Tradición vs. Novedad
7.00 p m| 06 ago 15 (TERRITORIO ABIERTO/BV).- El ser humano, como todas las especies, tiene dos polos: uno adaptativo y otro estático. El primero tiene la finalidad de adecuarse a los cambios en su entorno, el segundo representa la negativa a las variantes que implica la adaptación. Al final, la tensión entre estos polos permite la supervivencia. Elías Gonzáles Gómez, en el blog Territorio Abierto, adapta esa explicación a la realidad en la religión, en las que el rol estático lo asume la doctrina, “que cumple el rol de mantener vivas las tradiciones”, y el polo adaptativo es representado por todos esos movimientos que prestan atención a lo contemporáneo “para responder con una fe más apta y en sintonía con lo que se vive”. Esa tensión aquí es el impulso de la fe, por lo que Gonzáles Gómez sugiere mantenernos siempre atentos “para que no se vuelva opresión de un lado, ni superficialidad del otro”.
—————————————————————————
Me encuentro ante un tema espinoso. No solo incomoda a las religiones, sino que también complejiza aspectos cotidianos de la vida, como la discusión entre un padre y su hija sobre el noviazgo de ésta, o los debates entre gobiernos y comunidades ancestrales. En diversos escenarios está presente la tensión entre lo novedoso y lo tradicional.
¿Quién no se ha topado ante un conservadurismo resistente a las nuevas ideas? ¿O quién no ha juzgado diciendo: “Mejor malo conocido que bueno por conocer”? De una manera u otra, cada uno de nosotros hemos sentido la tensión entre lo que tradicionalmente se ha venido haciendo y lo nuevo que promete cambios. Para mí, esto es algo que va más allá de simplemente etiquetar a las generaciones más jóvenes como las que buscan los cambios y a las generaciones más viejas como las que se les oponen. La cosa es mucho más compleja.
La cuestión cobra especial interés cuando nos trasladamos al campo religioso. A cada momento escuchamos opiniones de teólogas y teólogos con pensamientos novedosos, muchas veces de lugares del mundo con culturas y símbolos distintos, que concitan la incomodidad de las autoridades eclesiales. Baste recordar las múltiples miradas feas que han recibido pensamientos teológicos como la teología de la liberación, la teología pluralista o las teologías feministas.
El Evangelio pide hombres y mujeres nuevos. El cristianismo no es en sí un ismo, una doctrina más. Si lo fuera, su fuerza radicaría en la solidez de sus argumentos y en la capacidad de convencer. La experiencia cristiana es una experiencia de relación con el Dios Vivo, experiencia que se va actualizando, haciéndose contemporánea conforme los signos de los tiempos y, por lo tanto, necesita re-actualizarse constantemente. Es una experiencia que trasciende doctrinas concretas, el Espíritu las quiebra todas pues ninguna puede contenerlo, el dinamismo del amor trinitario lleva siempre a replantearse las cosas.
El problema es que estos movimientos de renovación tienden a bañar al niño y tirar el agua sucia con todo y niño, como dice el dicho. Es decir, en su afán por purificar y transformarse, muchas veces se pierde el fondo y el fundamento que desde el principio ha mantenido viva la experiencia cristiana de Dios, la tradición que le da identidad. En lo personal, cuando leo y convivo con este tipo de pensamientos, me quedo con un mal sabor, porque siento que en el camino de renovación se ha perdido algo muy importante. No me cuadra escuchar sobre un cristianismo que no sea cristocéntrico, o en el cual la Trinidad y la Encarnación no aparezcan como los pilares de la experiencia de fe.
Si no existiera un grupo de creyentes cuya tarea fuera sopesar los distintos pensamientos teológicos, entonces acabaríamos en el punto en el que cualquier cosa es cristianismo, cualquier cosa es fe, cualquier cosa es religión y cualquier cosa es espiritualidad.
El problema aquí son los atropellos que estos comités y grupos de entendidos cometen en ocasiones, y que muchas veces cooptan el Espíritu atentando contra su naturaleza de libertad. Acomodados en su posición y visión, muchas veces llegan a anular y despreciar pensamientos y sentires religiosos auténticos que quizás no usen los mismos símbolos y conceptos, pero que conducen y responden al Dios de Jesús.
Todas las especies, incluyendo el ser humano, tienen dos polos: uno adaptativo y otro estático. El primero, las lleva a adaptarse ante los cambios ambientales y de contexto, y el segundo opone resistencia a este cambio. La tensión existente entre ambos polos, es la que permite la sobrevivencia de las especies. Si el polo adaptativo dominara, entonces las especies cambiarían tan rápido que en dos o tres generaciones la especie actual desaparecería. Y si, por el contrario, dominara el polo estático, entonces le sería imposible a cualquier especie adaptarse a un cambio ambiental.
Podemos trasladar esta explicación al mundo de las religiones. Casi por definición, toda religión consta de ambos polos. Normalmente, el estático juega el papel de juez de doctrina, que cumple el rol de mantener vivas las tradiciones; es esa voz de los abuelos, voz necesaria que permite la permanencia de la identidad, en este caso, que el cristianismo continúe siendo experiencia cristiana de Dios y no una enunciación con rasgos cristianos. A este polo se le llama orto-doxia o recta-doctrina (orto-correcto y doxia-doctrina), los encargados de no perder lo fundamental y esencial de la tradición. Imaginemos una Iglesia sin este polo: en diez años no habría cristianismo ni cristianismos, sino ideologías con tinte cristiano, nada más. Por su parte, el polo adaptativo es representado por todos estos movimientos que prestan su voz a los signos de los tiempos, que buscan escuchar las exigencias de la contemporaneidad para responderle con una fe más apta y en sintonía con lo que se está viviendo.
Los caminos espirituales no serían posibles sin esta tensión: la del Espíritu que empuja y revolotea libremente por los cielos siempre nuevos de la contemporaneidad, y la de las enseñanzas y guía de los maestros que hacen que la tradición y la identidad de las religiones sean posibles. La tensión -entre lo tradicional y lo novedoso- es necesaria, ya que es parte constitutiva de los caminos espirituales, es el viento que sopla y empuja, la vela que guía el velero de la fe. La tensión, resistencia entre el viento y la vela, es lo que nos permite navegar. Estemos siempre vigilantes para que esta tensión no se vuelva opresión, de un lado, ni superficialidad o moda del otro. Vivamos la tensión como esta fuerza vital del Espíritu vivificador que produce corazones nuevos que saben muy bien cuál es su fundamento.
Fuente:
Territorio Abierto