(Crisis o) Una nueva era para la fe (II)
6.00 p m| 27 jun 13 (VIDA NUEVA/BV).- La crisis de fe es cultural, provocada por el entorno en el que el ser humano se encuentra. No es tanto una actitud determinada contra ella, sino una atmósfera que ha terminado siendo una mentalidad. Esto hace que no pueda ser analizada en una dimensión exclusiva o unidireccional, y ni mucho menos puede ser achacada a la vida y pastoral de la Iglesia nacida del Concilio.
Aún con la posibilidad de analizar esta coyuntura o sus antecedentes lo más relevante sería descifrar si vivir en la fe será una posibilidad para el hombre en el futuro, cuando parece encaminado a satisfacer sus deseos por vías más mundanas y secularizadas. Buena Voz presenta la segunda parte del especial preparado por la Revista Vida Nueva.
Dos profetas de este nuevo tiempo: Nietzsche y Heidegger
Hay dos autores emblemáticos que profetizaron este “nuevo mundo”: Nietzsche y Heidegger. No por ser causantes de la situación, sino porque son verdaderos intérpretes de una circunstancia que ellos vieron nacer, constataron y de alguna forma profetizaron. El primero es el primer autor que de forma consciente se vuelve contra Cristo y el cristianismo. Y es que nosotros invertimos mucho tiempo y esfuerzo intentando comprender e integrar el ateísmo, pensando que se realizaba ante un dios falso, pero quizás es la respuesta dramática del hombre actual en plena conciencia, que decide libremente dar la espalda a Dios.
Y no solo por el pecado de los creyentes, sino precisamente por el núcleo de la revelación y de la fe. No podemos olvidar el ritmo dramático de la historia de la salvación tal y como se produce en la vida de Jesús y aparece bajo el signo del Apocalipsis. Cuanto mayor es la presencia de la luz, cuanto más auténtica y verdadera es, mayor es la voluntad de apagarla, de negarla, de volverse contra ella. ¿Es realmente esta la actitud de nuestra generación? No se sabe con certeza, pero hemos de ser conscientes de que es posible. Nos cuesta admitir que nos rechacen, y que nos rechacen no por nuestros pecados, sino con plena lucidez y conciencia por el Evangelio que anunciamos.
El otro autor es Martin Heidegger. El filósofo de Friburgo, analizando la existencia humana desde su constitutiva temporalidad, constata que el hombre se encuentra encerrado en sus límites en un mundo asfixiante, sin horizonte, destrozando el hogar de la naturaleza mediante el uso de la técnica y sin esperanza ante la verdad de su contingencia y finitud, ante el futuro ineludible de su muerte.
El mismo Heidegger no se contentó con diagnosticar la muerte de Dios y el final de la metafísica como fiel intérprete de Nietzsche. Su propósito es ya de una vuelta a una cultura pre-cristiana y pre-socrática en un contexto postcristiano. Aboga por la vuelta a un Dios divino y originario, sin fundamento, no conceptualizado por el hombre, a Dios como abismo antes de su conceptualización platónica y cristiana. No se sabe todavía cuál deba ser la interpretación adecuada. Si es una vuelta a los dioses paganos o la posibilidad abierta para el Dios divino y trascendente de la genuina revelación bíblica anterior a la especulación de la teología cristiana.
La sociología de la religión habla de una vuelta de lo religioso, de lo divino, de la espiritualidad. Esta situación es, al menos, un índice más de que el hombre no se conforma con vivir encerrado en un mundo finito sin esta dimensión religiosa, espiritual y trascendente. Es un buen punto de partida, que va más allá de la tesis clásica de la progresiva e imparable secularización del mundo y del corazón humano. Pero no es suficiente, pues toda esta vuelta de la religiosidad viene en neutro o sustantivado. Esta situación espiritual nos sigue mostrando una crisis de fe en Dios, una crisis de Dios en cuanto la fe en Él como real alteridad personal que me dirige una palabra, me provoca a una forma de vida, me exige una respuesta.
Una respuesta, una actitud ante la actual situación
¿Qué podemos hacer? En primer lugar, reconocer nuestra ignorancia. Debemos reconocer que no sabemos qué hacer. Creo que todavía no tenemos ni la teología ni las estructuras pastorales adecuadas para iniciar esta nueva evangelización de personas, de ámbitos, de contextos, de escenarios. No sabemos realmente lo que será eficaz, lo que perdurará en el futuro, lo que digan los cristianos de otras generaciones que fue decisivo para la evangelización. Pero reconocer la ignorancia no es un mal, sino solo el punto de partida.
Más allá de conocimientos exhaustivos y rigurosos de lo que nos está pasando o del tiempo en que vivimos, es tiempo de apostar sin saber del todo, no de una forma inconsciente e irresponsable, sino sabia, es decir, con humildad y valentía.
Es tiempo de ir más allá, sin tener absoluta certeza de triunfo o de fracaso. Esta sí ha sido la constante en los movimientos realmente trasformadores de sociedad y eficaces en la evangelización. Y siempre han nacido con dos notas esenciales: a contracorriente en la forma y en algunos de sus aspectos centrales, pero contemporáneos en el fondo. A contracorriente, porque seguir el Evangelio siempre pide conversión del corazón y de la cultura al Señor del corazón y de la cultura. Pero en profunda sintonía con los deseos y anhelos más profundos de una época.
Debemos ser concientes que la vida en estos tiempos se juega en escenarios donde lo cristiano no tiene prácticamente nada serio y decisivo que decir, por eso la nueva evangelización tiene como desafío fundamental que este Evangelio sea capaz de penetrar y ser decisivo en los nuevos areópagos en los que se vive la vida humana.
La fe como crisis, luz y nueva forma de vida
La misma fe es crisis y siempre provoca una crisis para la existencia y para la cultura. Hemos visto que la fe ya no puede ser una realidad heredada sin más, como un hecho cultural, sino que más bien nos pide que sea vivida como una gracia que provoca a nuestra libertad, para que, ante Dios y solo ante Él, nos decidamos. La fe es crisis porque desenmascara una realidad superficial y ficticia en la que el ser humano o una sociedad, incluso religiosa, quiere instalarse.
La fe también es luz. La fe no es solo creer sin ver, sino luz para ver en profundidad, más allá de la superficie de las cosas o de la banalidad a la que lleva de forma casi irremediable la cultura actual. No todo puede ser rápido, instantáneo e inmediato. Hay cosas que necesitan tiempo y maduración. Entre ellas, está la realidad de la fe, precisamente en su dimensión de luz. No es fácil y no viene de forma instantánea que adquiramos el sentido espiritual para descubrir la presencia de Dios en el mundo; verlo presente y actuando en todas las cosas, incluso dentro de una situación crítica y dramática como la nuestra.
Si queremos realmente sanar y quedar curados de esta enfermedad colectiva, tenemos que llegar a las causas de esta crisis cultural, política y económica que padecemos. Pero la fe no es solo ilustración para la razón o luz para los ojos, la fe es fuerza y fortaleza para soportar la vida en cualquier circunstancia; especialmente, cuando son negativas y difíciles de soportar. No porque nos haga eludir el dolor, sino porque nos ofrece una posibilidad más amplia de sentido, ya sea para entender las consecuencias de esa situación en carne propia o de forma solidaria en carne ajena y próxima.
Si la fe es crisis y es luz, es en realidad una nueva forma de vida, un traspaso de la existencia: de ser en sí y para sí, a ser en otro y para otro. La fe cristiana consiste en ser en Cristo, en la capacidad real de que uno pueda decir realmente que ya no es él el centro de su vida, sino que ese centro ha pasado a ser otro: Cristo; y, desde él, los hermanos por los que murió Cristo. Esta es la auténtica crisis de fe, la fe que pone en crisis nuestra existencia y nuestra cultura.
Extracto de pliego “Crisis de fe” ofrecido por la Revista Vida Nueva.