela un feliz cumpleaños. ¡Fue una fiesta! Se le veía frágil, pero sin dejar de caminar y decidido a dar una sonrisa a todos los que estaban reunidos en el parque y a los espectadores de todo el mundo, Mandela hizo un gesto con la mano para saludar a la gente e hizo una pausa para dar un mensaje. Esta vez se trataba de un mensaje de un hombre en la noche de su vida, y un mensaje que resonará a través de todo el mundo durante muchos años por venir. Esto es lo que dijo:

“Amigos, hace veinte años, Londres fue sede de un concierto histórico que clamó por nuestra libertad. Sus voces viajaron a través del agua y nos inspiraron en nuestras distantes celdas. Esta noche podemos pararnos delante de ustedes, libres. Nos sentimos honrados de estar de vuelta en Londres por esta maravillosa ocasión y celebración. Pero aún cuando celebramos, recordemos que nuestro trabajo aún está lejos de terminar. Donde hay pobreza y enfermedad, incluyendo el SIDA, donde se oprime a los seres humanos, hay más trabajo por hacer. Nuestro trabajo es por la libertad para todos. Amigos, y todos los espectadores en todo el mundo, por favor sigan apoyando nuestra campaña 46664. Nosotros decimos esta noche después de casi 90 años de vida, es el momento que nuevas manos empiecen a levantar la carga. Está en sus manos ahora. Les doy las gracias”.

Con esas palabras, el gran apóstol de la justicia, “un humilde servidor”, se despidió de la arena pública como un hombre libre, esta vez sin levantar el puño, pero agitando una mano. Cuando salió de la Robben Island, dijo a la gente reunida en Cape Town, “por lo tanto, pongo los restantes años de mi vida en sus manos”. Con esas palabras entró en la arena pública como un hombre libre, y, a sus setenta y dos años de edad, un hombre muy fuerte por cierto.

Dado que el trabajo está lejos de ser completado, ahora lo coloca en nuestras manos -“está en sus manos ahora”. Con estas palabras se confirma el derecho de los pobres, los enfermos y los oprimidos de tomar el futuro en sus manos y nuestro deber de dar testimonio de la justicia, en primer término siendo nosotros mismos. Ha llegado el momento de cambiar el curso de la historia. Parece oportuno recordar las palabras de Ignacio Ellacuría, un teólogo de la liberación jesuita martirizado en 1989 por los militares salvadoreños por su abierta crítica a las injusticias en El Salvador. Dio este discurso el 6 de noviembre de 1989 y resulta que este fue su último discurso:

“Junto con todos los pobres y oprimidos del mundo, necesitamos una esperanza utópica para animarnos a creer que podemos cambiar su curso, luego subvertirla y ponerla en marcha en otra dirección. En otra ocasión he hablado de un ‘análisis coprohistorical’, es decir, el examen de las heces de nuestra civilización. Este examen parece indicar que nuestra civilización está muy enferma. Para escapar de un pronóstico tan grave, hay que tratar de cambiar desde dentro”.

Ellacuría dijo estas palabras hace casi veinte años, pero poco ha cambiado en el mundo de hoy. Lo que tenía en mente eran males tales como “la pobreza, la explotación, la brecha escandalosa entre ricos y pobres, la destrucción ecológica, así como la perversión de avances en la democracia y manipulación ideológica de los derechos humanos”. Si estos males no se superan, es difícil ver cómo hoy en día el mundo puede escapar del pronóstico de Ellacuría.

No es de extrañar, pues, que Mandela nos dice que “hay más trabajo por hacer”. Este trabajo no puede ser hecho en silencio. En un mundo donde la violencia y la delincuencia son cada vez más desenfrenadas, es responsabilidad de todos hablar fuerte y en contra de la vida que conduce a la deshumanización, pero más importante aún es la responsabilidad de toda persona a examinar nuestro estilo de vida y elegir cuidadosamente el tipo de valores que queremos promover.

En lo que va de este año, 21 adolescentes han sido víctimas de muertes violentas en las calles de Londres. Cuando Jimmy Mizen, de 16 años, fue apuñalado hasta la muerte en la tienda de un panadero en Lee, al sureste de Londres, el 10 de mayo de 2008, todo el mundo empezó a hacer preguntas: ¿Qué está pasando? ¿Qué ha salido mal en nuestra sociedad? El padre de Jimmy dijo:

“La gente está diciendo que algo debe hacerse. Me pregunto qué tan vano es, más y más leyes. Tal vez todos tenemos que mirarnos a nosotros mismos y mirar los valores que nos agradarían y las respuestas a las situaciones de nuestra vida. A veces podríamos ser atraídos hacia ciertas caminos de vida. Es nuestra elección, pero el cambio tiene que venir de todos nosotros. Estén atentos a los demás, cuidamos el uno del otro, y miren hacia el tipo de valores que necesitamos para vivir”.

De hecho, la elección es nuestra y el cambio tiene que venir de todos nosotros. Y, como el Provincial de los jesuitas, el P. Michael Holman escribió recientemente, “podemos prohibimos cuchillos, aumentar las penas y la compra de detectores de metales, pero son soluciones superficiales a un mal más profundo que en muchos aspectos de nuestra sociedad se resiste a abordar”. Un mal más profundo de hecho: si Londres no es suficiente, pensar en Afganistán, Irak, Somalia, Darfur, Zimbabwe, y la lista sigue -la evidencia inquietante de un mundo deshumanizado .

Con su ejemplo de vida, la total dedicación y compromiso por la causa de la justicia, Mandela nos ha mostrado lo que significa hacer la diferencia en el mundo. Si con tanto lío que hizo Mandela logró encaminar cambios en Sudáfrica, entonces hacer problemas vale la pena. Nuestro mundo de hoy necesita la mayor cantidad de “alborotadores” como sea posible -hombres y mujeres, motivados por la misma dedicación y compromiso como Rolihlahla- para empezar a hacer una diferencia. Por supuesto, esto es más fácil decirlo que hacerlo, pero los conciertos y las fiestas que se celebran en honor de este gran apóstol de la justicia no significará nada si no se toman medidas concretas para realizar las promesas hechas en el escenario.

Tomemos en nuestras manos la tarea de hacer de este mundo un lugar mejor para vivir -un mundo de “humanidad humana”, donde la alegría, la creatividad, la paciencia, el arte y la cultura, la esperanza, la solidaridad y, sobre todo, el amor, sean los valores con los que vivimos. Ahora está en nuestras manos buscar el camino que lleva a la paz, para garantizar que los derechos humanos, la dignidad humana y la libertad de todos sean respetados en todas partes, y que los recursos del mundo sean generosamente compartidos. Está en nuestras manos cambiar el mundo.


Un breve perfil

Su primer, valiente acto de libertad se remonta a 1940 cuando descubrió que su familia, según una tradición aún en uso en África, había pactado su matrimonio. Mandela rechazó casarse con la mujer elegida, atrayéndose así la reprobación general. Aún ahora, en África no es fácil sustraerse a la voluntad del cabeza de familia, discutir la autoridad de los ancianos, violar las instituciones tribales. En esa época, era imposible si se quería seguir formando parte del clan y de la propia tribu. Mandela sólo podía quedarse y obedecer, o bien irse antes de sufrir un severo castigo y, en cualquier caso, el alejamiento forzado. Decidió huir. Volvió a Johannesburgo donde, ya privado del apoyo familiar, para poder vivir trabajó como guardia nocturno.

En 1943 consiguió inscribirse en la Facultad de Derecho de la University of Witwatersrand de Johannesburgo, único estudiande negro. Ese mismo año se unió al African National Congress, ANC, el partido nacido en 1912 para defender los derechos de la población negra, y en 1944 contribuyó a la fundación de la Liga juvenil del partido.

En 1948, con la victoria electoral del National Party, que gobernaría hasta 1994, el régimen de apartheid tomó definitivamente forma y Mandela, que entonces había empezado a ejercer la profesión de abogado, figuró desde el principio entre los personajes relevantes en la lucha contra la segregación racial. En 1952 fue elegido presidente del ANC en Transvaal. Entre 1952 y 1961 fue muchas veces arrestado por actividades sediciosas y liberado. Después, en 1962, fue acusado de sabotaje y conspiración para derrocar al gobierno y por tanto condenado a cadena perpetua.

Transcurrió en prisión 27 años, durante los cuales se convirtió en un mito, el símbolo de la lucha contra el apartheid. Liberado en 1990, también gracias a las presiones internacionales, Mandela fue elegido presidente del ANC que llegó a la victoria en 1994, cuando se celebraron las primeras elecciones democráticas en el país con el sufragio extendido a todas las etnias. En 1993, junto al presidente sudafricano Frederik Willem de Klerk, era distinguido con el Premio Nobel por la paz.

Elegido presidente de la república en 1994, formó un gobierno de unidad nacional, dio al país una nueva constitución, creó la Comisión verdad y reconciliación, encargada de indagar sobre las violaciones de los derechos humanos cometidas durante el régimen de apartheid, inició una reforma agraria y planes de lucha contra la pobreza y la potenciación de los servicios sanitarios. En 1999 rechazó optar a un segundo mandato presidencial, y como jefe del estado le sucedió Thabo Mbeki, a quien Mandela había ya cedido el cargo de presidente del ANC en 1997.

El mito de muchos líderes africanos, aclamados como héroes de la lucha por la independencia, venerados “padres fundadores” de sus naciones, no ha durado mucho: conquistado el poder, se revelaron después cínicos, irresponsables y desenfrenadamente corruptos, dispuestos a desencadenar guerras civiles e incluso genocidios para conservar el control del aparato estatal y acceder sin límites a las riquezas nacionales, sin importarles la suerte de sus compatriotas.

No fue así para Nelson Mandela, que ha conservado hasta el final el carisma y el aura que le rodearon durante décadas y una imagen discreta, moderada e íntegra también cuando su partido, el ANC, degeneraba, de escándalo en escándalo, y una lucha interna por el poder, hasta entregar el país al actual presidente, Jacob Zuma, elegido en 2009 a pesar de las acusaciones de corrupción, fraude y blanqueo de dinero sucio y una vida privada discutible, por decir poco.


La síntesis de su pensamiento y de su lucha

Son decenas las frases que se citan y recuerdan estos días extraídas de los discursos y mensajes de Mandela. Junto con su empeño en la Educación y la formación para que los niños y jóvenes sudafricanos puedan aspirar a un futuro mejor, hay una frase especialmente significativa de su lucha, de lo que ha sido y representa Madiba.

“He soñado con la idea de una democracia y una sociedad libre en la cual las personas vivan juntas en armonía y con igualdad de oportunidades. Es un ideal que quiero vivir para verlo hecho realidad. Pero si para ello es necesario… es un ideal por el que estoy preparado a morir”.

Estas declaraciones fueron realizadas desde el banquillo de los acusados y ante el tribunal durante el Proceso de Rivonia (1963 y 1964, en el cual diez líderes del Congreso Nacional Africano fueron juzgados por 221 actos de sabotajes dirigidos a derrocar el sistema vigente de disgregación racial conocido mundialmente como apartheid) que le llevaría a ser encarcelado durante casi tres décadas por el régimen del apartheid.

Almudena Grandes en El País escribía un epitafio a su figura, en el que poniendo de manifiesto las contradicciones entre las palabras y los hechos de los Gobiernos y políticos resaltaba que “el género humano produce dos tipos de individuos, los que dicen y los que hacen. Mandela fue un admirable representante de las personas que se explican con hechos, y por sus hechos su nombre brillará siempre. Algunas de las reacciones que su muerte ha desencadenado son, en sí mismas, inexplicables. Y sin embargo, pocas veces las personas que dicen y no hacen han llegado tan lejos en elocuencia. Así, en un túmulo de palabras vanas, han escrito un epitafio indigno de Nelson Mandela”, manifiesta la escritora.

Para saber más:

http://www.anc.org.za/index.php
http://www.nelsonmandelaonline.net/
http://www.southafrica.info/

Otros vínculos de interés:

¿Qué lecciones pueden aprender los políticos de la figura de Mandela?
Mandela: un compromiso de vida con los derechos humanos y contra la desigualdad racial
Nelson Mandela: la huella en la vida de los demás


Fuente:

“It is in our hands” – Publicado en el blog Thinking Faith

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