James Martin, SJ: Necesitamos construir un puente entre la comunidad LGBT y la Iglesia
9:00 p m| 18 jul 17 (AMERICA/BV).- La relación entre la comunidad LGBT católica y la Iglesia católica en los EE.UU. ha sido en ocasiones contenciosa y combativa, y en otras acogedora. Gran parte de la tensión que caracteriza esta relación complicada proviene de una falta de comunicación y de una cierta desconfianza entre los católicos LGBT y la jerarquía. Hace falta un puente entre esta comunidad y la Iglesia.
El P. Martin propone e invita a caminar por este importante puente. Teniendo esto en cuenta, reflexiona sobre el acercamiento de la Iglesia hacia la comunidad LGBT y también de la comunidad LGBT hacia la Iglesia. Porque los buenos puentes llevan a las personas en ambas direcciones.
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Como saben, el Catecismo de la Iglesia católica dice que los católicos están llamados a tratar a la persona homosexual con “respeto, compasión y delicadeza” (No. 2358). ¿Qué es lo que esto significa? Meditemos sobre eso y sobre una segunda pregunta también: ¿Qué es lo que significa para la comunidad LGBT tratar la Iglesia con “respeto, sensibilidad y compasión”? [1]. Por supuesto, los católicos LGBT forman parte de la Iglesia, así que, en cierto sentido, estas preguntas implican una falsa dicotomía.
La Iglesia es el pueblo entero de Dios y es extraño discutir sobre cómo el pueblo de Dios puede relacionarse a otra parte del pueblo de Dios. Entonces, según la buena costumbre jesuita, permítanme refinar nuestros términos. Cuando me refiero a la Iglesia en esta discusión quiero decir la Iglesia institucional –o sea, el Vaticano, la jerarquía, los oficiales de la Iglesia y el clero.
-El primer carril
Recorramos el primer carril de este puente, el que va de la Iglesia institucional hacia la comunidad LGBT y reflexionemos sobre “el respeto, la compasión y la sensibilidad”.
Respeto. ¿Qué es lo que significa para la Iglesia “respetar” a la comunidad LGBT?
Primero, respeto significa, en lo mínimo, reconocer que la comunidad LGBT existe del mismo modo que toda comunidad quiere que su existencia sea reconocida. También significa reconocer que la comunidad LGBT brinda unos regalos únicos a la Iglesia, al igual que toda otra comunidad.
Reconocer que la comunidad de católicos LGBT existe tiene unas consecuencias pastorales importantes. Significa llevar a cabo ministerios que algunas diócesis y parroquias ya realizan muy bien. Algunos ejemplos son: celebrar misas con los grupos LGBT, patrocinar los programas parroquiales y diocesanos de acercamiento (“outreach”) y, en general, hacer que los católicos LGBT se sientan parte de la Iglesia y queridos por ella.
Algunos católicos se oponen a este acercamiento al decir que tal acercamiento representa un consentimiento tácito con todo lo que cada uno de la comunidad LGBT dice o hace. Esta objeción parece injusta ya que prácticamente no se dice de ningún otro grupo. Si una diócesis patrocina, por ejemplo, un programa de acercamiento para líderes de negocios católicos, esto no significa que la diócesis esté de acuerdo con cada uno de los valores del mundo corporativo en los Estados Unidos. Tampoco significa que la Iglesia haya santificado todo lo que cada negociante dice o hace. Nadie sugiere esto. ¿Por qué no? Porque la gente entiende que la diócesis está tratando de ayudar a que una comunidad particular se sienta más conectada con su Iglesia, la Iglesia a la cual pertenecen en virtud de su bautismo.
Segundo, el respeto significa llamar a un grupo de la manera en que quiere ser llamado. En un nivel personal, si, por ejemplo, alguien dice “prefiero que me llames Jim en vez de James”, uno normalmente le hace caso. Esto es ser cortés. Y es lo mismo al nivel grupal. ¿Por qué ya no se usa en inglés la palabra “Negroes”? ¿Por qué? Porque este grupo se siente más cómodo con otros nombres: “afroamericano” o “negro (‘black’)”. Recientemente, se me dijo que “persona incapacitada” no es tan aceptable como “persona con una incapacidad”. Por lo tanto, este último término es el que usaré. ¿Por qué? Porque llamar a una persona por el nombre que escoge es una forma de respeto. Todo el mundo tiene el derecho de decirle a uno su nombre.
Esto no es un problema trivial. En las tradiciones judías y cristianas, los nombres son importantes. En el Antiguo Testamento, Dios le da a Adán y Eva la autoridad de nombrar a las creaturas (Gn 2: 18-23). Dios también cambia el nombre de Abram a Abraham (Gn 17: 4-6). Los nombres en el Antiguo Testamento representan la identidad de la persona; conocer el nombre de una persona significa que tú la conoces. Esta es una razón por la cual, cuando Moisés le pregunta a Dios su nombre, Dios dice: “Yo soy el que soy”. En otras palabras, “mi nombre es algo personal que deberías respetar”. (Ex 3:14).
Más tarde, en el Nuevo Testamento, Jesús le cambia el nombre de Simón a Pedro (Mt 16: 18 ; Jn 1: 42). Saúl, el perseguidor, se cambia su nombre a Pablo. Los nombres también importan en nuestra Iglesia de hoy. La primera pregunta que un sacerdote o diácono le hace a los padres de un niño durante el bautizo es “¿qué nombre le da usted a este niño?”
Los nombres son importantes. Por ende, los líderes de la Iglesia están invitados a estar atentos a la manera en que llaman a la comunidad LGBT y a descontinuar frases como “afligido con una atracción al mismo sexo”, que nadie en la comunidad LGBT utiliza, y hasta “persona homosexual”, que suena demasiado clínico para muchos. No estoy prescribiendo cuáles son los nombres a utilizar, aunque “gay y lesbiana”, “LGBT” y “LGBTQ” son los más comunes. Estoy diciendo que la gente tienen el derecho de darse su propio nombre.
Utilizar estos nombres es parte del respeto. Y si el papa Francisco usa la palabra gay, también puede usarla el resto de la Iglesia.
Por último, respetar a la gente LGBT significa aceptarlas como hijos amados de Dios y dejarles saber que son hijos queridos de Dios. La Iglesia está especialmente llamada a proclamar el amor de Dios por una gente a quien muchas veces se le hace sentir como desperdicio, indigno del ministerio y hasta subhumano, sea por parte de sus familias, vecinos o de líderes religiosos. La Iglesia está invitada a proclamar y demostrar que las personas LGBT son queridas como hijas de Dios.
Además, las personas LGBT son hijas queridas de Dios con dones individuales y comunitarios. Estos regalos edifican de una manera única a la Iglesia, como san Pablo nos dijo cuando él compara el pueblo de Dios a un cuerpo humano (1 Cor 12: 14-27). Cada miembro es importante: las manos, los ojos, los pies. Sólo ten en consideración los dones que ofrecen los católicos LGBT que trabajan en parroquias, escuelas, cancillerías apostólicas, centros de retiro, hospitales y agencias de servicio social. He aquí un ejemplo de mi vida: algunos de los ministros de música más talentosos que he conocido en mis casi 30 años de jesuita han sido hombres gais que han aportado una tremenda alegría a sus parroquias. Y ellos mismos son de las personas más alegres que conozco en la Iglesia.
Y, entre paréntesis, me siento descorazonado por la tendencia, en algunos lugares de despedir a los hombres y mujeres LGBT. Por supuesto, las organizaciones de la Iglesia tienen la autoridad de exigir que sus empleados sigan las enseñanzas de la Iglesia. El problema es que esta autoridad se aplica de una manera muy parcial. Casi todos los despidos en los últimos años se han enfocado en asuntos LGBT. Específicamente, estos despidos han estado a menudo relacionados con aquellos empleados que han contraído matrimonio del mismo sexo, lo cual va contra la enseñanza de la Iglesia, y donde una u otra de las parejas tiene un cargo público en la Iglesia.
Pero si la adherencia a la enseñanza de la Iglesia va a ser el criterio de contrato en las instituciones católicas, entonces las diócesis tienen que ser más coherentes. ¿Despedimos a un hombre o mujer heterosexual que se divorcia y se vuelve a casar sin anular su matrimonio? Divorciarse y volverse a casar va en contra de la enseñanza de la Iglesia. De hecho, el divorcio es algo que el mismo Jesús prohibió. ¿Acaso despedimos a las mujeres que tienen hijos fuera del matrimonio? ¿Qué tal una persona que viva con otra sin casarse? Todas estas acciones van también en contra de la enseñanza de la Iglesia.
¿Y qué tal los empleados de la Iglesia que no sean católicos? Si vamos a despedir a los empleados que no están de acuerdo con la enseñanza católica, o no se adhieren a ésta, ¿deberíamos entonces despedir a cada empleado protestante que trabaje en una institución católica sólo porque no cree en la autoridad papal? Esa es una enseñanza importante de la Iglesia. ¿Despediríamos a los unitarios porque no creen en la Trinidad? ¿Despediríamos a todas estas personas por todas estas razones? No. ¿Por qué no? Porque somos parciales a la hora de decidir cuáles son las enseñanzas de la Iglesia que importan.
Además, exigir que cada empleado de la Iglesia se adhiera a las enseñanzas de la Iglesia significa, en un nivel más fundamental, adherirse al Evangelio. Para ser coherente, deberíamos despedir a las personas por no ayudar a los pobres, por no ser misericordiosos y por no mostrar amor en lo que hacen. Esto puede sonar raro, pero ¿por qué? Las enseñanzas de Jesús son las más esenciales de las “enseñanzas de la Iglesia”
El enfoque parcial en los asuntos LGBT importa cuando los despidos son, a mi parecer y en palabras del Catecismo católico, un “signo de discriminación injusta”, algo que debemos evitar (No. 2358). A propósito de esto, la revista America publicó esta semana un editorial que dice: “El alto perfil público de estos despidos junto con la falta de un debido proceso y la ausencia de una política similar que vigile el status matrimonial de empleados heterosexuales, todo esto son signos de una “discriminación injusta”. La Iglesia en los Estados Unidos debería hacer más para evitarlos.”
Volvamos a los dones de la comunidad LGBT. La Iglesia, en su totalidad, está invitada a meditar sobre cómo los católicos LGBT edifican la Iglesia con su presencia de la misma manera en que los envejecientes, los adolescentes, las mujeres, las personas con incapacidades, varios grupos étnicos y cualquier grupo edifica una parroquia o una diócesis. Aunque esté mal generalizar, todavía podemos preguntarnos: ¿cuáles son esos dones?
Muchas, sino todas, las personas LGBT han aguantado, desde temprana edad, el no ser entendido, el prejuicio, el odio, la persecución y hasta la violencia – por lo tanto sienten a menudo una compasión natural por los marginados. La compasión es un don. Muchas veces se les ha hecho sentir rechazados en sus parroquias y en su iglesia, pero perseveran gracias a la fe firme. La perseverancia es un don. Muchas veces saben perdonar al clero y a otros empleados de la Iglesia que les han tratado como desperdicio. El perdón es un don. Compasión, perseverancia y perdón son dones.
Permítanme añadir otro don: aquel de los sacerdotes y hermanos célibes que son gay y de los hombres y mujeres que, siendo gais o lesbianas, son miembros de órdenes religiosas. Hay varias razones por la cual casi ningún gay del clero y ninguna lesbiana religiosa expresan públicamente su sexualidad. He aquí algunas de ellas: son simplemente personas que aprecian la privacidad; sus obispos o superiores religiosos les piden no hablar de eso; ellos mismos se sienten incómodos con su sexualidad; o a lo mejor temen represalias de otros feligreses. Pero hay muchos miembros del clero y de órdenes religiosas santos y trabajadores que son gay o lesbiana y que viven sus promesas de celibato y sus votos de castidad y que ayudan a construir la Iglesia. Se entregan gratuitamente y de lleno al servicio de ésta. Sus vidas mismas son un don.
Ver y nombrar todos estos dones constituye una manera de respetar a nuestros hermanos y hermanas LGBT.
Compasión. ¿Qué es lo que significaría para la Iglesia mostrar compasión hacia los hombres y mujeres LGBT? La palabra compasión “padecer con; experimentar con”. ¿Qué significaría entonces para la Iglesia institucional, para la jerarquía, no sólo respetar a los católicos LGBT, sino estar con ellos, vivir con ellos y hasta padecer con ellos?
El primer requisito y el más esencial es escuchar. Es casi imposible experimentar la vida de otra persona o tener compasión, si tú no escuchas a la persona o si tú no haces preguntas. Algunas de las preguntas que los líderes católicos pueden hacerles a sus hermanos y hermanas LGBT son: ¿cómo es tu vida?, ¿cómo se siente crecer como niño gay o una niña lesbiana o como una persona transgénero?, ¿cómo has sufrido?, ¿cuáles son tus alegrías? y ¿cómo es tu experiencia de Dios?, ¿cómo es tu experiencia de la Iglesia?, ¿cuál es tu esperanza?, ¿por qué cosas rezas? Para que la Iglesia pueda poner en práctica su compasión, necesitamos escuchar.
Los líderes de la Iglesia también necesitan defender a sus hermanos y hermanas LGBT cuando son perseguidos. En muchas partes del mundo, las personas LGBT son víctimas de, en palabras del catecismo, incidentes atroces de “discriminación injusta” como el prejuicio, la violencia y hasta el asesinato. En algunos países, tú puedes ser encarcelado por ser gay, por haber tenido relaciones con alguien del mismo sexo y hasta asesinado por ser un líder gay. En esos países, la Iglesia institucional tiene el deber moral de defender públicamente a sus hermanos y hermanas. Recuerda que el catecismo dice “todo signo de discriminación injusta” ha de evitarse. Ayudar a alguien, defender a alguien cuando se le golpea, es parte de la compasión. Es parte de ser discípulo de Jesucristo. Si tienes alguna duda, lee la parábola del buen samaritano (Lc 10: 25-37).
Más cerca de casa, ¿qué significaría para la Iglesia en los Estados Unidos decir, cuando sea necesario, “está mal tratar a la comunidad LGBT de esta manera”? Los líderes católicos publican regularmente declaraciones en las cuales defienden – como se debe – a los refugiados y a los inmigrantes, a los pobres, a los deambulantes, a los que no han nacidos. Esto es una manera de defender a la gente: estar ahí y asumir el riesgo con ellos.
Pero, ¿dónde están las declaraciones en apoyo a nuestros hermanos y hermanas LGBT? Cuando pregunto esto, algunas personas dicen “no puedes comparar lo que enfrentan los refugiados a lo que enfrenta la gente LGBT”. Y, como alguien que ha trabajado con refugiados en África Oriental, sé que es verdad. Pero es importante no olvidar el porcentaje desproporcionadamente alto de jóvenes LGBT que se suicidan y del hecho de que la proporción de gente LGBT víctimas de delitos de odio es mayor que la de cualquier otra minoría en el país. Tras la masacre de Orlando, cuando la comunidad LGBT a través del país estaba en duelo, me desilusionó el que no haya habido más obispos que señalaran su apoyo. Algunos lo hicieron, por supuesto. Pero imagínese si los ataques hubiesen sido, Dios no lo quiera, en una parroquia metodista. Los obispos hubiesen probablemente dicho “nos solidarizamos con nuestros hermanos y hermanas metodistas”. ¿Por qué no en Orlando? Parece como una especie de fracaso de la compasión, el fracaso de experimentar con y el fracaso de padecer con [el otro]. Orlando nos invita a todos nosotros a reflexionar sobre esto.
No necesitamos ir muy lejos en busca de un modelo de cómo hacer esto. Dios ya lo hizo por nosotros – en Jesús. Las primeras líneas del Evangelio de Juan nos dicen que “la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros” (1: 14). El texto original en griego es más vívido: la Palabra se hizo carne y “puso su carpa entre nosotros” (eskēnōsen en hēmin). ¿No es más bonito? Dios entró a nuestro mundo para vivir entre nosotros. Esto es lo que Jesús hizo. Él vivió a nuestro lado. Estuvo del lado nuestro. Hasta murió por nosotros. Esto es lo que la Iglesia está llamada a hacer con todos los grupos marginados, como el papa Francisco nos lo recuerda, incluyendo a los católicos LGBT: experimentar sus vidas y compadecer con ellos.
¡Y alegrarse con ellos también! Porque Jesús vino a experimentar todas nuestras vidas, no sólo las partes tristes. La gente LGBT, aunque ha sufrido mucha persecución, comparte las alegrías de la condición humana. Así que, ¿puedes tú alegrarte con nuestros hermanos y hermanas LGBT?
Sensibilidad. ¿Cómo puede la iglesia institucional mostrar más “sensibilidad” hacia la gente LGBT? Esa es una hermosa palabra usada por el catecismo. Un diccionario la define como “una atención o comprensión de los sentimientos de otra gente”. Esto está relacionado con la llamada que el papa Francisco hace a la Iglesia de ser una de “encuentro” y de “acompañamiento”.
Para empezar, es casi imposible conocer los sentimientos de otra persona desde la distancia. Tú no puedes entender los sentimientos de una comunidad si no la conoces. Tú no puedes ser sensible a la comunidad LGBT si sólo promulgas documentos sobre ella, predicas sobre ella, envías tweets sobre ella sin conocerla. Una razón por la cual la Iglesia institucional ha tenido dificultades con la sensibilidad es, a mi parecer, que muchos líderes de la Iglesia aún no conocen a muchas personas gais y lesbianas. La tentación es de sonreir y decir que la Iglesia síconoce gente gay: sacerdotes y obispos que no admiten públicamente su homosexualidad. Pero mi punto va más allá. Muchos líderes de la Iglesia no conocen gente LGBT que reconozcan públicamente sus sexualidad. Esta falta de familiaridad y de amistad significa que es más difícil ser sensible. ¿Cómo puedes tú ser sensible a la situación de una persona si tú no la conoces? Así que invito a la jerarquía a que conozca a estas personas como amigos.
El cardenal Christof Schönborn, el arzobispo de Viena, nos recordó esto durante el Sínodo de obispos sobre la familia, cuando habló de cómo una pareja gay que él conocía le cambió su manera de ver a la gente LGBT. Él hasta aplaudió las uniones del mismo sexo. El cardenal dijo “[U]no comparte su vida, uno comparte las alegrías y los sufrimientos, uno ayuda a otro. Debemos reconocer que esta persona ha dado un paso importante por su propio bien y por el bien de los demás, aunque, por supuesto, esto no es una situación que la Iglesia pueda considerar como regular”. Él hasta desautorizó a un sacerdote de su diócesis que le prohibió a un hombre en una unión del mismo sexo servir en el consejo parroquial. En otras palabras, el cardenal Schönborn lo defendió. Esto en gran medida viene de su experiencia, conocimiento y amistad con la gente LGBT. El cardenal Schönborn dijo simplemente: “tenemos que acompañar”.
En esto, como en todas las cosas, Jesús es nuestro modelo. Cuando Jesús encuentra a la gente en los márgenes, él no ve una categoría sino una persona. Que quede claro que no estoy diciendo que la comunidad LGBT deba ser o deba sentirse marginada. En vez, estoy diciendo que, dentro de la Iglesia, mucho de ellos se sienten marginados. Son visto como un “otro”. Pero para Jesús no hay un “otro”.
Jesús veía más allá de las categorías. Encontraba las personas donde estaban y las acompañaba. En el Evangelio de Lucas, cuando conoció a un centurión romano que le pidió que sanara a su siervo, Jesús no le dijo: “¡pagano!” En vez, vio un hombre necesitado (Lc 7: 1-10). Más tarde en el Evangelio de Lucas, al encontrarse con Zaqueo, el jefe recaudador de impuesto en Jericó, quien hubiese sido considerado como un gran pecador en el área, Jesús no le dice: ¡pecador!” En vez, vio a una persona que buscaba encontrarse con él (Lc 19: 1-10). Jesús estaba dispuesto a estar con estas personas, a defenderlas y hacerse amigo de ellas.
Una objeción común aquí es decir: “¡No, Jesús siempre les dijo, antes que todo, ‘no pequen’!” Por lo tanto, si seguimos el argumento, no podemos encontrarnos con la gente gay porque están pecando y, cuando nos encontremos con ellos, lo primero que debemos decir es: “¡deja de pecar!”.
Más a menudo que no, este no es el modo de proceder de Jesús. En la historia de Zaqueo, si te acuerdas, Jesús observa primero al recaudador de impuestos trepado en lo alto del árbol de sicomoro tratando de ver a Jesús. Antes de que Zaqueo diga o haga cualquier cosa, Jesús dice que cenará en la casa de Zaqueo, un signo de bienvenida en la Palestina del primer siglo. Es sólo después de que Jesús le ofrece su bienvenida que Zaqueo se siente movido a la conversión y promete restituir el dinero a quienes él ha defraudado. Igualmente, en la historia del centurión romano, Jesús no regaña al hombre por ser un pagano. En vez, se maravilla de la fe del hombre y luego sana a su siervo. Para Jesús, la mayor parte de las veces, la comunidad viene primero, la conversión después.
El papa expresó recientemente algo similar en una conferencia de prensa: “La gente debe ser acompañada,” dijo. “Cuando una persona que está en esta situación viene a Jesús, Jesús definitivamente no le dice: ‘vete porque eres homosexual’”.
La sensibilidad se basa en el encuentro, en el acompañamiento y en la amistad. ¿Y adónde nos lleva esto? Al segundo significado de la palabra que es, en el lenguaje corriente, una atención afinada a lo que podría ofender. Somos “sensibles” a las situaciones de la gente y así somos “sensibles” a cualquier cosa que pueda ofender sin necesidad.
Una manera de ser sensible es considerar el lenguaje que usamos. Algunos obispos ya han pedido que se dejen de usar frases como “objetivamente desordenado” cuando se trata de describir la inclinación homosexual (como en el Catecismo, No. 2358). La frase tiene que ver con la orientación, no con la persona, pero como quiera hiere sin necesidad. Decir de una persona que una de sus partes más profundas – la que da y recibe amor – está desordenada es en sí innecesariamente cruel.
Recientemente, en el Sínodo de la Familia se discutió sobre el dejar a un lado tal lenguaje, de acuerdo con algunas agencias de noticias. Aun más recientemente, un obispo australiano, Vincent Long Van Nguyen, dijo: “No podemos hablar de la integridad de la creación, del amor universal e inclusivo de Dios, al mismo tiempo que conspiramos con las fuerzas de las opresión en el maltrato de las minorías raciales, de las mujeres y de las personas homosexuales… Esto no funcionará con la gente joven, especialmente cuando pretendemos tratar a la gente gay con amor y compasión y sin embargo definimos su sexualidad como intrínsecamente desordenada”.
Parte de la sensibilidad es entender eso.
-El segundo carril
Ahora recorramos el otro carril del puente: aquel que va desde la comunidad LGBT a la Iglesia institucional. ¿Cómo para la comunidad LGBT el tratar a la Iglesia institucional con “respeto, compasión y sensibilidad”?
En la Iglesia, la jerarquía es quien posee el poder institucional. Tiene el poder de permitir que alguien reciba los sacramentos, de permitir o prevenir que los sacerdotes celebren los sacramentos, de abrir o cerrar ministerios diocesanos o parroquiales, de decidir quién conserva sus puestos en una institución católica, etc. Pero la comunidad LGBT también tiene su poder. Por ejemplo, son cada vez más los medios de comunicación en el Occidente que simpatizan con la comunidad LGBT que con la jerarquía. A pesar de esto, en la Iglesia institucional, la jerarquía todavía conserva su posición de poder.
Los católicos LGBT están llamados a tratar a aquellos en el poder con “respeto, sensibilidad y compasión”. ¿Por qué? Porque, como lo he mencionado, es un puente de dos carriles. Pero, de manera aun más importante, porque los católicos LGBT son cristianos y esas virtudes expresan el amor cristiano. Estas virtudes también edifican toda la comunidad.
Respeto. ¿Qué es lo que significaría, para la comunidad LGBT, mostrar “respeto” por la Iglesia? Aquí, de nuevo, estoy hablando específicamente sobre el papa y los obispos —o sea, de la jerarquía y, de manera más amplia, del magisterium, la autoridad que enseña en la Iglesia.
Los católicos creen que los obispos, sacerdotes y diáconos reciben en sus ordenaciones la gracia para ser líderes de un ministerio especial en la Iglesia. También creemos que los obispos en particular tienen una autoridad que remonta a los apóstoles. Esto es lo que, en parte, queremos decir cuando decimos que la Iglesia es “apostólica” al profesar nuestra fe cada domingo en la misa. También, creemos que el Espíritu Santo inspira a la Iglesia y la guía. De seguro esto sucede a través del pueblo de Dios que, como dice el Concilio Vaticano II, está repleto del Espíritu. Pero esto también sucede a través del papa, de los obispos y del clero en virtud de su ordenación y de sus oficios.
Por lo tanto, la Iglesia institucional –papas y concilios, arzobispos y obispos– hablan con autoridad en su rol de maestro. No hablan todos con el mismo nivel de autoridad (diré más sobre eso después), pero todos los católicos deben considerar en un espíritu de oración lo que están enseñando. Para hacer eso, estamos llamados a escuchar. Su enseñanza merece nuestro respeto.
Así que, antes que todo, hay que escuchar todos los asuntos, no sólo aquellos que conciernen a la comunidad LGBT. El episcopado habla con autoridad y bebe del gran pozo de la tradición. Cuando un obispo habla sobre asuntos como el amor, el perdón, la misericordia y el cuidado de los pobres y marginados, de los que no han nacido, de los que no tienen hogar, de los prisioneros, de los refugiados, etc., – sin limitarse tampoco a estos temas – bebe no sólo del Evangelio sino del tesoro espiritual de la tradición de la Iglesia. Muchas veces, especialmente en asuntos de justicia social, podrás encontrar que te retan con una sabiduría que no oirás en ninguna otra parte del mundo.
Y cuando hablan sobre asuntos LGBT de una manera con la que no estás de acuerdo, o que te enfurece o te ofende, escúchalos de todos modos. Pregúntate: “¿Qué están diciendo? ¿Por qué lo dicen? ¿Qué hay detrás de estas palabras?” Escucha, considera, ora y, por supuesto, usa tu conciencia.
Más allá de lo que tú podrías llamar un respecto eclesial, la jerarquía merece simplemente el respeto humano. A veces me siento desilusionado con algunas cosas que escucho decir sobre algunos obispos por parte de algunos católicos LGBT y de sus aliados. Las escucho en privado, pero también en público. Recientemente un grupo LGBT, en respuesta a una declaración de los obispos sobre el matrimonio del miso sexo, dijo que los obispos deberían salir de sus “torres de marfil”. Pensé: “¿en serio? ¿Le estás diciendo eso también a los obispos que se encuentran en diócesis pobres? ¿que viven en ‘torres de marfil’? ¿A los obispos que sirven personalmente a los pobres y que supervisan parroquias en los barrios pobres en el centro de la ciudad (“inner-city neighborhoods”), patrocinan escuelas para educar a los pobres de estos barrios y a dirigir las oficinas de Catholic Charity?” Podrás no estar de acuerdo con los obispos, pero ese lenguaje no sólo es irrespetuoso, sino que es inexacto.
Más en serio, los católicos LGBT y sus aliados a veces se burlan sin piedad de los obispos por sus promesas de celibato, sus residencias y, especialmente, por la ropa que visten. Al poner fotos de obispos vestidos con elaborados trajes litúrgicos, la implicación, no muy indirecta, es que son afeminados, hipócritas o hombres reprimidos. ¿Acaso la comunidad LGBT quiere de verdad proceder de esta manera? ¿De verdad quiere un hombre gay burlarse de los obispos calificándolos de afeminados cuando muchos hombres gays fueron probablemente ridiculizados por precisamente esas mismas cosas cuando eran jóvenes? ¿No es esto perpetuar el odio? Si uno no respeta a un obispo, ¿cómo puede uno castigarlo por no respetar a la comunidad LGBT? ¿Cómo puede uno criticar a alguien por sus actitudes poco cristianas si el comportamiento de uno tampoco lo es?
Esto puede sonar difícil para aquellos que se sienten abatidos por la Iglesia. Pero respetar a las personas con quienes uno no está de acuerdo no es simplemente el camino cristiano. Desde un punto de vista humano, es hasta una buena estrategia. Si tú de veras quieres influir en la perspectiva de la Iglesia sobre los asuntos LGBT, ayuda ganarse la confianza de la jerarquía. Y una manera de conseguir esto es respetándola. Así que, tanto el proceder cristiano como la simple sabiduría dirían: respétalos.
Compasión. ¿Qué significaría mostrarle compasión a la jerarquía?
Primero, recordemos la definición de compasión: “experimentar con, padecer con”. Una parte de esto, como dije, es saber cómo es la vida de la otra persona. Así que, la compasión hacia la Iglesia institucional es, en parte, un entendimiento real y sentido de la vida de aquellos en poder.
En mi vida como sacerdote jesuita he conocido muchos cardenales, arzobispos y obispos. Algunos de ellos los considero como amigos. Todos los que he conocido son hombres bondadosos, trabajadores y de oración. Muchos han sido muy cariñosos conmigo, son hijos leales de la Iglesia y tratan de llevar a cabo los ministerios para los cuales fueron ordenados.
Más allá del “triple ministerio” normal de “enseñar, gobernar y santificar” (o sea, enseñar el Evangelio, dirigir una diócesis y celebrar los sacramentos), los obispos hoy en día tienen que hacer lo siguiente: (a) lidiar con las consecuencias financieras, legales y emocionales de los casos de abuso sexual por parte del clero, usualmente en casos que no tuvieron nada que ver con ellos; (b) mantener activas las parroquias ante el descenso rápido en las vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa; (c) decidir cuáles parroquias y escuelas cerrar o consolidar ante las súplicas emocionales, las protestas furiosas, las pancartas y las sentadas de los feligreses, vecinos, estudiantes y exalumnos; (d) recaudar dinero para casi todas las instituciones en su diócesis, incluyendo escuelas, hospitales, comunidades de retiro para sacerdotes y agencias de servicio social; (e) responder a las quejas de católicos que están molestos con todo lo que tú te puedas imaginar, por ejemplo supuestos abusos litúrgicos durante la misa, algún comentario de algún sacerdote durante la homilía, un artículo que no les gustó en el periódico diocesano, o hasta por algún católico que recibió un premio de un grupo que apoyan.
La compasión nos conduce a una cierta unión de corazones. Esto significa darse cuenta que algunos en posiciones de liderazgo en nuestra Iglesia están luchando también. Podrían ser hombres homosexuales que, en una temprana edad, se sientieron torturados por las mismas actitudes que la mayoría de la gente LGBT ha experimentado mientras crecían y que entraron en un mundo religioso que pareció ofrecerles seguridad y privacidad. Esto está lejos de ser la única razón por la cual estos hombres entraron en seminarios y en casas de formación religiosa, pero pudo haber sido un factor que les atrajo hacia esta vida: una cierta privacidad, una manera de servir sinceramente a Dios sin tener que admitir su sexualidad. Algunos pocos pueden haberse quedado con esta perspectiva a pesar de que, en las últimas décadas, la verdad sobre ser gay es cada vez mejor entendida y menos aterradora. Así es como se siente haber sido oprimido por los efectos del odio hacia los gais y las lesbianas, en particular el odio que existió hace décadas, sin ser capaz de admitir una parte de quién uno es.
La invitación es a mirar la humanidad de estos obispos, en su complejidad y dentro de las grandes cargas de sus ministerios. Hay compasión al intentar de hacer esto.
Ahora, mucha gente LGBT siente que la Iglesia institucional, y algunos sacerdotes y obispos, los ha perseguido. Ven a estos hombres como sus enemigos o al menos como personas que los malentienden. Lamentablemente, algunos obispos, sacerdotes y diáconos han en efecto dicho y hecho cosas ignorantes, dolorosas y odiosas. Pero creo que estas acciones representan una minoría en la jerarquía – si bien una minoría que hasta hace poco dominaba en la Iglesia. La marea está cambiando lentamente. El papado de Francisco y las acciones de algunos líderes de la Iglesia están ayudando a sanar parte de ese dolor.
¿Cuál es la respuesta cristiana si uno siente hostilidad hacia ciertos líderes católicos? A modo de recomendación, permítanme hacerles un cuento. Cuando tenía 27 años, les dije a mis padres que iba a entrar en los jesuitas. Se los anuncié sin ningún aviso. Ni siquiera les había dicho antes que lo estaba considerando. Evidentemente, se sintieron confundidos y molestos. Percibieron la decisión como apresurada e imprudente. Y eso me confundió y molestó también. Me pregunté: ¿cómo no pueden darse cuenta de lo que estoy haciendo? ¿por qué no me entienden? Mi director espiritual me respondió: “Has tenido 27 años para acostumbrarte a eso, Jim. Y tú tan solo acabas de lanzarles esta noticia. Regálales el don del tiempo”.
Por más desafiante que pueda ser escuchar esto, y sin poner a un lado el sufrimiento de tanta gente LGBT, me pregunto si la comunidad LGBT podría darle a la Iglesia el don del tiempo. Tiempo para llegar a conocerte. En una manera muy real, una comunidad LGBT abierta y pública es algo nuevo, incluso en mi vida. En una manera muy real, el mundo a penas te está conociendo. Lo mismo vale para la Iglesia. Sé que es una carga, pero, a lo mejor, no sorprende tanto. Toma tiempo conocer a la gente. Así que, quizá, la comunidad LGBT puede darle a la Iglesia el don de la paciencia.
La otra respuesta cristiana si, después de todo esto, tú todavía ves a algunos de los líderes de la Iglesia como si fueran tus enemigos, es orar por ellos. Y no soy yo el que lo dice, sino Jesús.
Sensibilidad. Regresemos a esta hermosa palabra. Podemos usarla otra vez en términos de no denigrar a los obispos y a la jerarquía. De nuevo, eso no es sólo cortesía humana; es la caridad cristiana.
Pero quisiera utilizar sensibilidad de otra manera. Aquí quiero invitar a la comunidad LGBTa considerar profundamente quién está hablando y cómo lo dice. Como católicos, creemos que hay varios niveles en la autoridad que enseña en nuestra Iglesia. No todo oficial de la Iglesia enseña con el mismo nivel de autoridad. La manera más sencilla de explicar esto es señalando que lo que el papa dice en una encíclica no tiene el mismo nivel de autoridad que lo que tu pastor local dice en una homilía. Hay diferentes niveles de autoridad en la enseñanza que empieza con los Evangelios, seguido por los concilios eclesiásticos, luego por las promulgaciones papales. Hasta las diferentes promulgaciones papales tienen niveles distintos de autoridad. Las constituciones o encíclicas estarían entre las más altas, seguidas por las cartas apostólicas y los motu propios, luego por las homilías diarias del papa y sus discursos, etc. Es importante ser sensible a esto. También están los documentos de los sínodos y de las congregaciones individuales del Vaticano. Luego, en un nivel local, los documentos de las conferencias de obispos y de los obispos locales. Cada uno tiene un nivel de autoridad distinto. Todos tienen que ser leídos con un espíritu de oración, pero es importante saber que no todos tiene la misma autoridad.
Por supuesto, la jerarquía no es el único grupo que habla con autoridad. La autoridad reside también en la santidad. Los hombres y mujeres santos que no son miembros de la jerarquía, como santa Teresa de Calcuta, y de laicos santos, como Dorothy Day o Jean Vanier, hablan con autoridad.
También hay que tener cuidado de no creerse todo lo que los medios de comunicación dicen sobre la “enseñanza de la Iglesia”. Hace unas semanas leí el titular, “Mantengan las homilía por debajo de los ocho minutos, el Vaticano le dice al clero”. Y pensé, “¿el Vaticano?” Por supuesto, cuando tú lees de cerca el artículo, descubres otra cosa. Fue un obispo individual quién hizo tal recomendación. El titular era falso. El “Vaticano” no estaba diciendo tal cosa. De nuevo, hay que ser sensible.
Además, es una invitación a ser sensible al hecho de que cuando alguien en el Vaticano habla – aunque sea el papa o una congregación del Vaticano –, está hablándole a todo el mundo, no sólo al Occidente y definitivamente no sólo a los Estados Unidos. Algo que puede sonar tibio en los Estados Unidos puede resultar chocante en América Latina o en África. Por esta razón, me desilusionó la reacción de algunos católicos LGBT en este país a la exhortación apostólica del papa sobre la familia, “Amoris Laetitia” (“La alegría del amor”). Él dice en ese documento: “deseamos ante todo reiterar que toda persona, independientemente de su tendencia sexual, ha de ser respetada en su dignidad y acogida con respeto, procurando evitar ‘todo signo de discriminación injusta’, y particularmente cualquier forma de agresión y violencia. Por lo que se refiere a las familias, se trata por su parte de asegurar un respetuoso acompañamiento, con el fin de que aquellos que manifiestan una tendencia homosexual puedan contar con la ayuda necesaria para comprender y realizar plenamente la voluntad de Dios en su vida” (No. 250).
“Ante todo”, dice el papa, la gente LGBT deberían ser tratadas con dignidad. Esa es una inmensa declaración y, por cierto, en ninguna parte menciona la frase “objetivamente desordenado”. No obstante, algunos católicos LGBT en este país descartaron esas líneas con gritos de “¡no es suficiente!”
Bueno, quizá en el Occidente estas palabras parezcan insuficientes. Pero el papa no escribe solamente para el Occcidente y mucho menos sólo para los Estados Unidos. Imagínate leer que la Iglesia permenece callada en un país donde la violencia contra la gente LGBT está desenfrenada. ¿Lo que parece blando en los Estados Unidos resulta incendiario en otras partes del mundo. Lo que podría ser obvio para un obispo en un país es un reto claro, fuerte y hasta amenazante para otro obispo. Lo que parece árido para la gente LGBT de un país puede ser, en otro, agua en un desierto baldío.
Así que estamos llamados a ser sensibles de muchas maneras.
-Juntos en el puente
En general, la invitación es para que tanto la Iglesia institucional como la comunidad LGBT entren en un mismo puente de “respeto, compasión y sensibilidad”.
Mucho de esto puede sonar difícil para la comunidad LGBT. Es difícil entrar en este puente. Y mucho de esto puede sonar difícil para algunos obispos. Porque ninguno de los dos carriles es plano. En este puente, como en la vida, hay peajes. Cuesta llevar una vida de respeto, compasión y sensibilidad. Pero poner su confianza en este puente es poner su confianza en que la gente, tarde o temprano, será capaz de cruzar de un lado al otro fácilmente y que la jerarquía y la comunidad LGBT serán capaces de encontrarse, acompañarse y amarse mutuamente. Es poner su confianza en que Dios desea la unidad.
Estamos todos juntos en este puente. Porque, por supuesto, el puente es la Iglesia. Y, en última instancia, cada grupo encuentra al otro lado del puente una bienvenida, la comunidad y el amor.
En conclusión, quisiera decir algo específicamente a la comunidad LGBT. En tiempos difíciles tú podrías preguntarte: ¿qué es lo que sostiene al puente? ¿qué es lo que impide que se colapse sobre las rocas? ¿qué es lo que impide que te sumerjas en las aguas peligrosas de abajo? El Espíritu Santo. El Espíritu Santo sostiene la Iglesia y te sostiene a ti.
Porque ustedes son hijos queridos de Dios quienes, en virtud del bautismo, tienen tanto derecho a estar en la Iglesia como el papa, sus obispos locales y hasta yo mismo. Por supuesto, el puente tiene algunas piedras despegadas, grandes grietas y huecos profundos. Porque la gente en nuestra Iglesia no es perfecta. Nunca lo hemos sido – sólo pregúntaselo a san Pedro. Y nunca lo seremos. Todos nosotros somos imperfectos, pecadores amados que seguimos la llamada que oímos por primera vez en nuestros bautismos y que seguimos escuchando cada día de nuestras vidas.
En resumen, tú no estás solo. Millones de tus hermanos y hermanas católicos te acompañan, al igual que tus obispos, mientras caminamos juntos, de manera imperfecta, por este puente. Más importante aun, Dios nos acompaña, el reconciliador de todos los hombres y mujeres de buena voluntad, y el arquitecto, constructor y fundamento de este puente.
1. Nota del traductor: En la traducción inglesa del Catecismo que utiliza el autor, se emplea la palabra sensitivity. Ésta no corresponde con la palabra empleada en la traducción en español, delicadeza. Ya que el argumento del autor depende, en gran medida, de esta diferencia terminológica, he preferido traducirla por sensibilidad. Pienso que esto capta lo que el autor intenta expresar, o sea “la actitud de estar atento a lo que la otra persona experimenta y el tacto de saber tratarla con respeto y dignidad”.
Traducido por José Dueño, S.J.
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Fuente:
America Magazine