La buena política: Servicio al pueblo

4:00 p m| 29 mar 17 (LR/LS/BV).- Dos líderes de la Iglesia católica hicieron referencia a la necesidad de conocer el sentido auténtico de lo que significa “hacer política”, como un camino para abordar problemáticas con los que convive hoy la humanidad. En entrevistas con medios, tanto el Superior General de la Compañía de Jesús, el P. Arturo Sosa SJ, como el Secretario de Estado Vaticano, P. Pietro Parolin, coincidieron en señalar que en muchos casos el rol de un político se enfoca en intereses personales, como una carrera electoral, cuando en realidad invoca una misión de servicio para con la sociedad.

“El Evangelio nos dice el que quiera tener poder, póngase al servicio”, comenta el P. Sosa SJ. “La buena política se da en la ejemplaridad de los líderes”, dice el P. Parolin. Cada uno elabora su comentario desde preocupaciones que se priorizan en las regiones con las que han tenido mayor contacto. En el caso del jesuita Sosa, la pobreza, la dignidad humana y la justicia social en América Latina, y en el caso del Secretario de Estado Vaticano, la coyuntura de los movimientos migratorios y la unidad en los países de Europa.

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Arturo Sosa: “El reto es juntar el progreso con mayor justicia social”
(Entrevista diario La República. Perú)

-Usted dijo que el llamado de los jesuitas es buscar una reconciliación que permita vivir en sociedades justas y en respeto con la naturaleza. ¿Cómo lograrlo?

El anterior general preguntó a las provincias sobre el mayor desafío para la Compañía de Jesús. Y en todas apareció el tema de la reconciliación, porque detrás de eso está la realidad tan dura que vivimos en sociedades realmente heridas: en algunos casos en situación de guerra, en otros con discriminación de tipo racial o religiosa, en otros la desigualdad. América Latina sigue siendo el continente más desigual del mundo, y la mejora económica no garantiza el crecimiento ni la reducción de esa desigualdad.

-¿Qué hacer frente a ello?

Somos un granito de arena pero queremos hacerlo desde lo que somos, hombres de fe, y desde allí queremos aportar a la reconciliación, que implica perdón, misericordia y justicia.

-¿Borrón y cuenta nueva?

El perdón no está en contradicción con la justicia, que tampoco puede convertirse en venganza sino en una medicina. Si alguien mató a mi hijo, la justicia no es matar al hijo del otro, eso produce guerra, genera mayor violencia y dolor. Tenemos que superarlo mutuamente. Cuando ha habido abuso hay que reconocerlo y dar las acciones respectivas pero también dar el paso hacia la reconciliación. Hay que ver que la sanción ayude a que la sociedad mejore.

-¿Cómo esperar la reconciliación con gobernantes como el presidente de Estados Unidos que quiere levantar muros?

La manera en que los gobernantes no hagan locuras es tener una sociedad bien organizada, que ejerce una presión sobre el Estado y hace que se ponga al servicio de la gente, cuando hay democracia real. Eso es lo que quisiéramos fortalecer. Y para poder hacerlo el pueblo necesita crecer políticamente, como sociedad organizada, que tiene como norte el bien común y no intereses particulares. Esa es la verdadera reconciliación.

-Usted habla de una reconciliación con la naturaleza…

Todavía hay tanto que aprender en el tema de cómo nos reconciliamos con la naturaleza. Este modelo económico, social, político que prevalece en el mundo está acabando con la vida del planeta Tierra.

-Y eso genera cambios climáticos con problemas de inundaciones como aquí en Perú.

Nos solidarizamos con las víctimas pero hay que ver también las causas. Lo que pasó aquí se puede repetir, como puede ocurrir en otra parte del mundo. Pero no debería pasar si se respetara la naturaleza. Ahí tenemos otra gran tarea de reconciliación y eso significa pensar en modos alternativos de producir y de consumir.

-Usted es el primer latinoamericano elegido superior de los Jesuitas, al igual que el Papa Francisco. ¿Qué lectura le da?

Significa que la Iglesia Latinoamericana ha hecho un camino importante. El Papa Francisco y yo somos producto de una historia. No es un mérito personal sino de la Iglesia Latinoamericana que se tomó en serio el Concilio Vaticano II y empezó a reflexionar. Aprendimos a leer el Evangelio de otra manera. Hemos hecho un camino y es tan bien recibido porque refleja a una Iglesia que se preocupa por los demás, que está medio de la gente, que sabe hablar el lenguaje de la gente.

-El Papa ha reivindicado la Teología de la Liberación…

Claro. Se etiquetó la Teología de la Liberación cuando la verdad fue una bocanada de aire fresco para la Iglesia. Es una manera de hacer teología desde la experiencia de fe compartida con la gente. La Iglesia Latinoamericana comenzó a reflexionar y eso ha sintonizado con otras partes del mundo.

-Pero persiste un sector que considera “curas rojos o izquierdosos” a los que la siguen…

Esas son etiquetas que se han descolorido bastante. Lo que importa es el compromiso con la dignidad humana, la superación de la pobreza, la búsqueda de la justicia social. Lo que importa es ser coherente con lo que pide el Evangelio.

-Algunos dicen que eso es hacer política…

El ser humano es un ser social y tiene que relacionarse para resolver los problemas comunes. Eso es la política, pero el tema es cómo se hace política. El Evangelio nos dice “el que quiera tener poder, póngase al servicio” y ha habido una tradición de la Iglesia a animar en la politización y a entrar en política, pero no a utilizar instrumentos de la política para beneficio personal.

-¿Cómo tomar que el Vaticano haya protegido a un miembro del Sodalicio acusado de violaciones sexuales en Perú?

No conozco ese caso en detalle pero creo que la Iglesia está tratando de ser justa en esos casos. Ha habido un proceso. Hace años era muy difícil que se reconociera un caso como ese y casi imposible que se sancione aunque sea un poquito. Ahora hay más voluntad de reconocer los casos y de que se sancionen tanto dentro de la Iglesia como por las leyes civiles.

-¿Es su primera vez en Perú?

Ya había venido antes pero a reuniones muy breves hace más de 20 años.

-¿Cómo lo ve ahora?

Perú ha hecho un proceso, como muchos de los países de América Latina, pero todavía falta tanto para poder decir que hay un poco justicia social, en la que la gente tiene un futuro más o menos que entusiasme. Eso no se puede decir todavía ni en Perú ni en Venezuela. El gran desafío es si somos capaces de juntar el progreso con una mayor justicia social. Cómo viven los pobres es el mejor indicador de cómo el país va progresando. Si los pobres siguen viviendo tan mal es porque todavía falta mucho por hacer.

-Usted es venezolano. ¿Cómo llegar a esa reconciliación en su país, que está tan polarizado?

Allí hay varios elemento. Cuando nosotros, pero sobre todo los que tienen poder político o los que quieren tenerlo, pongan los ojos en las víctimas de la situación. Mientras tengan los ojos puestos en “a mí no me quitan de aquí” o “yo te quiero quitar de allí”, vamos a seguir en lo mismo. Ahora en Venezuela, como siempre los más pobres sufren más. Y eso nos va a obligar a dialogar, pues no hay solución posible mientras que no haya la posibilidad de un gobierno que tenga un programa consensuado y a largo plazo, mientras que Venezuela no supere el rentismo sobre el cual gira la vida económica y social, siempre tendremos conflictos.

-Hace dos años usted dijo que le falta poco para ser una dictadura ¿Qué opina ahora?

Ahora le falta menos. En estos últimos dos años ha habido situaciones de violación de la Constitución y solo los dictadores se ponen por encima de ella. Se ha negado la posibilidad de la revocatoria del año pasado y no se ha elegido a los gobernadores de Estado, que es obligatorio. Debieron ser en diciembre del año pasado y todavía no se sabe cuándo se van a dar. Si algo distingue una dictadura de una democracia es la posibilidad de elegir. No es más democracia que la gente deba tener un carné para obtener los alimentos que necesita.

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Pietro Parolin: “Para responder al malestar de los populismos se necesita la buena política”

(Entrevista diario La Stampa. Italia)

-¿Qué significa celebrar en la actualidad los 60 años de los Tratados de Roma, punto de partida de la unidad europea?

Significa afirmar que el proyecto europeo está vivo. Sabemos que hay dificultades, pero el ideal sigue siendo actual. En la base de los Tratados de Roma estaba la voluntad de superar las divisiones del pasado y privilegiar un enfoque común sobre los desafíos de nuestro tiempo. La paz y el desarrollo de los que se ha beneficiado Europa son un fruto tangible de la firma del 25 de marzo de 1957. La celebración de ese evento nos recuerda, pues, que todavía hoy es posible trabajar juntos, puesto que lo que une es más importante y también más fuerte de lo que nos divide.

-La Unión a menudo es considerada como una gran estructura burocrática, que discute mucho sobre el déficit de cada uno de los Estados o sobre cuestiones económicas, pero no se concibe como una verdadera comunidad. ¿Qué le parece esta imagen tan extendida?

Que esta imagen de una Unión Europea burocrática esté tan ampliamente difundida debe cuestionar a los líderes europeos e impulsarlos a asumir un liderazgo más consciente. El alma del proyecto europeo, según la idea de los Padres fundadores, hallaba su consistencia en el patrimonio cultural, religioso, jurídico, político y humano sobre el que Europa se fue construyendo a lo largo de los siglos. Roma fue elegida como sede de la firma de los Tratados justamente por este motivo. Ella es el simbolo de este patrimonio común, uno de cuyos elementos fundamentales es, ciertamente, el cristianismo. El espíritu de los Padres fundadores no era tanto el de crear nuevas estructuras supranacionales, sino de dar vida a una comunidad, compartiendo los propios recursos. Hoy es necesario replantear la UE siguiendo esta línea, más comunidad en camino que entidad estática y burocrática.

-La Gran Bretaña eligió salir de la Unión y en diferentes países europeos van surgiendo movimientos “populistas”. ¿Se trata solo de un peligro o del signo de un malestar que exige un cambio?

Los populismos son el signo de un malestar profundo percibido por muchas personas en Europa y que ha empeorado por los efectos de la crisis económica que perduran y por la cuestión migratoria. Son una respuesta parcial a problemas complejos. Por ello no se puede, en lo más mínimo, menospreciar el resurgimiento de los populismos, porque también la historia reciente de Europa nos indica cuáles efectos devastadores pueden tener. Las inquietudes que logran interceptar son auténticas y no pueden de ninguna manera ser eludidas; más bien, deben constituir un estímulo para una reflexión más profunda con el objetivo de elaborar respuestas auténticamente políticas, es decir que sepan, al mismo tiempo, afirmar un ideal, indicar una perspectiva de acción y dar respuestas concretas.

-El tema de la inmigración divide a los países de la Unión. A menudo Italia y Grecia son abandonadas al afrontar el fenómeno. ¿Qué le gustaría que sucediera?

La cuestión migratoria es un fenómeno muy complejo que no se puede reducir simplemente a un problema de cifras y de cuotas. Pone a prueba a Europa en su capacidad de ser fiel al espíritu de solidaridad y de subsidiaridad que la animó desde el principio. Claro, con los grandes flujos de los últimos años, se plantea un problema de seguridad que hay que tener en cuenta. Si, por una parte, no se puede ignorar a quien vive en la necesidad, por otra, existe también la necesidad de que los migrantes observen y respeten las leyes y las tradiciones de los pueblos que los acogen. Sin embargo, es evidente que la inmigración plantea también un desafío cultural, que tiene que ver con el patrimonio espiritual y cultural de Europa.

-¿Cómo podría Europa volver a encontrar el espíritu de sus Padres fundadores?

Con más política, en el sentido auténtico del término. La política es, efectivamente, el servicio a la «polis» con abnegación. La buena política también se da en la ejemplaridad de los líderes. Los Padres fundadores nos lo demostraron concretamente. Pero desgraciadamente en la actualidad la política es reducida a un conjunto de reacciones, que a menudo gritan, y son el indicador de la carencia de ideales y de esa tendencia moderna al escaqueo. La política de esta manera acaba siendo solamente la búsqueda inmediata del consenso electoral.

-¿Cómo afrontar el terrorismo fundamentalista y el miedo que genera?

Antes que nada, creo que es necesario identificar y erradicar sus causas más profundas. El terrorismo encuentra un terreno fértil, seguramente, en la pobreza, en la falta de trabajo, en la marginación social. Sin embargo, vemos, por ejemplo, con el fenómeno de los llamados foreign fighters, que hay una causa mucho más profunda de malestar que favorece el terrorismo, y es la pérdida de los valores que caracterizan a todo el Occidente y que desestabiliza principalmente a los jóvenes.

A partir de que terminó la guerra Europa ha tratado de “alejarse” del patrimonio cultural y de valores que la generó, y esto ha creado un vacío. Los jóvenes advierten y sufren dramáticamente las consecuencias de este vacío, porque, al no encontrar respuestas a sus justas preguntas sobre el sentido de la vida, buscan paliativos y subrogados. Por ello, el terrorismo se combate volviendo a dar a Europa, y a Occidente en general, esa alma que, un poco, se ha perdido, detrás de los fastos de la “civilización del consumo”.

-En los últimos años se ha hablado mucho sobre las raíces cristianas de Europa. ¿Qué significan y cuál podría ser el aporte de los cristianos para el renacer de Europa?

Estas raíces son la linfa vital de Europa. Es suficiente volver a leer los discursos que los protagonistas del 25 de marzo de 1957 pronunciaron en el Campidoglio para descubrir cómo veían en el común patrimonio cristiano un elemento fundamental sobre el cual construir la Comunidad europea. Después comenzó un lento proceso que trató de relegar cada vez más el cristianismo al ámbito privado. Y así fue necesario buscar otros comunes denominadores, aparentemente más concretos, pero que han llevado a ese vacío de valores al que nos referíamos antes, y con los resultados que tenemos frente a los ojos de sociedades cada vez más fragmentadas.

En este contexto, considero que los cristianos están llamados a ofrecer con convicción su testimonio de vida. “El hombre contemporáneo escucha con mayores ganas los testimonios que a los maestros”, decía Pablo VI. De los cristianos no se espera que digan qué hacer, sino que demuestren con sus vidas el camino que hay que recorrer.


Fuentes:

La República / La Stampa

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