¿Qué nos deja Spotlight?

11:00 p m| 04 mar 16 (THINKING FAITH/BV).- Resulta imposible pensar en algo positivo mientras uno es testigo de la maraña que se desenreda en Spotlight, que al final termina comprobando la participación de más de 250 sacerdotes católicos en casos de abusos sexual en contra de menores de edad y el encubrimiento por parte de autoridades eclesiales, tan solo en la ciudad de Boston.

Sin embargo, para el teólogo Michael Kirwan SJ. hay dos lecciones que vienen de la mano de la ganadora del Oscar: primero, abrir los ojos ante la cruda realidad de sacerdotes pederastas y darnos cuenta que ocurre en todos lados, y en una mayoría, continúa ignorada o encubierta; segundo, la justicia de Dios puede surgir de fuentes improbables. Incluimos también una reseña sobre una columna que comenta la película, publicada en L’Osservatore Romano.

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Spotlight es una película sobre la maldad, ubicua y cotidiana. Para ser preciso, nos cuenta cómo fue identificada y resistida una instancia particular de esta maldad: el escándalo de abuso sexual hacia menores de edad por parte del clero, que salió a la luz en la Arquidiócesis de Boston en 2002. Chocante, en términos de la magnitud de los abusos (cerca de 300 sacerdotes agresores, con un aproximado de 1000 víctimas), y por el encubrimiento sistemático por parte de las autoridades de la Iglesia, que de manera rutinaria decidieron simplemente transferir a esos sacerdotes de un encargo pastoral a otro. La gravedad del caso en conjunto sumada a la profunda investigación y posterior difusión por parte de los periodistas del Boston Globe -‘Spotlight’ era el nombre del equipo de investigación, conformado por cuatro personas- son los elementos sobre los que se ha elaborado una convincente, poderosa y bien articulada película.

El filósofo cristiano Paul Ricoeur escribió que cuando se trata de describir el mal (a diferencia de la finitud humana), incluso la cultura más avanzada o sofisticada considera que tiene que recurrir al lenguaje del “mito”, no en el sentido de una historia que es una sarta de mentiras, sino una narrativa cuya profunda estructura permite traer a conciencia común lo que de otra manera es inexplicable. El esquema de ‘Hollywood’ ofrece ejemplos familiares de ese patrón “mítico”, sobre todo, en las tramas de exposición de conspiraciones y confrontación ante un poder institucional arraigado. “Todos los hombres del presidente” (1976) habla del destape del escándalo Watergate por periodistas de Washington, pero hay otras versiones de esa persistencia de investigadores comprometidos, exponiendo la verdad enfrentando un poder más grande que ellos (Silkwood, Erin Brockovich, y otros). Es como si solo pudiéramos soportar la idea de examinar la maldad humana cuando es enfrentada por individuos o grupos heroicos -Schindler, Elliot Ness, Batman- cuya sed de justicia ofrece una especie de esperanza compensatoria.

Spotlight es una entrega bajo ese paradigma, con espléndidas actuaciones del intrépido equipo de investigadores. Michael Keaton (que en el pasado encarnó a Batman) encaja a la perfección como Walter ‘Robby’ Robinson, el líder del equipo, acompañado de actuaciones nominadas al Oscar en los papeles de Michael Rezendes (interpretado por Mark Ruffalo) y Sacha Pfeiffer (Rachel McAdams). Stanley Tucci interpreta a un abogado espinoso, excéntrico, pero simpático, Mitchell Garabedian. Entre ellos el reparto entrega la gama “normal” de reacciones humanas de angustia e ira que se necesita expresar, dado lo enorme y destructivo que están descubriendo. Da la casualidad que en el equipo todos son excatólicos o no practicantes. Al respecto, el lamento de Rezendes por la esperanza perdida de poder retomar la fe en un futuro (después de descubrir toda esta asquerosa red de abusos), es un momento especialmente desgarrador.

Vemos la misma crudeza, sobre todo, en cada una de las entrevistas con las víctimas; tres en total, que dan testimonio inolvidable de lo que les había ocurrido. Incluso el sacerdote agresor que aparece en la película revela también haber sido víctima de violación -al mismo tiempo que muestra una fría desconexión emocional sobre el daño indecible que a su vez provocó en los niños (explica, como si fuera cualquier cosa, que abusó pero no violó).

Aunque no es el foco central de la película, la lucha de las víctimas para hacerse oír no pasa desapercibida en el hilo narrativo en Spotlight. El líder del grupo de los agredidos (interpretado por Neal Huff) es inicialmente desestimado por todo el mundo, acusado de inestable. Por otro lado, fue un golpe para las víctimas que tuvieron que desenterrar terribles recuerdos, que la recopilación de testimonios -junto con la investigación- se detuviera temporalmente cuando el 11 de setiembre del 2001 acaparó la prioridad en las noticias.

La madurez del equipo Spotlight se pone de manifiesto en la gran decisión estratégica de Robby de contener la denuncia y exposición de una sola persona, quien era responsable en gran medida del encubrimiento -es decir, el cardenal Law-, y más bien apuntar a “desbaratar el sistema”. Una vez que queda claro que no se trata de las fechorías de uno de los primados, ni de un número de “manzanas podridas”, sino de una cultura que todo lo impregna de una deferencia, que corroe la conciencia de los policías, abogados, autoridades civiles, filántropos y administradores de la educación -todos “haciendo su trabajo”- entonces la cuestión de la responsabilidad colectiva de “hacerse de la vista gorda”, tiene que ser abordada. Como Garabedian comenta con acritud, “si se necesita un pueblo para criar a un niño, también se necesita un pueblo para abusar de él”.

Y así se perfiló la acusación contra la sólida e introvertida cultura católica de Boston. Sólo los “forasteros” como Garabedian (que es el armenio) y el judío, que recién había sido nombrado editor del Globe (Marty Baron es un advenedizo nervioso, que poco a poco va ganando firmeza, maravillosamente interpretado por Liev Schreiber) tienen alguna posibilidad de marcar una diferencia. Incluso Robby, en gran medida un ‘aldeano’, admite su propia complicidad (años antes había restado importancia denuncias individuales). La verdad de hecho nos hace libres; pero como Hannah Arendt ha observado, muchas veces no llega en el momento psicológicamente adecuado.

Hay un intento de análisis más amplio del “fenómeno” de abuso sexual clerical, en la voz de Richard Sipe, un reconocido comentarista con considerable experiencia clínica que colabora con Spotlight. Me imagino que algunas de las principales objeciones a la película estarán relacionadas con el despliegue de un autor controvertido que expone una disfuncionalidad del “sistema” que cuesta creer (y que lo vinculan además con el celibato, el secreto de confesión, etc.). Los realizadores determinaron abiertamente que su investigación era una “fuente”, y cualquier persona que tenga problemas con el análisis de Sipe es libre de hacerlo. Respecto a eso sentí, como en cualquier otro momento de la película, que hay un deseo de replicar la escrupulosa honestidad del periodismo de investigación que retrata. Esta es una película que se posiciona lo más abierta posible, para ganar nuestra confianza.

Es, por supuesto, una película difícil e incómoda para los católicos (los abogados, al menos colectivamente, tampoco quedan bien parados). Probablemente alguien que conozca mucho mejor el mundo católico de Boston podría evaluar la imparcialidad y la exactitud de la claustrofobia eclesial que representa Spotlight. Y la película hace lo suyo al no centrar toda la culpabilidad solo en el cardenal Law, quien de todas maneras queda identificado claramente como la  fuente de la corrupción. Las notas al final del film nos recuerdan que tras la renuncia de Law, fue trasladado a un puesto de prestigio en Roma -a una instancia de un nivel superior, precisamente de la “transferencia” de sacerdotes problemáticos, que está en el centro del escándalo de Boston.

Ver esta película me ha convencido una vez más de la importancia respecto a la Iglesia, como una “escuela” para el discipulado, para la “disciplina” de la santidad. Y el teólogo Nicholas Lash nos ha recordado que el aprendizaje y el gobierno no son la misma cosa. En cuyo caso, la auténtica reacción católica a esta película tiene que ser preguntarnos: ¿Qué podemos -debemos- aprender de ella?

Propongo dos “resultados de aprendizaje”. En primer lugar, no es que se hayan mostrado hechos inéditos sobre el escándalo de Boston, pero tal vez lo ocurrido tenga que ser grabado permanentemente en nuestra alma, de la forma en que sólo el buen y poderoso arte puede hacerlo (drama y cine, sobre todo). Y Spotlight es un buen drama. Hay un claro efecto catártico -se dicen las cosas, aunque a partir de la boca de los actores, que nunca se debieron dejar de decir o menos aún, ignorarlas. Para muchas personas, la película tendrá un efecto perturbador pero también de curación, un efecto que la Iglesia debe estar preparada para reconocer y apreciar -incluso y sobre todo cuando la Iglesia no es en sí el agente que brinda esta curación. Debo añadir que, si bien en un sentido, todo esto puede ser “noticia vieja” para los católicos en los EE.UU. y Europa, lamentablemente sigue siendo “actual” en muchas regiones geográficas de la Iglesia, en el que este “fenómeno” apenas ha sido reconocido como una realidad, y en algunos casos incluso sigue siendo ignorado. Y esto no es, en última instancia, sobre el caso Boston solamente, ya que sobre el final de Spotlight se expone una alarmante lista con cientos de lugares en todo el mundo, donde se ha producido abuso clerical.

La segunda lección se refiere, simplemente, a los “signos de los tiempos” que la Iglesia con demasiada frecuencia ha leído mal. El Dios de la justicia, defensor de la viuda, del huérfano y del marginado, SÍ PUEDE hablar desde fuera de la Iglesia. Los medios de comunicación seculares (si así podemos describir la decepción post-catolicismo de los periodistas de ‘Spotlight’) han sido esenciales para hacer notar a la Iglesia el gran marco de la crisis de abuso infantil, en los EE.UU. y en otros lugares. José Casanova, sociólogo católico de religión, ha establecido un caso similar para el feminismo secular occidental, en la medida en que una postura mejorada de la dignidad de la mujer tiene como corolario, una nueva conciencia de la vulnerabilidad de los niños y la necesidad de protegerlos. Con demasiada frecuencia la posición por defecto de la Iglesia hacia los medios de comunicación seculares y hacia el feminismo secular, ha sido estar a la defensiva y de oposición. Spotlight ofrece la posibilidad de que la voz de Dios podría, después de todo, ser percibida en estas fuentes improbables.

En este sentido, la valoración positiva de la película por el cardenal Sean O’Malley, el actual arzobispo de Boston, tiene que ser acogida, junto con la de Luca Pellegrini, en la página web de Radio Vaticano, declarando que los reporteros del Globe dieron ejemplos de su vocación más pura, al desentrañar los hechos, verificar las fuentes, y haciéndose a sí mismos -por el bien de la comunidad y de una ciudad- paladines de una justicia necesaria.

Spotlight es una buena, triste, desafiante, responsable y no eufemística película. A mirar y aprender.


L’Osservatore Romano califica Spotlight como “un filme emocionante, y no es anticatólico”

El filme “Spotlight”, ganador del Oscar a la mejor película, es “emocionante” y “no es anticatólico” porque “da voz al horror y al dolor profundo de los fieles”, según “L’Osservatore Romano”.

En un artículo firmado por Lucetta Scaraffia tras conocerse el galardón concedido al filme que narra la investigación periodística que destapó abusos sexuales a menores en la Iglesia católica de Boston, el diario vaticano lamenta sin embargo que no se mencione la “lucha larga y tenaz” de Benedicto XVI en ese ámbito.

“Es verdad, en la narración no se da espacio a la lucha larga y tenaz que Joseph Ratzinger, como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe y como Papa, emprendió contra la pedofilia en la Iglesia”, se agrega en alusión al Papa emérito.

“Pero en un filme no se puede decir todo y las dificultades con las que se encontró Ratzinger no hacen más que confirmar la tesis del filme, y es que demasiado a menudo las instituciones eclesiásticas no han sabido reaccionar con la necesaria determinación frente a estos crímenes”, se lee en el diario vaticano.

“La pedofilia no se deriva necesariamente del voto de castidad”, añade el artículo, donde se destaca que el filme consigue reflejar la preocupación de “demasiados” en la Iglesia por la imagen de la institución y “no por la gravedad del acto”. “El hecho de que en la ceremonia de los Oscar se haya hecho un llamamiento al Papa Francisco para que combata este flagelo debe verse como una señal positiva”, valora el diario de la Santa Sede.

“Hay confianza en un Papa que está continuando con la limpieza comenzada por su predecesor ya como cardenal”, se añade. “Spotlight”, obra del cineasta Tom McCarthy, protagonizada por Michael Keaton, Mark Ruffalo y Rachel McAdams, logró el Oscar a la Mejor Película y al Mejor Guión Original.

Fuentes:

“Spotlight”, texto de Michael Kirwan SJ. Publicado en Thinking Faith / Religión Digital

Puntuación: 4.8 / Votos: 5

Buena Voz

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