Educar en el Siglo XXI. Carta a las comunidades educativas
6:00 p m| 9 abr 19 (CEC).- “Educar es un proceso muy complejo y delicado, involucra a muchas personas e instituciones, y exige competencias muy especiales. Pero también involucra a la sociedad dado que todo lo que acontezca y se diga en la vida social tiene impacto en las personas”, explica mons. Fernando Chomali, Arzobispo chileno en una carta pastoral. Su reflexión apunta a destacar la importancia del entorno social vinculado con la tarea de educar, orientar el debate sobre políticas públicas en ese ámbito, y una exploración de proyectos pedagógicos ante los desafíos del futuro. El documento desarrolla 10 puntos entre los que destacan: valorar a los profesores, apoyar a estudiantes más vulnerables y pasar del competir al compartir.
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Introducción
Con el propósito de generar una reflexión en torno a la educación, ver de qué manera mejorar las políticas públicas en este aspecto fundamental de la vida de las personas, y preguntarse sobre los actuales proyectos pedagógicos de cara a los desafíos del futuro, es que me he permitido escribir esta carta a las comunidades educativas.
Educar es un proceso muy complejo y delicado, involucra a muchas personas e instituciones, y exige competencias muy especiales. Pero también involucra a la sociedad dado que todo lo que acontezca y se diga en la vida social tiene impacto en las personas y, por lo tanto, contribuye de manera positiva o negativa en el proceso de aprendizaje, crecimiento y maduración de los estudiantes.
Es muy distinto educar a un joven que come y duerme bien, que vive en un ambiente tranquilo, en una casa en donde se lee el periódico y que tiene a sus padres presentes en su proceso educativo, que a uno que no cuenta con ello. Es muy distinto educar a un niño que vive en medio de la pobreza y la violencia, que a uno que no ha vivido estas traumáticas experiencias. Es muy distinto educar a un joven con carencias afectivas en su entorno familiar, a uno que no las carece.
Nada le resulta indiferente al ser humano en la conformación de su vida, de su identidad, de su personalidad, de sus sueños, de su cultura, de su modo como se relaciona consigo mismo, con los demás, con la naturaleza y, para los creyentes, con Dios. No quiero decir con esto que los jóvenes estén determinados, lo que trato de decir es que el entorno condiciona la vida de las personas al punto que hace que el derecho/deber de ser educado y educarse se haga más o menos arduo.
En estas reflexiones, llenas de cuestionamientos, preguntas e inquietudes, me centraré especialmente en lo que acontece en el entorno social y su relación con la tarea de educar. Quedará para más adelante una reflexión acerca de la relación que existe entre los contenidos de los medios de comunicación social y los procesos de aprendizaje de los estudiantes y sus propias vidas.
Quiero contribuir a mejorar la educación en Chile y en los colegios de la Iglesia Católica, generando conciencia sobre lo mucho que falta por hacer para lograr que cada chileno saque con fuerza y convicción los talentos que tiene, se convierta en fuente de felicidad, y esté al servicio de los demás. Ése es el camino para modelar una sociedad más amable, más feliz, en definitiva, más plenamente humana.
Valorar a los profesores
Escuché a una persona decir que los griegos distinguían en el ámbito de las actividades humanas, las profesiones de los oficios. Las profesiones, según lo escuchado, serían tres: el sacerdote que conduce al hombre hacia Dios, el médico que lo sana y el juez que le administra justicia. Se hablaba de profesión, porque implica la acción de profesar. A todas las demás actividades realizadas por el ser humano se les llamaba oficios.
Me hizo sentido lo escuchado. En mi opinión, falta una actividad que debiese estar en la categoría de profesión: la del profesor. Ellos, hombres y mujeres, profesan ni más ni menos que conducir a los seres humanos hacia el conocimiento que les permite reconocer y hacer propia la verdad inscrita en la realidad. La búsqueda de la verdad es una exigencia originaria del ser humano que surge desde temprana edad con las preguntas sobre sí mismo, los demás y su entorno. A eso se dedica en último término el profesorado.
Urge, como país, reconocer que la profesión más relevante de la sociedad es la del profesor. ¡Y por lejos! Estoy seguro de que construir un edificio de veinte pisos es mucho más fácil que educar a un joven. A diferencia de lo que acontece en las personas, todos los materiales son previsibles. En cambio, cada estudiante es único e irrepetible, con experiencias propias e intransferibles, y con muchas potencialidades por desplegar.
Un ingeniero puede decir todo acerca de los materiales de construcción, porque la materia es lo que es. En cambio, un ser humano será siempre alguien por descubrir. El ingeniero trabaja para las personas a través de la transformación de la materia. El profesor trabaja para las personas, instruyendo, educando, formando, y, en cierto sentido, transformando a las personas. El acto de educar implica llevar al joven a ser lo que es: una persona, a reconocer su dignidad, y a comprenderse en el mundo como alguien significativo capaz de aportar y de llevar su vida a plenitud.
Educar es impregnar la vida del joven de conocimientos que lleguen a conformar su vida de manera coherente con el pensamiento, las palabras y las obras. ¡Qué inmensa y noble tarea! Ello, lamentablemente no se ve reflejado en el reconocimiento económico y social de los docentes, ni menos en su jubilación.
La tarea principal del profesor es descubrir, junto a los padres, todo cuanto lleva inscrito cada estudiante en su condición de ser corporal, espiritual y social, y sacarlo a la luz, mediante la transmisión y cultivo de valores, conocimientos y destrezas: en definitiva trasmitiendo cultura. Esta verdadera aventura, fascinante y noble, marcará, a profesores y a estudiantes, sus respectivos futuros. De ahí su relevancia no sólo para ellos sino que para toda la sociedad. Los padres y profesores lo saben muy bien.
Los padres siempre se esforzarán por buscar el colegio que logre de la mejor manera posible este objetivo. En Chile, todo padre y madre dice “que mi hijo o hija sea más que yo”. Mis padres lo decían. Habrá que ver qué significa “que sea más que yo” en la actualidad. Y, por otra parte, con los cambios que se están produciendo en los más amplios ámbitos de la vida, ¿aquello se puede garantizar? También habrá que estudiar el mejor modo de proveer una educación en consonancia con los valores que los padres le quieren dejar a sus hijos. La elección de un establecimiento educacional es un proceso muy delicado, que no puede quedar en manos del azar ni menos, de los recursos que dispone la familia.
En la práctica, la sociedad chilena no cuida a sus profesores. Ha permitido que impartan la carrera universidades no acreditadas y que varias universidades con carreras de pedagogía hayan cerrado sus puertas. Además, la propia agencia de acreditación de carreras y universidades, se vio envuelta en serios escándalos de corrupción. Hay colegios y universidades que se venden y se compran, como si las comunidades educativas fuesen cosas.
La oferta y la demanda es la ley que rige el criterio para abrir y cerrar carreras1. Estas prácticas atentan no sólo contra la comunidad educativa sino que en contra de toda la sociedad. En los países desarrollados con los cuales nos comparamos, ello no acontece. Los más perjudicados son los estudiantes y las familias de aquellos profesores (víctimas del sistema) que allí se formaron.
Queda claro que en el centro del sistema educacional chileno, hay también otros intereses que debilitan el fundamental: instruir, educar, formar. En algunos casos, el interés es claramente económico. Ello es inaceptable. Desde ese punto de vista la educación pública, debiese ser siempre un referente educativo que hay que promover y cuidar. Lo mismo respecto de las instituciones que se mueven por altos ideales humanos, que han demostrado que no los mueve el lucro, sino el celo por contribuir con su proyecto educativo a la consecución del bien común.
Sin un profundo cambio cultural respecto de la mirada de la sociedad hacia los profesores, sin el reconocimiento de los establecimientos de educación como una comunidad de personas que buscan y transmiten la verdad, y la hacen propia en sus vidas, sin el reconocimiento de que en la sala de clase se fragua el futuro del país, no llegaremos a ninguna parte como sociedad ni lograremos la tan anhelada justicia social.
En efecto, será la verdad, aprendida, reflexionada, y encarnada en personas concretas, la condición de posibilidad para comprender la sociedad en la que vivimos, los dilemas éticos que se presentan y las soluciones que se requieren. La verdad es el mejor antídoto contra la indiferencia, el individualismo, el egoísmo, las soluciones facilistas e inconducentes, y el mejor remedio para alcanzar un país más justo y fraterno.
Felicito a los profesores de Chile, hombres y mujeres, de modo especial a aquellos que en precarias condiciones realizan su labor. Son verdaderos héroes del siglo XXI. También saludo a las personas que se desempeñan en labores de gestión y de auxilio en los establecimientos educacionales. Su trabajo es parte del proceso educativo. Su labor es imprescindible en la tarea de educar, y no siempre es bien valorada.
Apoyar a los estudiantes más vulnerables
Si bien es cierto que todos los seres humanos somos iguales en dignidad, no menos cierto es también que los condicionamientos a los que nos vemos sometidos durante nuestra vida influyen de manera relevante en el rendimiento, en el proceso educativo, en definitiva, en nuestro futuro.
En Chile hay una injusticia de base en el sistema escolar. Aquellos que tienen mayores recursos económicos (que se traduce en mejor alimentación, descansos adecuados, acceso a buena salud, vacaciones, acceso a la cultura, más silencio para estudiar, mayor nivel cultural en el hogar, más oportunidades para realizar actividades deportivas, etc.), son los que se educan en los colegios con profesores mejor remunerados y en salas de clases, bibliotecas y laboratorios, mejor equipados y más amigables en invierno y en verano.
Suelen ser colegios particulares y de muy alto costo. Aquellos que carecen de una vida que les permite estudiar tranquilos, se ven enfrentados a todas las dificultades que genera la pobreza: van a colegios donde los profesores tienen salarios claramente más bajos y tienen mayor inestabilidad laboral, las condiciones para estudiar no siempre son las más adecuadas y, además, se sienten más inseguros por la precariedad laboral de sus padres.
A la luz de esta realidad, en Chile es fácil predecir quiénes obtendrán los mejores puntajes en el SIMCE y en la PSU. También es fácil predecir quiénes ocuparán los cupos en las universidades más reconocidas del país y en la carrera que ellos elijan. Esa injusticia basal pena sobre el sistema educativo chileno hasta el día de hoy. Ello exige una mayor atención al cuidado que se les da a los profesores, pues la sala de clases y el colegio son los lugares privilegiados para entregar a los niños, niñas y jóvenes, aquello que su ambiente familiar y social no fue capaz de proveer. La desigualdad económica y social que hay en Chile se repite en los procesos educativos. Esa es una gran injusticia que ha marcado a muchas generaciones.
Terminar con la lógica “a más dinero mejor educación y mayores posibilidades en la vida” es el gran desafío que tenemos como país. Dios reparte los talentos por igual, sin embargo, el contexto social y económico de cada cual los despertará o los adormecerá. Debemos promover un sistema tal que, independiente del colegio donde cada persona se eduque, pueda tener una educación de calidad. Sin duda que hay algunas iniciativas positivas, pero falta mucho aún por hacer.
Del competir al compartir
La cultura occidental se puede comparar a una pista atlética donde se comienza a competir desde muy temprana edad. En Europa y Estados Unidos la carrera comienza en el útero materno al no permitir que personas con algún tipo de malformación genética o enfermedad vean la luz.
En Chile, en general, la selección para ingresar al colegio, especialmente en los colegios particulares, suele ser traumática tanto para el niño como para los padres. En Chile desde pequeño se comienzaa vivir la experiencia de ser excluidos. Las categorías –nefastas para generar una comunidad educativa de personas- de “ganadores” y “perdedores” se instalan como parte de la cultura. ¡Cuándo llegará el día en que experimentemos en nuestra vida diaria que estamos estudiando, trabajando, creciendo “junto a otros” y no “contra otros”.
En este contexto, se van creando pequeños grupos de élite que se preparan durante años, en cierto sentido, al margen de la realidad. Ello se replicará después en el mundo laboral y la vida social. Son los lugares donde el éxito se mide en términos de promedio SIMCE y PSU e ingresos a tal o cuál universidad. Ahí está puesto el foco. El que no cumple las expectativas, tendrá que buscar otro colegio.
Esos centros educativos pueden ser muy eficientes, pero demasiado unilaterales. En vez de mostrar a los estudiantes la complejidad de la realidad –que constituye también su belleza a la que en algún momento se van a tener que enfrentar-, los terminan encerrando en su propio mundo. Sin duda que ello no ayuda a construir una sociedad más justa y democrática. Quien debiese suplir esa deficiencia es la educación pública, pero a pesar de sus esfuerzos que, por cierto, se valoran, no ha podido lograrlo de modo satisfactorio.
El gran cambio cultural que debiésemos producir es pasar de la lógica del competir a la lógica del compartir. Ello implica reconocer en cada ser humano un valor único que, en virtud de su dignidad, ya es una riqueza en sí mismo, que forma parte de la comunidad, y que siempre es fuente de enriquecimiento.
Los colegios que solo aspiran y forman para la obtención de resultados académicos promueven la dinámica de la competencia que después se repite en la vida diaria y que sólo genera divisiones y odiosidades. Sería interesante ver el perfil e historial de aquellos que han atentado contra escuelas y universidades en Estados Unidos y otros países y preguntarnos si en Chile, con la lógica de la mera competencia, no estamos pavimentando el camino hacia situaciones similares. Tenemos que evitar aquello a toda costa.
Conclusión
Convencido de que la sociedad será mañana una copia de lo que acontece en las familias y los colegios hoy, he escrito estas líneas. Me anima, como Arzobispo de Concepción, contribuir al diálogo entre todos los estamentos de la sociedad y de la comunidad educativa para que juntos podamos sacar adelante la tarea hermosa y desafiante de educar. De la educación que demos a los jóvenes hoy depende el nivel de justicia social, de paz y de fraternidad, de mañana. Ello exige una reflexión respecto de qué significa ser hombre, ser mujer y ser parte de la sociedad, y qué significa educar en el contexto cambiante que vive el mundo, en virtud del rápido apogeo de nuevas tecnologías y modos de comunicación. Tenemos suficiente experiencia como para ser un aporte en la construcción de las políticas públicas en materia de educación. Nuestros colegios son valorados por la comunidad.
Estigmatizar a los jóvenes es muy fácil. Más fácil aún es encerrarse en las casas y barrios con alambres púas, guardias y cercos eléctricos. Pero así no se avanza. Se avanza buscando las causas reales que llevan a que un gran número de jóvenes se rebelen de diversas maneras contra un sistema que los deja solos, sin trabajo, sin oportunidades y sin cariño. En pleno siglo XXI hay deserción escolar, y muchos no pueden aspirar a la educación superior. La brecha en el ámbito de la educación, sigue presente, aún cuando progresos se han hecho. Y se reconocen, por cierto.
Estos temas son complejos, lo sé. Soy consciente de la buena voluntad que hay en amplios sectores de la sociedad para promover una educación de calidad a lo largo y ancho del país. Pero no ha sido suficiente.
Este ensayo pretende llegar al corazón de cada chileno y cada chilena para que se haga las siguientes preguntas: ¿de qué manera contribuyo a salir de la desigualdad basal que hay en la educación, madre y fuente de tantas otras inequidades?, y ¿de qué manera puedo contribuir a generar una sociedad más justa, desde las aulas de clases y desde el seno de la familia? Quejarse por la sociedad que nos dejaron los mayores no soluciona nada, preguntarse por la sociedad que le quiero dejar a las futuras generaciones y actuar en consecuencia, es el camino correcto. A eso los invito con estas reflexiones.
Por último, estas líneas surgen de lo que he observado en la sociedad de la que formo parte. He tratado de ser justo y objetivo. Pero además me mueve el convencimiento de que la dignidad del ser humano que nos presenta Cristo, que le revela el hombre al propio hombre, y le hace descubrir la sublimidad de su vocación, como dice el Concilio Vaticano.
ENLACE: Leer carta pastoral completa “Educar en el siglo XXI”
Fuente:
Iglesia de Chile