Debate ético: prueba y distribución de vacuna contra COVID-19
9:00 p.m. | 19 ago 20 (CHA).- Estamos en medio de una crisis sanitaria mundial que continúa provocando un inmenso daño a nivel humanitario y económico y la prioridad es contener la propagación de la COVID-19. Pero llegaremos a otro momento decisivo cuando se haya desarrollado una vacuna para prevenir la enfermedad. La Asociación Católica de la Salud afirma que “es esencial considerar cuidadosamente cómo desarrollar éticamente y distribuir equitativamente” una vacuna. Además, señala que los principios de la Doctrina Social Católica ofrecen un marco óptimo para una solución equitativa, y para reflexionar al respecto propone 6 líneas guía.
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Manifiesto completo de la Asociación Católica de la Salud
Para abordar eficazmente la crisis sanitaria mundial se requiere una respuesta coordinada de las empresas, los gobiernos, los dirigentes locales y los proveedores de servicios de salud para garantizar que las vacunas y los tratamientos sean seguros, eficaces y estén al alcance de todos.
Para lograrlo, desde un enfoque católico del cuidado de la salud creemos que los principios de la Doctrina Social Católica ofrecen un marco justo para una solución equitativa. Estos principios, compartidos por muchas personas de buena voluntad, son la Dignidad de la Persona Humana, el Bien Común, la Solidaridad, la Subsidiariedad y la Opción Preferencial por las Personas Vulnerables.
La COVID-19 ha tenido un impacto desproporcionado en las poblaciones vulnerables, como los ancianos, las comunidades de bajos ingresos, las personas con problemas de salud preexistentes y las minorías raciales y étnicas. El virus ha resaltado la flagrante desigualdad que muchos experimentan en el acceso a la atención sanitaria esencial, la nutrición adecuada, la vivienda segura y el empleo con un salario digno, todo lo cual es fundamental para la vida. Esas disparidades también contribuyen a las condiciones de salud subyacentes que pueden hacer que las personas sean más susceptibles de contraer el virus y sufran peores resultados que otras.
De la pandemia de gripe por el virus H1N1 en 2009 aprendimos que se producen graves problemas si no se llega a un consenso sobre los principios y estructuras para la distribución justa de las vacunas. Las empresas farmacéuticas no pueden producir vacunas con la suficiente rapidez para satisfacer la demanda mundial inicial durante una pandemia, lo que da lugar a una competencia económica mundial que favorece a las naciones más ricas en detrimento del mundo en desarrollo. El resultado es que, en un principio, las naciones poderosas controlan la distribución de suministros limitados.
Si bien se reconoce que las inversiones financieras son esenciales para el desarrollo de vacunas eficaces, cualquiera que se desarrolle debe ser considerado como legado para toda la humanidad, y no solo para un país o empresa. Es injusto perpetuar un sistema en el que a las personas que más lo necesitan se les niegan recursos vitales y de salvamento por parte de unos pocos privilegiados.
Teniendo en cuenta estas experiencias y los principios de la Doctrina Social Católica, ofrecemos las siguientes directrices para abordar los obstáculos a una distribución justa y equitativa de las vacunas:
1. Se debe demostrar que las vacunas son seguras y probadas éticamente. La tradicional advertencia médica de Primum non nocere, o “lo primero es no hacer daño”, debería guiarnos. Se requieren vacunas que se demuestre que son seguras. Además, la carga de las pruebas debería recaer en todos, y no sólo en algunos, como los pobres o los que viven en países en desarrollo.
2. Se debe demostrar que las vacunas son científicamente eficaces. Los gobiernos y los responsables de las decisiones a nivel internacional deberían responder únicamente a evidencias científicas, en lugar de apresurarse a adoptar vacunas por conveniencia política o económica. Mantener el apoyo de la población y su confianza en la eficacia de las vacunas es fundamental para responder a la COVID-19 y otras crisis de salud pública.
3. El desarrollo de vacunas debe respetar la dignidad humana. El proceso de desarrollo de vacunas debe respetar la dignidad humana de todas las personas y proteger la inviolabilidad de la vida humana en todas las etapas. Destruir deliberadamente una vida humana inocente para salvaguardar otras vidas es éticamente incorrecto.
4. Las vacunas deben distribuirse equitativamente dando prioridad a los que corren mayor riesgo. Una vez que se tenga la seguridad de que se dispone de vacunas seguras, en la distribución se debería considerar en primer lugar a las poblaciones identificadas como de mayor riesgo de sufrir efectos negativos en la salud a causa de la COVID-19. Las poblaciones de riesgo variarán de un lugar a otro.
En muchas zonas, sabemos que los ancianos y las minorías raciales y étnicas soportan las mayores cargas. Los funcionarios estatales y locales, junto con los proveedores de atención de la salud y los líderes comunitarios, deben identificar qué poblaciones corren mayor riesgo en sus jurisdicciones, y deben actuar para protegerlas.
El Bien Común requiere el sostenimiento de servicios esenciales para el bienestar de la comunidad. Por lo tanto, puede existir la necesidad de priorizar a los trabajadores de salud de primera línea y de servicios esenciales para que los sistemas de atención médica sigan siendo capaz de proporcionar tratamientos en medio de esta pandemia.
5. Los esfuerzos para desarrollar y distribuir vacunas eficaces deben hacer hincapié en el principio de solidaridad. La pandemia mundial exige que se trabaje conjuntamente, en el plano nacional e internacional, para lograr un propósito común. Mediante el fortalecimiento y el apoyo a las organizaciones y marcos internacionales existentes para la adquisición y distribución, podemos contribuir a garantizar que todas las personas tengan acceso a la vacuna y, al mismo tiempo, reducir al mínimo la competencia mundial y nacional que hace subir los precios de los suministros limitados.
6. De conformidad con el principio de subsidiariedad, la distribución de vacunas eficaces debe involucrar la participación de las comunidades locales. Las entidades gubernamentales locales, los proveedores de atención de la salud, las organizaciones sin fines de lucro y los líderes religiosos y comunitarios deben trabajar en conjunto para crear confianza y asegurar la distribución equitativa de las vacunas. Estas asociaciones son fundamentales para satisfacer las necesidades locales, crear conciencia sobre las vacunas y proteger a las personas y comunidades que a menudo son marginadas u olvidadas.
Los que servimos en el ministerio de atención de la salud de la Iglesia católica, tenemos la importante responsabilidad de colaborar en la formulación de políticas para el desarrollo y la distribución equitativa de estos medicamentos fundamentales para salvar vidas, prestando especial atención a las personas vulnerables que más lo necesitan. Mientras la humanidad mira con esperanza a las vacunas para abordar la COVID-19, es esencial que sigamos trabajando para la justa creación y distribución de estos valiosos, y limitados, recursos que salvarán vidas.
Fuente:
Manifiesto “Vaccine equity and catholic principles for the common good” tomado de la web de la Catholic Health Association of the United States. Traducción libre de Buena Voz Noticias.