Mandamientos, medios y fines
4.00 p m| 24 mar 15 (MENSAJE/BV).- Los mandamientos… lo primero que se enseña y lo último que se olvida. Desgraciadamente, para muchos, es todo lo que hay. El Señor de la Alianza es un Dios que libera de la esclavitud y conduce a la Tierra Prometida. Es Padre de misericordia. Es un hermano que rescata. Es Espíritu que inflama los corazones en la misión. Pero hemos transformado la Tierra Prometida en penitenciaria. Los mandamientos ya no son diez, sino miles, y quienes no cumplen, son castigados.
Los mandamientos son medios. Su finalidad es ayudar a encontrarse con Dios; Señor de la libertad, el amor y la misericordia. El ser humano confunde los medios con los fines. Se distrae de su objetivo, del sentido de su vida, de la esencia del Evangelio. Los mandamientos comprendidos como fines (como otros dioses) no sirven de nada. Peor aun, conducen al fariseísmo sádico y autoritario que anula al ser humano en vez de darle plenitud.
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Las leyes pretenden ser formativas. A cierta edad, y por primera vez, el niño puede ver que existe un orden teórico que él puede conocer y aplicar a las situaciones reales de la vida. A esa edad, supera la necesidad de constante supervisión adulta y comienza a estructurar su propia vida por primera vez. Se le enseñan las normas de comportamiento y convivencia para que pueda asumir ciertas responsabilidades por sí mismo. Para que sea libre. Ahí, los mandamientos le vienen bien, como referente, mientras internalice los buenos hábitos y el criterio de la compasión.
Más tarde, el joven percibe que, detrás de los mandamientos, hay datos científicos, sociológicos y psicológicos. Cae en la cuenta que existen razones; que la normativa no es arbitraria, sino inteligente. Percibe que la normativa no es solamente una imposición de las autoridades, sino un compromiso comunitario con el bien común. Él ya ve que la ley es un medio que conduce a un objetivo; que el pueblo sea libre y feliz.
En la tradición judeo-cristiana, la ley es, también, un signo del Dios libertador. Sin la ley, se imponen los más fuertes. Los mandamientos no existen para esclavizar. Están para proteger a los débiles, para que no caigan víctimas de los poderosos. Por eso, también, se aplica la ley de acuerdo al contexto, con misericordia y compasión.
El adulto necesita sabiduría. Tiene que entender que, entre las diversas normas, hay prioridades: momentos en los cuales pueda primar un mandamiento por sobre otro, para así dar con el objetivo. Para que la ley no le infantilice, tiene que captar que, más allá de las normas, los datos y las razones, existen valores. El pueblo tiene sus tesoros, sus dones sagrados, como son el respeto, la paz y el amor, y que éstos dan sentido a la vida. En eso, ponemos nuestra fe.
Así, el ser humano entra al espacio sagrado, al templo donde habita Dios mismo. Ahí, quedamos sin palabras. Sólo queda maravillarse del amor infinito y su misericordia eterna.
Desgraciadamente, muchas veces, los procesos se desvían. Los mandamientos son transformados en fines. Los poderosos los utilizan para someter al pueblo. Imponer la ley es un negocio. Controlar su cumplimiento es una obsesión colectiva. En vez de enseñar los mandamientos dentro del marco de la misericordia, se transmiten junto con las plagas de Egipto, dando a entender que quien no cumpla en minucioso detalle será sometido a los mismos rigores, por una divinidad que no los ama, ni los salva, sino que los amenaza en todo momento con castigos eternos, infinitos y despiadados.
Los mandamientos que comenzaron como bandera de un pueblo libre, compasivo y respetuoso, en manos de fariseos, se han convertido en una cárcel de prohibiciones arbitrarias y esclavizadoras.
La misericordia queda prohibida, como si atentara contra el concepto de la ley, como si agrediera a Dios mismo. La libertad queda vedada, pues, si se entiende los mandamientos como divinidades, el perdón es el demonio. El amor queda desterrado, porque altera el criterio de la estricta observancia. Así, el rigor celebra su macabro triunfo sobre la compasión. La Alianza con el Señor que libera al pueblo de los faraones queda reducida a la nueva tiranía egipcia, administrada por fariseos y comerciantes que se sustentan del poder terrenal de la institución.
El Espíritu da vida, pero la letra mata. Dios no nos dio un espíritu de miedo, sino alma de hijo que sabe decir, Padre. Dejemos el infantilismo rigorista para encontrar el sentido profundo del Dios que ayuda a ordenar la vida para que su pueblo pueda ser libre, amado y feliz.
Fuente:
Texto de Nathan Stone SJ. Publicado en la revista Mensaje.