¿Cuál sería la propuesta de Jesús ante la Inteligencia Artificial? Hacernos más humanos
8:00 p m| 9 ago 18 (AM).- La ciencia del “aprendizaje” de las máquinas avanza a paso firme y con todo lo que ocurre a nuestro alrededor casi ni nos percatamos de su alcance. No debería sorprender que las aplicaciones de nuestro celular, a las que recurrimos diariamente, funcionen como una esponja, conociendo todo sobre nosotros. Una reflexión publicada en America Magazine se pregunta por la reacción de Jesús si conociera esta “cosa” inteligente que es capaz de “ver” lo más profundo de nuestro ser y reconocer cuando tenemos un mal día, o nuestras debilidades.
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Las máquinas estaban preocupadas por mí. Estaba revisando en mi Facebook, casi sin pensar, memes de Trump, recetas de sopa y fotos de bebés cuando de repente apareció abruptamente un aviso. De manera “preocupada”, Facebook me preguntó si quería ayuda. ¿Me gustarían algunos recursos sobre depresión y prevención del suicidio? ¿Me gustaría probar alguna línea directa? No, gracias, Facebook. De vuelta a mis recetas de sopa, por favor.
Estaba desconcertado. ¿Algún amigo se habrá dado cuenta de que podría estar triste y habrá alertando a los grandes gestores sobre mis redes sociales? Eventualmente, me di cuenta de que había bromeado recientemente en una publicación, cuando me lamentaba de haber mezclado tanta bebida y comida chatarra, que resultó en una resaca que “me quería morir”.
¡Ding Ding! “Quiero morir” fue una bandera roja, lo que provocó la preocupación automática de Facebook. Fue raro. Por un lado, amo la privacidad tanto como cualquier otra persona del siglo XXI (a veces significa mucho y a veces no tanto, depende cuál sea más conveniente). Prefiero fingir que no estoy siendo monitoreado constantemente.
Por otro lado, fue agradable ver que la vigilancia se usara para un bien, por una vez. Algún programador había pensado en elaborar una alerta automática con la esperanza de prevenir el suicidio. Era cómico imaginarse a estas máquinas inquietándose por mi resaca, pero nada gracioso imaginarse que alguien publique “quiero morir” en serio. La oferta de ayuda no detendría a alguien empeñado en matarse a sí mismo, pero sí tal vez a alguien que empieza a caer lentamente en desesperación. He sido rescatado de situaciones más estúpidas antes. Tal vez este mensaje automático, aunque impersonal, podría ayudar a que alguna persona se ponga en contacto con alguien a quien le importa.
Esta es la clave: el mensaje automático no debía sustituir la interacción humana. Fue solo una herramienta, aunque imprecisa, para conectar a las personas. No se suponía que debía reemplazar a nadie.
Pero, ¿qué sucede si comenzamos a confiar en que los algoritmos hagan el trabajo por nosotros? Algunos de mis amigos fueron alertados por Facebook para responder a mi publicación con tarjetas electrónicas de aliento. Eso fue un poco más extraño, más intrusivo y menos personal. Adiós a la privacidad. Y lo que es peor, ¿qué pasa si mis amigos comienzan a asumir que, si realmente me estoy sintiendo mal, Facebook lo captará?
Hay un nombre para este fenómeno: “the lulling effect”. En 1972, la Food and Drug Administration de EE.UU. comenzó a exigir a los fabricantes que pusieran tapas a prueba de niños en ciertos tipos de medicamentos. Y en 1972, las intoxicaciones accidentales por analgésicos aumentaron. ¿Por qué? Porque los padres asumieron que las botellas ahora estaban a salvo, y dejaron de mantenerlas fuera del alcance de los niños. Se volvieron complacientes, demasiado confiados en la tecnología; y entonces tomaron menos responsabilidad personal. Y los niños murieron.
“The lulling effect” hace que muchos adultos sobrios manejen, y se hundan o choquen en lagos, árboles, pozos de arena y casas, simplemente porque sus dispositivos de GPS les dicen que lo hagan. Confiamos en la tecnología más que en nuestro propio ingenio y ojos. ¿Por qué? ¿Dudamos de nosotros mismos y asumimos en secreto que la tecnología siempre es superior a la mente humana? ¿Somos perezosos y estamos ansiosos por pasar la responsabilidad a una máquina? ¿No estamos seguros si existe una diferencia notoria entre el ser humano y la máquina?
Ese camino se oscurece bastante rápido. Atención con el ascenso del sexbot. Atención con una nación que no permitirá extranjeros y en cambio construirá robots sonrientes para atender a sus ancianos. Atención con la pareja que pasó tanto tiempo perfeccionando a su hijo virtual, que su recién nacido “real” murió de hambre.
A veces, cuando enciendo mi teléfono, aparece un anuncio que intenta sonar como un mensaje de un amigo. “¡Pensando en ti!”, dice, o “No sé, quizás encuentres esto divertido”. Veo de inmediato que ahí no hay ningún ser humano, y siempre me hace sentir más solo que antes de encender el bendito aparato. Aumenta ese sentimiento multiplicado por un millón cuando has pasado el día prodigando amor a una pequeña máquina que bruscamente deja de amarte cuando su batería se incendia.
Recordemos el “pavor en un puñado de polvo” de T. S. Eliot. No es a la tecnología a la que deberíamos temer, sino a nosotros mismos. No somos reemplazables, pero estamos demasiado dispuestos a comportarnos como si lo fuéramos. Estamos empeñados en extinguirnos, en sofocar la chispa inmortal con la eficiencia desapasionada de máquinas que no pueden respirar, pensar, conocer o amar, pero que imitan el amor lo suficiente como para hacernos sentir fatalmente deficientes.
Recuerda el grito del pobre y apasionado Gerard Manley Hopkins:
“Hombre, ¡cuán pronto se va su mella de llama, su marca en la mente!
Ambas en impenetrable, todo en enorme oscuridad
Ahogado. ¡Oh piedad e indignación!”
En vísperas de la revolución industrial, Hopkins vio cuán transitorios somos, cuán fácil de extinguir. Qué fácil de reemplazar. Si Hopkins sentía el miedo, también sabía la respuesta. Si los seres humanos corren el peligro de permitirnos ser reemplazados, entonces el remedio es el mismo que siempre ha sido: volvernos más humanos.
Volvernos más humanos, como lo hizo Cristo.
Toda la humanidad necesitaba ayuda. Toda la humanidad gritó en serio: “¡Quiero morir!”. Y Cristo respondió. Vio la historia como un todo, como una sola historia de humanos luchando para borrarse con cualquier tecnología que pudiéramos tener en nuestras manos, desde lo que usó Caín para golpear la cabeza de su hermano hasta las ágiles extremidades de látex moldeadas con precisión por los técnicos en el laboratorio RealDoll. Él nos vio y concibió la extraña y temerosa respuesta: volverse más humano.
¡Suficiente! dice Hopkins. En nuestra angustia, Cristo viene a nosotros, como uno de nosotros. Y luego, dice Hopkins:
“Soy de súbito lo que Cristo es, pues él fue lo que soy, y
Este triste, chiste, trozo de teja, remiendo, cerillo quemado,
diamante inmortal,
Es diamante inmortal”
Podemos ser lo que Cristo es porque se convirtió en lo que somos.
Sé más humano. Todos los días, sé más humano. Escribe la nota tú mismo. Mira cómo le va a tus amigos. Dales una llamada telefónica. No esperes que el algoritmo te diga que es día de saludar. Ofrécete a ti mismo, tu yo real. Sé menos reemplazable Sé más humano. Sé más como Cristo, y sé más humano.
Fuente:
Traducción libre del artículo “What would Jesus do about Artificial Intelligence? Become more human” de Simcha Fisher, publicado en America Magazine.