Discernir para decidir: Dios disfruta que sea así
10:00 p.m. | 29 oct 20 (AM).- Nuestra libertad de decidir en días de pandemia puede convertirse en una carga muy pesada, al sentir que nuestras acciones nos ponen en riesgo, o más grave aún, ponen en riesgo a otras personas y a nuestros seres queridos. Y cuando más complicado es, parece que solo esperamos que Dios nos dé la respuesta que esperamos. Una reflexión de Maura Shea nos recuerda a Tomás de Aquino y su pensamiento que Dios no controla el mundo a su gusto o a nuestro pedido, sino que se regocija con nuestra capacidad de elegir. Dios nos invita a madurar, a crear junto con Él nuestro proyecto de vida. Nos anima al esfuerzo del discernimiento, para ejercer nuestra libertad en el amor.
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Una amiga se preguntaba si debería visitar a sus padres. Su compañera de cuarto estaba por regresar después de un compromiso, y le preocupaba la posibilidad de llevar el contagio del coronavirus a la casa de sus padres. “Podría irme ahora, antes de que mi compañera de cuarto regrese”, pensó. “Y luego podría quedarme toda la semana. Quiero ser una buena hija”. Pero sabía por experiencia que a veces quedarse una semana entera con sus padres no era bueno para ella emocionalmente. Quería estar cerca a su madre, pero no quería volver a casa por tanto tiempo. “Ojalá tuviera la respuesta a lo que debo hacer”, me contó.
Otra amiga está embarazada y tiene un hijo de dos años. A ella y a su esposo les ha costado mucho establecer los límites apropiados para con sus padres, que tienen el deseo de estar con ella y con su nieto durante este tiempo, y que no les preocupa contraer el virus. Mi amiga se angustia por el miedo de ser la responsable de que se enfermen. “Por otro lado”, dice, “no quiero vivir con miedo”. Sé lo importante que es para mis padres ver a su nieto”. ¿Qué es lo correcto?
Muchos se enfrentan a decisiones similares y están agobiados por la sensación de querer hacer lo correcto, pero también por el miedo a elegir el camino equivocado. Necesitamos considerar múltiples bienes humanos: salud y seguridad, pasar tiempo con los seres queridos, ir a la oficina para concentrarse mejor en el trabajo, apoyar a las empresas locales que no la están pasando bien. Muchos también nos sentimos llamados a proclamar la verdad sobre el veneno del racismo a través de la protesta y el activismo. Todos estos son bienes que vale la pena elegir, pero ¿Cómo y cuándo?
Creo que nosotros los católicos en particular, con nuestro énfasis en el discernimiento, a veces tenemos la sensación de que debe haber una respuesta correcta, la respuesta que Dios sabe y espera que averigüemos. Desafortunadamente, incluso cuando llevo decisiones difíciles como estas a Dios a través de la oración, me he dado cuenta de que rara vez me da una directiva clara. A menudo, me parece que el Señor me dice: “No tengas miedo”. Pero estas palabras tranquilizadoras no se traducen en ningún curso de acción inmediato. Tengo la sospecha de que a menudo, Dios quiere que yo elija. Una frase sigue viniendo a mi mente: “La dignidad de ser causa”.
En algún lugar en las lejanas brumas del tiempo, en la universidad, probablemente, leí algo de Santo Tomás de Aquino sobre la relación entre la providencia de Dios y nuestro libre albedrío. Tomás piensa que hay una importante distinción entre la causalidad primaria (la causalidad de Dios) y la causalidad secundaria, pero afirma que ambas son reales. Él argumentaba contra aquellos que veían a Dios como manipulador del mundo como un titiritero controla a los títeres. En cambio, Aquino dice:
La providencia divina se sirve de algunos medios. Porque gobierna las cosas inferiores por medio de las superiores. Esto es así no por defecto de su poder, sino por efecto de su bondad, que transmite a las criaturas la dignidad de la causalidad (Summa Theologiae I, q. 22, a. 3).
Por “efecto de su bondad”, Dios imparte a sus criaturas -y particularmente a nosotros- “la dignidad de la causalidad”. Pensemos en eso. Él nos ha dado la dignidad de ser una causa. Nosotros podemos, debido a la creatividad de Dios, tener creatividad, también. Podemos hacer música, arte, comida y relaciones. Y realmente somos nosotros quienes hacemos esas cosas. No separados de Dios, sino con él. Nuestra causalidad secundaria y Su causalidad primaria no están en conflicto.
Y eso significa que podemos tomar decisiones. Decisiones reales. Recientemente le pregunté a un sacerdote sobre escuchar la inspiración del Espíritu Santo y saber cuándo debo actuar según ese llamado que parece venir de Dios. Con suavidad y una sonrisa, sugirió, “Dios quiere que madures”. Añadió: “Cuando San Pablo habla de la plena madurez en Cristo y la libertad de los hijos de Dios, lo dice en serio. Dios quiere que vivas en verdadera libertad. Quiere que tomes decisiones”. Por supuesto, hay momentos en nuestras vidas en los que hacer lo correcto parece muy claro. Y parte de confiar en Dios es creer que realmente nos da la información que necesitamos para tomar buenas decisiones.
Pero la parálisis católica en torno al discernimiento no ocurre en esos momentos; ocurre cuando parece haber múltiples respuestas correctas y tenemos miedo de confiar en nuestros propios deseos o en nuestra propia capacidad de elegir sabiamente. También hay algunos precedentes bíblicos para este tipo de ocasiones. Piensa en Adán en el jardín. ¡Dios le permite nombrar a todos los animales! Qué cosa tan poderosa, elegir el nombre de las demás criaturas. Sin embargo, Dios le confía a Adán esta elección, esta creatividad. Es muy conocido que San Agustín dijo, “Ama y haz lo que quieras”. Si amas, estarás haciendo la voluntad de Dios.
Dejando a un lado el pecado, como la imprudencia de amenazar el bienestar de los demás o el egoísmo con respecto a tu tiempo y recursos, en realidad puede haber una gama de opciones dentro del ámbito de la prudencia para que, por ejemplo, mi amiga decida cuándo visitar a su familia y mi otro amigo establezca límites con sus padres. Y Dios bendecirá cualquier elección que hagamos dentro de ese rango. De hecho, creo que sería de su agrado, el ejercicio de la causalidad propia de nosotros como seres humanos.
En estos casos ambiguos, podemos sentirnos paralizados porque, aunque sabemos que no estamos eligiendo conscientemente algo pecaminoso, no obstante vemos el rango de posibilidades y nos preguntamos si hay una opción perfecta que podríamos estar pasando por alto. Pero me he dado cuenta de que la idea de lo perfecto es un engaño del “espíritu maligno”, como diría San Ignacio, que trata de impedirnos elegir en absoluto. Cuando Cristo dijo: “Sean perfectos, como su Padre celestial es perfecto”, estaba haciendo una misteriosa comparación con El que, desde su misteriosa libertad, sin imposición ni necesidad de ningún tipo, eligió de la abundancia de su bondad para crear el mundo. Nosotros también estamos llamados a ser cocreadores. Nosotros también estamos llamados a ejercer nuestra libertad en el amor.
Tal vez la verdadera respuesta es que Dios disfruta de nuestra capacidad de elegir. El mundo está lleno de incertidumbre pero Él ama nuestro deseo de hacer lo correcto y también ama nuestra creatividad mientras trabajamos con Él en el proyecto de nuestra vida. Hacer una buena elección no significa que evitarás todo el sufrimiento o que podrás predecir todos los resultados. Significa que estás usando los dones del intelecto y la voluntad que Dios te ha dado y que en el mismo acto de usarlos lo estás glorificando.
Esto no responde a preguntas específicas sobre cuándo es seguro visitar a tus abuelos o si debes unirte a una protesta pacífica o si debes asistir a ese retiro de discernimiento sobre la vida religiosa o ir a una tercera cita. Pero ese es el punto. En muchos casos e incluso en los más importantes, Dios nos ha dado la dignidad de responder.
Cuando Jesús le pregunta al ciego en el Evangelio, “¿Qué quieres que haga por ti?”, lo dice en serio. No es un recurso retórico. O cuando dice, “¿Pero quién dices que soy?”, quiere que sus amigos le digan lo que realmente piensan. No hay problema en que Pedro no elabore perfectamente la doctrina de la Trinidad como se aclaró más tarde en el Concilio de Nicea. Jesús está encantado con su respuesta y con la nuestra.
Así que reza. Habla con un amigo de confianza. Y en última instancia, considera que Dios te dio la dignidad de ser una causa y se deleita en tu elección.
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Fuente:
Traducción libre de “Discernment can be hard—but God delights in your choice” escrito por Maura Shea, publicado en America Magazine.