Combatir el racismo: Católicos, a impulsar la lucha
7:00 p.m. | 3 jun 20 (AM/VATN).- Las múltiples manifestaciones en Estados Unidos expresan la sensación de injusticia por el asesinato de George Floyd y exponen las raíces de una larga historia nacional de racismo, incluyendo el patrón contemporáneo de brutalidad policial. La violencia generada en algunas de estas protestas subraya la profundidad de la ira y el resentimiento.
Esa violencia, que debe ser combatida y rechazada, además distrae la atención sobre una verdad que se encuentra en el centro de esas reacciones: Estados Unidos aún no ha encontrado el camino para superar el racismo. Reunimos la reacción de los obispos y otras voces desde la Iglesia norteamericana con ideas que pueden ayudar a cambiar el rumbo de la historia, aplicables también a otras realidades.
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Hambre de justicia, igual que por la Eucaristía (Editores America Magazine)
Los católicos no podemos contentarnos con permanecer al margen de esta lucha. Frente al racismo, los católicos debemos tener hambre de justicia, tanto como tenemos hambre de la Eucaristía. El Evangelio nos llama, mientras nos preparamos para la Comunión, a “ir primero y reconciliarnos” (Mt 5:24) con nuestros hermanos y hermanas. En este momento, cuando la pandemia por COVID-19 ha mostrado nuestra necesidad de los sacramentos y de relacionarnos como comunidad, esta protesta nacional debería llevar a los católicos, especialmente a los blancos, a la conversión, el arrepentimiento y la reconciliación.
Los católicos somos capaces de movilizarnos y formar conciencia sobre temas de interés nacional. En Estados Unidos hay varios esfuerzos ejemplares ejemplos, como las campañas centradas en la libertad religiosa, la iniciativa del Día de Acción Católica por los Niños Inmigrantes -que protestan contra las políticas de separación familiar en la frontera- y las muchas formas en que la Iglesia organiza a los católicos para trabajar por la protección de los no nacidos. Los recursos que se dedican y la atención pública que se presta a esos esfuerzos deben ser un criterio para determinar hasta dónde tienen que llegar los católicos al comprometerse a trabajar contra el racismo.
También debemos preguntarnos qué hará que este momento -en respuesta a los asesinatos de Ahmaud Arbery, Breonna Taylor y George Floyd, entre tantos otros- sea diferente de 2017 o 2015 o 2014 o 1992 o 1968. La necesidad de justicia racial no es nueva, ni tampoco los gritos de nuestros hermanos y hermanas afroamericanos, cansados y enojados. Pero quizás el Espíritu Santo se mueve, en estos días de Pentecostés, para darnos la fuerza para mantener el rumbo y trabajar por un cambio duradero. Los católicos deberíamos rendir cuentas dentro de seis meses y un año, por las acciones que hemos tomado en respuesta.
Cinco maneras de empezar
Arrepentimiento: La Iglesia en los Estados Unidos tristemente ha sido cómplice de las injusticias sistémicas del racismo blanco. (Como publicación jesuita, desde America Magazine, debemos reconocer nuestra propia parte en esta historia: Los jesuitas americanos y sus instituciones poseían y a veces vendían esclavos hasta 1838). Los católicos blancos a menudo han ignorado y marginado las voces de los católicos de color que piden que la Iglesia escuche y responda a las necesidades de sus comunidades. Las instituciones católicas apenas hemos comenzado a reconocer nuestro papel en la historia del racismo americano, desde la esclavitud hasta Jim Crow, desde la segregación de viviendas hasta la brutalidad policial. Este trabajo de hacer memoria debe continuar, debe ser público y no debe encogerse ante las duras verdades. Para ser el Cuerpo de Cristo, la Iglesia debe compartir tanto el sufrimiento como el arrepentimiento de todos sus miembros.
Solidaridad: Los católicos no necesitan inventar nuevas formas de luchar contra el racismo. Ya se está trabajando mucho por la justicia racial. Sin embargo, muchos católicos parecen demasiado tímidos para escuchar y colaborar con nuevos movimientos, como Black Lives Matter, que lideran la búsqueda actual de justicia. Los obispos, pastores y líderes laicos deben mostrar iniciativa en conjunto con los grupos activistas antirracistas presentes en sus comunidades. Además de mostrar solidaridad en la labor de organización, los católicos también pueden mostrar solidaridad económica apoyando a las empresas de propiedad de afroamericanos en sus propias comunidades y dando donaciones a las organizaciones que trabajan por la justicia racial.
Presencia: Una generación anterior de clérigos y religiosos nos dejó imágenes icónicas de católicos marchando de la mano de prominentes líderes de los derechos civiles. Hoy en día, cuando las imágenes y los videos de las protestas se comparten mucho más rápido a más gente, la presencia de religiosos ha sido escasa. Los católicos, especialmente aquellos cuya presencia y vestimenta simbolizan visiblemente a la Iglesia, deben asistir a las protestas para demostrar su compromiso.
Formación: Para asegurar un cambio profundo y duradero, los católicos debemos examinar el modelo para formar conciencias, especialmente en el ámbito de la educación. Los responsables de las instituciones formativas, desde los seminarios hasta los institutos, deberían revisar los planes de estudio para ver cómo se aborda la historia y la realidad actual del racismo. Los estudiantes formados desde la educación católica deberían reconocer el racismo como un mal intrínseco y como una manifestación primaria del pecado social. La capacidad tanto de evaluar los planes de estudio como de educar a los estudiantes en relación con estas cuestiones implica necesariamente la presencia de personas de color en puestos de responsabilidad y autoridad.
Oración: La oración es uno de los modos más efectivos de testimonio público que poseemos los católicos. Estamos unidos por varias causas a través de novenas, procesiones, campañas de rezo del rosario y horas sagradas. No es casualidad que estos medios espirituales, que dependen más de la gracia de Dios que de nuestras propias fuerzas, nos unen y anuncian el Evangelio de la misericordia y la justicia con mayor eficacia que las proclamaciones de principios morales por sí solas. Los grupos católicos, empezando por los obispos y las redes nacionales de organización, y hasta la parroquia local, deben promover una campaña de oración para la curación de los pecados del racismo.
El Espíritu Santo nos está moviendo a actuar contra el racismo (James Martin SJ)
El racismo, como dijo San Juan Pablo II, es uno de los “males más persistentes y destructivos” en los Estados Unidos. También es un pecado social, es decir, un pecado que no sólo es cometido por individuos, sino que es parte de la estructura social en la que todos los estadounidenses viven. Y tengo que reconocer mi propia participación en él: como un americano que se ha beneficiado del privilegio de los blancos y que vive con el legado de la esclavitud, como un católico que vive con la herencia de una Iglesia que ha fracasado en dar al pecado del racismo la atención que demanda en este país y como un sacerdote jesuita cuya orden religiosa alguna vez tuvo hombres y mujeres como esclavos.
El racismo es, como dice el reverendo Bryan Massingale, un teólogo católico, una enfermedad del alma. Esta enfermedad se ha extendido desde que los primeros africanos fueron traídos por la fuerza a América y vendidos como esclavos hace 400 años. Una nación que fue fundada y es constantemente modelada por la supremacía blanca.
“La supremacía blanca”, escribe el padre Massingale, “es fundamentalmente la suposición de que este país, sus instituciones políticas, su patrimonio cultural, sus políticas sociales y sus espacios públicos pertenecen a la gente blanca de una manera que no pertenece a los demás”. Es la suposición básica de que algunos pertenecen naturalmente a nuestro espacio público y cultural y otros tienen que justificar su presencia. Además, es la sospecha de que esos “otros” están en “nuestro” espacio solo porque alguien ha hecho concesiones especiales para ellos”.
“Esta”, escribe el padre Massingale, “es la verdad más incómoda que debemos afrontar como norteamericanos sobre el racismo. Muchos quieren creer que personas de todas las razas son igualmente culpables de racismo; es una forma de que la mayoría se libere. Pero la verdad honesta es que si dependiera de la gente de color, el racismo habría terminado hace mucho tiempo. Esta es la razón más profunda por la que el racismo se evita frecuentemente o solo se trata de manera muy superficial: porque nombrar la supremacía blanca hace que la gente blanca se sienta incómoda. Y la comodidad de los blancos establece los límites del compromiso”.
El asesinato de George Floyd la semana pasada, o más precisamente, la ejecución extrajudicial de George Floyd, preservada para siempre en un video, revela de nuevo la cultura de la supremacía blanca, una cultura exacerbada por nuestro presidente, alentado por sus llamados a las ideas racistas e incitado con su reprobable comentario de la semana pasada, “cuando comiencen los saqueos, comienzan los tiroteos”.
Una situación así también fue la que conmovió a Jesús. Cuando veía a la gente siendo maltratada, según los Evangelios, su corazón se “movía con compasión”. El griego original es mucho más fuerte: Jesús lo sintió “en sus entrañas”. Esta es una de las razones por las que siempre se puso del lado de los pobres, los parias, los marginados. Porque aquí es donde Jesús está parado. Jesús está de pie con aquellos que son golpeados. Jesús está con los que son perseguidos. Jesús está con los hombres y mujeres afroamericanos que han sido asesinados por hombres blancos armados o por oficiales de policía. Jesús está con los manifestantes que claman por justicia, que las vidas de esas personas deben importar.
Estamos en días de la solemnidad de Pentecostés, cuando celebramos la entrada del Espíritu Santo en la comunidad de discípulos, tanto personalmente como en grupo. Entonces, ¿sientes ira, tristeza, frustración, confusión y rabia por las muertes de George Floyd, Breonna Taylor y otros tantos? Ese es tu Pentecostés: Es el Espíritu Santo moviéndose a través de ti. ¿De qué otra manera Dios haría que te movieras?
Así que escucha a ese Espíritu moviéndose dentro de ti; escucha lo que tus hermanos y hermanas afroamericanos tienen que decir; y deja que el Espíritu que trabaja a través de ellos te enseñe, y luego actúa.
¿Qué pueden hacer los católicos con estos pecados? Primero, empezar por escuchar lo que nuestros hermanos y hermanas afroamericanos nos dicen.
¿Cómo demuestra la Iglesia que está escuchando? (Olga Segura)
Hay algunos objetivos a largo plazo que la iglesia puede adoptar. Las parroquias y otros grupos de culto pueden invitar a los miembros del movimiento Black Lives Matter para discutir las formas en que la Iglesia puede convertirse en líder en la lucha por la igualdad racial en 2020. El movimiento ha demostrado que es efectivo para motivar a los jóvenes, un grupo demográfico que la Iglesia está perdiendo.
En segundo lugar, los pastores pueden hablar de desmantelar el racismo desde el púlpito, invitando a los católicos blancos a reflexionar sobre su privilegio de ser blancos y la forma en que son cómplices del pecado del racismo, elementos que desempeñaron un papel clave en el caso de la mujer neoyorquina que llamó al 911 para decir que “un hombre afroamericano la amenazaba” cuando solo le pidió que atara con correa a su perro.
Tercero, debería haber entrenamiento antirracista en todos los niveles de formación de la Iglesia, desde programas de educación religiosa hasta formación sacerdotal. La formación para los religiosos puede incluir sesiones de reflexión sobre la historia que vincula a la Iglesia con la esclavitud y el racismo, y esfuerzos continuos para construir una Iglesia católica más justa desde esa perspectiva. Esto permitirá crear el espacio seguro y auténtico necesario para que católicos blancos y de color trabajen a través del difícil, pero necesario, diálogo que necesitamos en este momento.
Sin embargo, como las manifestaciones continúan en toda la nación y los gritos de justicia siguen siendo escuchados, hay formas más inmediatas en que nuestra Iglesia puede ayudar.
Primero, apoyar a las organizaciones y activistas comunitarios que están en primera línea. Los católicos pueden apoyar organizaciones como el Minnesota Freedom Fund, que está recaudando fondos y trabajando con el Gremio Nacional de Abogados y el Centro de Derechos Legales para apoyar a los activistas que son arrestados en las manifestaciones.
En segundo lugar, nuestros líderes deberían estar en primera línea, tomando el ejemplo de activistas católicos dentro de nuestra tradición, desde la hermana Antona Ebo hasta Dorothy Day y la hermana Norma Pimentel. Imaginen el hermoso símbolo de acompañamiento que la Iglesia podría proporcionar si viéramos a los sacerdotes y religiosos con la vestimenta que los identifica, de pie en solidaridad con los activistas (a quienes el Presidente Trump ha tildado de “matones”) exigiendo que nuestro país sea un lugar mejor para los afroamericanos.
Finalmente, nuestros líderes pueden celebrar un día de luto y oración por las vidas perdidas por la brutalidad policial o la violencia armada. Esta celebración permitiría a los afroamericanos saber que la Iglesia escucha sus gritos, su dolor, su trauma.
El papa Francisco, durante una reciente celebración de San Juan Pablo II, habló de la necesidad de una justicia misericordiosa, un principio que nos dice que como católicos, debemos luchar para dar a cada ser humano la dignidad y los recursos que se merece. Le rezó a Juan Pablo y le pidió “que nos dé a todos, especialmente a los pastores de la Iglesia, la gracia de la oración, la gracia de la cercanía y la gracia de la justa misericordia, la justicia misericordiosa”.
Para ser una Iglesia misericordiosa, debemos reprender la violencia que se llevó la vida de la Sra. Taylor, el Sr. Floyd y tantos otros. Esto significa transformar valiente y radicalmente nuestra Iglesia en una fuerza activa para la justicia y un consuelo cuando el mundo parece decirle a nuestra gente que no importamos. Ser una Iglesia que sigue al Papa significa que, como católicos, debemos dar el ejemplo y luchar por la protección y la dignidad de todas las vidas afroamericanas.
Obispos de Estados Unidos: el racismo no es una cosa del pasado
Siete obispos estadounidenses, presidentes de comités de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos (USCCB), han emitido una declaración tras el fallecimiento del Sr. George Floyd y las protestas que han estallado en Minneapolis y en otras ciudades del país.
“Estamos destrozados, asqueados e indignados al ver otro video de un hombre afroamericano asesinado ante nuestros propios ojos. Lo que es más asombroso es que esto está sucediendo a pocas semanas de varios otros sucesos similares. Esta es la última llamada de atención que necesita ser respondida por cada uno de nosotros en un espíritu de conversión decidido”, este es el contenido del primer párrafo del mensaje que los obispos estadounidenses han dirigido a todos los fieles.
“No podemos hacer la vista gorda ante estas atrocidades y profesar respeto por toda la vida humana”, afirma con fuerza la USCCB, señalando que el racismo en el país “no es una cosa del pasado o simplemente una cuestión política desechable que se prohíba cuando convenga. Es un peligro real y presente que debe ser enfrentado”.
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Fuentes:
America Magazine / Vatican News