J.J. Tamayo: “La extrema derecha de Dios”
9:00 p.m. | 26 mar 21 (IL/RD).- En América Latina, EE.UU. y Europa estamos asistiendo a un avance de las organizaciones y partidos políticos de extrema derecha, que conforman un entramado perfectamente estructurado y coordinado a nivel global y que están en conexión orgánica con grupos fundamentalistas cristianos. Así explica el teólogo Juan José Tamayo lo que él denomina la “Extrema derecha de Dios”, caracterizada por una manipulación de la religión y una perversión de lo sagrado. Una propuesta que se alimenta del odio, lo fomenta entre sus seguidores y busca extenderlo a los demás. Una intención que nada tiene que ver con el origen y misión del cristianismo.
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En Colombia fracasaron los acuerdos de paz porque los evangélicos fundamentalistas y los católicos integristas hicieron campaña en contra, alegando que en ellos se defendían el matrimonio igualitario, el aborto y la homosexualidad. En la primera vuelta de las elecciones presidenciales de Costa Rica en 2018 ganó el pastor evangélico Fabricio Alvarado, con un discurso a favor de los “valores cristianos” y del neoliberalismo, y contra el aborto y el fallo de la Corte Interamericana de Derechos Humanos favorable al matrimonio entre personas del mismo sexo.
En Brasil, los partidos evangélicos fundamentalistas fueron decisivos en la reprobación de Dilma Rousseff y en la elección del exmilitar Jair Messias Bolsonaro como presidente del país. Son ellos realmente los que inspiran y legitiman su política declaradamente homófoba, sexista, xenófoba y antiecológica. El Gobierno de El Salvador parece seguir similares derroteros. En su toma de posesión el presidente de la República, Nayib Bukele, invitó a dirigir una oración al pastor evangélico argentino Dante Gebel, conocido por sus vínculos con pastores ultraconservadores de Estados Unidos. La diputada de Conciliación Nacional, Eileen Romero, presentó en la Asamblea Legislativa una moción para decretar la lectura obligatoria de la Biblia en las escuelas.
En Bolivia, los militares y los grupos religiosos fundamentalistas dieron un golpe de Estado contra Evo Morales, presidente legítimo, que colocó a las comunidades indígenas en el centro de su política social, cultural, económica y en la cartografía mundial. Y lo hicieron con la Biblia y el crucifijo para legitimar el golpe, lavar las muertes producidas por el mismo, confesionalizar cristianamente la política, negar la identidad de las comunidades indígenas, justificar la represión contra ellas y desprestigiar sus cultos, calificándolos de “satánicos”. Felizmente la ciudadanía devolvió la democracia a Bolivia en las elecciones del 18 de octubre, en las que el candidato del partido de Evo Morales, Movimiento al Socialismo (MAS), Luis Arce, ex ministro de Economía con Evo, obtuvo la mayoría absoluta en la primera vuelta con el 53% de los votos.
Tras los fenómenos aquí analizados producidos en diferentes países creo puede hablarse de una alianza cristo-bíblico-militar-neoliberal-patriarcal neofascista que actúa coordinadamente en todos los continentes, muy especialmente en América Latina, y utiliza irreverentemente el nombre de Cristo. Estamos ante una crasa manipulación de la religión y una perversión de lo sagrado que se alimenta del odio, crece e incluso disfruta con él, lo fomenta entre sus seguidores y pretende extenderlo a toda la ciudadanía y que nada tiene que ver con la orientación liberadora e igualitaria del cristianismo originario.
La Internacional cristo-neofascista ha cambiado el mapa político y religioso en Estados Unidos, está cambiándolo en América Latina y va camino de hacerlo en Europa. El salto a la política del movimiento religioso fundamentalista en alianza con la extrema derecha supone un grave retroceso en la autonomía de la política y de la cultura, en la secularización de la sociedad, en la separación entre Estado y religión, en la autonomía de la ciencia, en las políticas ecológicas y en la opción por las personas, los colectivos y los pueblos oprimidos.
El cristo-neofascismo no tiene intención de abandonar el escenario político y religioso. Ha venido para quedarse, posee un importante protagonismo en la agenda política internacional y está consiguiendo cada vez más seguidores. Utiliza irreverentemente el nombre de Cristo y defiende la “teología de la prosperidad” como legitimación del sistema capitalista en su versión neoliberal. Y, a decir verdad, lo hace con excelentes resultados: refuerza gobiernos autoritarios, derroca a presidentes elegidos democráticamente, da golpes de Estado enseguida legitimados por otros Estados y organismos internacionales, impide la aprobación de leyes en defensa de los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres, de los derechos LGTBI y de los derechos de la Tierra, encarcela a dirigentes políticos, etc.
¿Tendremos que resignarnos ante esta extrema derecha de Dios y sus violentas manifestaciones? En absoluto. Coincido con la intelectual alemana Carolin Emcke en su brillante ensayo “Contra el odio” en la necesidad de hacer un elogio de lo diferente y lo “impuro”, enfrentarnos al odio como condición necesaria para defender la democracia, adoptar una visión abierta de la sociedad y ejercer la capacidad de ironía y duda, de la que carecen los generadores de odio.
La construcción del discurso del odio
En su libro “La obsolescencia del odio” el intelectual pacifista alemán Günther Anders (1900-1992) considera que el vulgar y casi universalmente aceptado “Yo odio, por tanto, yo soy” u “Odio, por tanto, existo” es hoy “más verdadero que el famoso cogito ergo sum de Descartes”. El odio es “la autoafirmación y la autoconstitución por medio de la negación y la aniquilación del otro”.
En otras palabras, a través del odio a los otros, a las otras, y de la eliminación de las personas y los colectivos odiados, el que odia confirma su propia existencia conforme a este razonamiento: el otro no existe, por tanto yo existo como el único que queda. Sucede, además, que la aniquilación del otro a través del odio produce placer. Si la filosofía africana Ubuntu afirma: “Yo soy solo si tú también eres”, el discurso del odio dice: “Él no debe existir para que yo exista; él ya no existe, por tanto yo existo como el único que queda”.
El odio no surge de la nada, tiene un contexto histórico y cultural específico, unos motivos, unas causas, unos porqués. Recurriendo a la alegoría de Shakespeare, que hace suya la intelectual alemana Carolin Emcke, alguien tiene que haber elaborado la pócima que provoca la reacción del acérrimo y encendido odio. Son “unas prácticas y convicciones fríamente calculadas, largamente cultivadas y transmitidas durante generaciones” (Contra el odio, Taurus, 2019, 53), alimentadas por foros de debate, publicaciones, medios de comunicación, canciones, discursos, tertulias.
Estos medios propagadores del odio no presentan, por ejemplo, a las personas migrantes, refugiadas, desplazadas, gais, lesbianas, negras, musulmanas como lo que son: seres humanos, personas con los mismos derechos y dignidad que quienes los juzgan, gente pacífica, ciudadanas y ciudadanos normales respetuosos de las normas de convivencia, sino como gente atípica, extraña, fuera de lo normal, monstruosa, peor aún, como delincuentes, bárbaros, violentos, enfermos.
Nunca se reconocen sus valores, sus cualidades, su cultura, su laboriosidad, cuánto menos su situación de marginación social y discriminación cultural. Y si se reconoce, se justifica diciendo que se lo merecen. Hay aquí una reducción de la realidad, más aún, una construcción social de la realidad que no se corresponde con la realidad real. Los discursos creados y difundidos a través de estos cauces generan patrones arraigados en el imaginario social muy difíciles de de-construir.
Una vez inoculado el odio, se cree conocer a los que se odian y el conocimiento lleva a odiarlos aún más. Pero estamos ante un presunto conocimiento y ante un presunto odio, porque en realidad no se conoce a la persona que se odia. Se trata de un odio fantasmagórico, producido artificialmente, si bien resulta muy eficaz.Una de las características de las personas y los colectivos odiadores es su seguridad, su certeza absoluta. Nunca dicen “quizá”, “tal vez”, “es posible que”, “yo creo”. De lo contrario no odiarían. La construcción del discurso de odio sigue el siguiente proceso… (click aquí para leer artículo completo).
Fuentes
Religión Digital / InfoLibre / Foto: CNN