Pedro Miguel Lamet: ‘Pablo no fue un converso, sino un hombre iluminado por Dios’
8.00 p m| 17 abr 15 (RD/BV).- “Pablo es un personaje muy discutido, en su tiempo y hoy todavía… sin embargo al leer sus Cartas, descubres un poso de teología tremendo… es una luz de Dios Padre para el cristianismo”, así se expresa Pedro Miguel Lamet, jesuita, escritor y maestro de periodistas, sobre Pablo de Tarso en una entrevista, a propósito de la publicación de su última novela histórica, “Pablo de Tarso, el Resplandor de Damasco. El apóstol de las naciones”. Luego en sus respuestas comparte también su visión de la actualidad vaticana, asegurando que el Papa “no tiene que ser una esfinge”, sino estar con el pueblo, tal como lo hace Francisco.
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– ¿Por qué Pablo, Pedro?
Para mí era un gran desafío en primer lugar porque este proyecto lo he tenido en mente desde hace mucho tiempo pero he tardado en atreverme, porque tengo una relación difícil con Pablo. Creo que no soy al único que le sucede, porque Pablo es atractivo pero a veces, de tan seguro de sí, repelente. Al mismo tiempo, aparece muy frágil, como un vaso de barro. Este carácter sumado a que es un personaje al que se le representa relativamente guapo, choca con las creencias de que era patizambo -montaría el caballo con las piernas arqueadas- y tenía una calva muy fuerte, barba de chivo, cejas juntas… Una descripción que no le hace demasiado atractivo y, sin embargo, cuando vas leyendo las Cartas, descubres un poso de teología tremendo.
Esas contradicciones son un desafío: es un hombre muy discutido, en su tiempo y hoy todavía. En la Iglesia motivó la separación -del protestantismo y el tema de la fe- e incluso se le ha acusado de que, durante la II Guerra Mundial, la exterminación judía se debió a él, teoría totalmente rocambolesca (inverosímil).
– ¿Quiénes?
Fueron tesis de posguerra, hoy las ideas son las contrarias: hay una serie de escritores que insisten en que Pablo nunca dejó de ser judío.
– Aunque fueran ciudadanos romanos, los primeros cristianos siguieron actuando en base a la tradición judía. El propio Jesús jamás pudo ser cristiano.
Claro, se vivía la síntesis de muchas culturas. Pablo se formó en una ciudad de cultura fundamentalmente helénica. Tarso era intelectualmente griega. Después, conoció a la perfección el mundo romano y, al mismo tiempo, se entregó, judío fariseo, a su cultura judía.
– Se cayó del caballo y se convirtió en el primer converso de la Historia, o eso solemos decir. Cambió su pensamiento pero siguió teniendo el mismo temperamento, la misma mala uva. ¿Qué hay de bueno y de malo en esa conversión, en ese resplandor?
Piñero dice que no pudo ser un converso porque no había a qué convertirse: el cristianismo no existía como tal. Yo creo que es un hombre iluminado directamente por Dios. La impresión más fuerte que yo he recibido al escribir esta novela, investigando sobre Pablo, ha sido encontrarme a un hombre que es enormemente moderno, un outsider, un hombre libre, que recibe todo por iluminación de Dios. Se fue a Arabia a reflexionar, y trece años después contactó con Pedro y Juan y el famoso hermano de Jesús, Santiago, que para mí es un personaje curiosísimo. Casi no se ha hablado de él y era un judío de lo más fiel, que se opuso a Pablo y le llegó a mandar espías. Esto es exacto: lo dicen los Hechos de los Apóstoles.
Jesús le llama y él sigue ese impulso interior: realmente eso es una conversión. Es consciente en alma y mente. Busca directamente lo que ha sentido y eso lo lleva adelante contra la Iglesia oficial.
– Ahí empiezan las primeras discusiones serias entre los discípulos directos de Jesús (Pedro, Santiago, Juan) y Pablo, que no lo fue pero se le considera uno de los más profundamente discípulos. No es uno de los doce, pero es el gran apóstol de la Iglesia primitiva. ¿Hasta qué punto Pablo es imprescindible para la Iglesia? ¿Por qué no fue entendido por los más cercanos a Jesús?
El marketing de la Iglesia lo hace Pablo: él es el verdadero fundador del cristianismo. No del mensaje evangélico, que es Jesús, pero sí del cristianismo como religión. Predicó primero en las sinagogas, entre los judíos, pero descubrió que había una necesidad muy grande en su tiempo, que las religiones de la época no llenaban a las personas. Ni Artemisa, ni los misterios de Eleusis llenaron a Pablo ningún hueco. A los judíos les ayudó a completar su visión: ha llegado el Mesías. Pero fracasó y fue a los temerosos de Dios, que eran un grupo de gente que estaba acercándose a los judíos pero no quería circuncidarse, por ejemplo, porque estaba mal visto entre los romanos. Claro, ibas desnudo a las termas y, si estabas circuncidado, todo el mundo se reía de ti.
Las mujeres, que no tenían que circuncidarse, fueron las grandes colaboradoras de Pablo. De acuerdo a su época, Pablo no fue antifeminista, pero el contexto tampoco daba más de sí. En la época de Pablo, había mujeres que celebraban la eucaristía, o por lo menos el ágape. Se reunían como diáconas. Creo que todo eso hizo que Pablo tuviera muchísimo éxito en su época. Con las ideas muy claras, fue fundando poco a poco. Sobre todo en ciudades domésticas, en pequeñas comunidades.
Fue teniendo éxito con los paganos: se extendió su pensamiento “hasta los confines de la tierra”, lo que se ha discutido. Yo sitúo el comienzo de la novela en España, cuando él se encontraba aquí.
– ¿Y cuál es la reacción que tienen Pedro, Juan y demás cuando se encuentran con que un señor ajeno a ellos, perseguidor de cristianos en su tiempo, está propagando las ideas que ellos han vivido con Jesús?
Su visión tuvo que ser, por poner un ejemplo, como la tensión que pudo haber entre un Juan Pablo II y un Romero: lo admiraban y apreciaban pero, al mismo tiempo, se encontraban con una presión judía muy fuerte. Pedro, al principio, asiste a comidas de estas que no son purificadas (la carne sin sangre y todo esto) y poco a poco va cediendo al influjo de Santiago y otros de Jerusalén, en contra de la línea de Pablo. Es muy interesante comparar lo que dice Pablo en sus Cartas y lo que dicen los Hechos de los Apóstoles sobre eso, porque Pablo es mucho más duro con la Iglesia de Jerusalén.
– ¿Quién gana esa batalla? ¿El cristianismo paulino o la cátedra de Pedro?
Claro… En un primer momento se ve que en Cesarea es encarcelado y los judíos en el templo lo rechazan por completo. De alguna manera, también los Apóstoles, y Pablo tiene que apelar al César. Por eso la novela la coprotagoniza Julio, un personaje que aparece en los Hechos, que es el centurión que se hace muy amigo de Pablo. Eso es histórico.
En definitiva, creo que de una forma inmediata ganó Pedro, pero de forma mediata Pablo llama la atención. Se le rechazó incluso después de muerto, hay una carta de Pedro que dice que a Pablo se le entiende poco… A mí una cosa que me parece muy curiosa del Evangelio en general y de Pedro y Pablo es que escriben de manera completamente distinta. El Evangelio es narrativo, mucho más sencillo y directo, pero Pablo es pensamiento teológico, norma y dogma. Pero es una manera de hacer inteligible para un mundo pagano el mensaje de Jesús. Casi no habla en las cartas de la vida de Jesús, y eso es lo que produce una extrañeza. La gente, además, tiene una ignorancia notable sobre Pablo: no lo han leído y que sólo lo conocen porque han escuchado la carta de las bodas… Quien profundiza, no tiene esa visión amorosa de Pablo: queda perplejo. A mí me pasó, aunque ahora me siento muy cerca de él. Porque hace una síntesis, efectivamente, entre estar enamorado de Jesús y esos viajes a la Grecia de los misterios… Entre lo lírico y lo práctico. Él sintetiza todos los follones que había entorno a la religión en la época: rechaza numerosas normas, como la ley mosaica, y todo lo reduce a la fe, que lleva al amor, que todo lo soluciona. Es una síntesis maravillosa.
– Sí que lo es, aunque causara problemas en la Iglesia. Hablas de la sorpresa de interiorizar a Pablo, de ir investigando al personaje. ¿Cómo es, a grandes rasgos, el Pablo que tú dibujas en tu novela?
A través de lo que va escribiendo Julio la novela muestra a Pablo. Este capitán centurión, que sería por cierto uno de los encargados de apagar el fuego en tiempos de Nerón, tiene problemas con su mujer, que es una niña bien del mundo romano que no acepta que Julio se reúna con los cristianos en secreto. Los cristianos tenían fama de matar niños y ser unos monstruos. Él recibe de las catacumbas una serie de documentos, y esos rollos son las Cartas de Pablo, los Hechos y demás. Hace amistad con Lucas, que vivía en aquella época en Roma, y va contrastando lo que va descubriendo con lo que Lucas le cuenta. A partir de ahí, emerge a sus ojos un Pablo que es una persona muy formada pero un hombre outsider. Tiene luchas consigo mismo por su debilidad, pero al mismo tiempo es un poco chulo. Esa convicción es la que le permite luchar. Si no eres un poco orgulloso, a menudo te vas a echar atrás ante las dificultades… Sufre de todo -enfermedades, persecuciones, cárceles, naufragios…- pero subsiste por el gran amor a Jesucristo. Un amor que le lleva a una enorme soledad, pero le da fuerza. He descubierto que en la relación con sus amigos era tierno: ¡esa carta maravillosa a Filemón, que salva a un esclavo! Fue rechazado aun así, como muchos otros grandes personajes. Pienso en la biografía de Arrupe…
– Todos los grandes personajes de la Iglesia han tenido esa época oscura de ser rechazas o incluso perseguidos.
Porque son libres con su fe.
– Hablabas antes de Romero, has hablado de Arrupe, a quien tú conoces muy muy bien; Francisco de Asís y, en cierto modo, el Papa Francisco, que, como Pablo, viene de fuera y quiere predicar a las periferias… Como Pablo de nuevo, tiene carácter y va por libre. ¿Cómo le ves?
Exacto. Yo tengo como una especie de presentimiento de que va a pasar algo. Esto está provocando problemas de fondo en la Iglesia más conservadora y puede acabar por hacer estallar la tensión. Para mí ha sido clave que Francisco haya dicho que va a estar al mando de la Iglesia universal tres años más o así. Porque eso lo ha dicho, primero, para tranquilizar a los que tienen miedo de que haga demasiados cambios y, en segundo lugar, porque creo que en el fondo él es un hombre que ve claro que puede pasar algo esté o no esté él. Porque está sembrando una semilla irreversible. Está consiguiendo cambiar la actitud.
– Que probablemente sea mucho más importante que cambiar cualquier norma.
Claro: está volviendo a Jesús. Con sus debilidades también -en algún momento se ha podido pasar con alguna expresión-, porque es humano y se expresa como tal.
– Es curioso cómo, con este Papa, estamos eliminando las mediaciones. Las periodísticas y las eclesiales, porque todo el mundo que escucha a Francisco sabe lo que Francisco está diciendo, sin intérpretes. No tienes que leerte un tratado de teología para entenderle. Hay personaje sin escatología…
Como hacía Jesús… El otro día, sin embargo, en un debate en televisión me decían que Benedicto era un teólogo y Bergoglio no: esa especie de visión aristocrática… ¡Como si el Papa tuviera que ser ajeno a la gente! Jesús lo que hacía era estar al lado del pueblo, acercarse a acariciar a los niños y decirles las verdades de una forma inteligible: con parábolas. Este Papa está creando un nuevo lenguaje, pero son neologismos que todos entendemos.
– ¿Comprendes a los que piensan que puede estar destrozando la Iglesia como institución?
Creo que en la Iglesia se ha vivido mucho de la tradición. ¿Qué pasaría, por ejemplo, si el papa quita a la guardia suiza? Se produciría una revolución en la Iglesia, pese a que ningún guardia suizo es consustancial al Evangelio. Poco a poco, creo que este hombre va a conseguir que la Iglesia cambia, con el G9 y la reforma de la Curia, la consulta al pueblo y otros detalles magníficos.
– Veremos en unos días qué surge del nuevo sínodo. Después de meterte en la vida de Pablo, reconociendo además que tenías reticencias acerca del personaje, ¿hoy le quieres más y entiendes su mensaje necesario para la Iglesia?
Muchísimo más. Yo creo que Pablo, más allá del personaje “fundador”, es una luz que Dios Padre dio al cristianismo después de que Jesús, en la intimidad de su tierra -no salió de Palestina-, sembrara el Bien. Pablo nos dice que eso es para todo, y que es mucho más sencillo de lo que uno se puede imaginar -en ese momento, el judaísmo, cargado de persecuciones…-, y también liberador. Lo único que hace falta para ser cristiano es creerte a Jesús de verdad. El del amor es un mensaje liberador y, yo creo, que muy actual. Que una persona, libremente, siga adelante con la inspiración que ha tenido, en el fondo mística, en un mundo como el nuestro, tan necesitado de mística, es algo hermoso.
Fuente:
Entrevista producida y publicada en Religión Digital