Cantalamessa: ‘Es hora de dejar de insistir obsesivamente en las diferencias’
4.00 p m| 17 mar 15 (RV/BV).- “Oriente y Occidente frente al misterio de la Trinidad”, así se titula la Segunda Predicación de Cuaresma del Padre Raniero Cantalamessa, Predicador de la Casa Pontificia, quien ofreció al Papa y a la Curia Romana, en la capilla Redemptoris Mater del Palacio Apostólico, algunas reflexiones en torno a este tema, basándose en la exhortación del Patriarca ortodoxo Bartolomé I y en el deseo del Santo Padre Francisco, y de toda la cristiandad, de compartir plenamente la fe común del Oriente cristiano y el Occidente latino. El Padre Cantalamessa resumió esta amplia reflexión en cuatro puntos titulados: “Poner en común lo que nos une”; “Unidad y Trinidad de Dios”; “Dos caminos para mantener abiertos” y “Unidos en la adoración de la Trinidad”.
—————————————————————————
El Predicador comenzó recordando, precisamente, que en la reciente visita del Papa Francisco a Turquía -que culminó con el encuentro con el Patriarca ortodoxo Bartolomé I, y sobre todo su exhortación a compartir plenamente la fe común del Oriente cristiano y el Occidente latino- lo convencieron acerca de la utilidad de usar las meditaciones cuaresmales de este año para secundar este deseo del Obispo de Roma, que es también el de todos los cristianos.
De hecho, recordó que este deseo de compartir no es nuevo y que ya el Concilio Ecuménico Vaticano II, en la Unitatis redintegratio, instó a una consideración especial de las Iglesias Orientales y sus riquezas; mientras San Juan Pablo II, en su carta apostólica Orientale Lumen de 1995, escribía:
“Dado que creemos que la venerable y antigua tradición de las Iglesias Orientales forma parte integrante del patrimonio de la Iglesia de Cristo, la primera necesidad que tienen los católicos consiste en conocerla para poderse alimentar de ella y favorecer, cada uno en la medida de sus posibilidades, el proceso de la unidad” .
El Predicador explicó al respecto que el mismo Pontífice formuló un principio fundamental para el camino de la unidad: “La puesta en común de tantas cosas que nos unen y que son ciertamente más que las que nos separan”. Y destacó que ambas Iglesias comparten la misma fe en la Trinidad; en la Encarnación del Verbo; en Jesucristo, que es verdadero Dios y verdadero hombre en una persona, que murió y resucitó por nuestra salvación, que nos ha dado el Espíritu Santo; creemos que la Iglesia es su cuerpo animado por el Espíritu Santo; que la Eucaristía es “fuente y culmen de la vida cristiana”; que María es la Theotokos, la Madre de Dios; y que tenemos como destino la vida eterna.
De ahí su pregunta:
¿Qué puede ser más importante que esto? Las diferencias intervienen en la manera de entender y explicar algunos de estos misterios, así que son secundarias, no primarias.
Teniendo en cuenta que en el pasado las relaciones entre la teología oriental y la teología latina estuvieron marcadas por un notable tinte apologético y polémico el Predicador dijo que “es hora de invertir esta tendencia y dejar de insistir obsesivamente en las diferencias -que a veces se basan en una deformación del pensamiento del otro- y en su lugar juntar lo que tenemos en común y nos une en una única fe.
Por eso recordó que hasta el momento, en un esfuerzo por promover la unidad entre los cristianos, se impuso una línea que puede formularse como: “Resolver primero las diferencias, y luego compartir lo que tenemos en común”; a la vez que la línea que prevalece cada vez más en los ambientes ecuménicos es: “Compartir lo que tenemos en común y luego resolver, con paciencia y respeto mutuo, las diferencias”.
El Predicador también afirmó que la Iglesia debe encontrar el modo de anunciar el misterio de Dios uno y trino con categorías apropiadas y comprensibles a los hombres del propio tiempo.
Por último, el Padre Cantalamessa dijo que hay un punto en el que nos encontramos unidos y concordes, sin ninguna diferenciación entre Oriente y Occidente, y es el deber y la alegría de adorar a la Trinidad.
Adorar – dijo es – es reconocer a Dios como Dios, y a nosotros mismos como criaturas de Dios. Es “reconocer la infinita diferencia cualitativa entre el Creador y la criatura” ; reconocerla sin embargo libremente, con alegría, como hijos y no como esclavos. Adorar dice el apóstol, es “liberar la verdad prisionera de la injusticia del mundo” (cfr. Rm 1, 18).
Concluyamos rezando juntos la doxología, que desde la más remota antigüedad, se eleva idéntica a la Trinidad, desde Oriente y desde Occidente: “Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén”.
Fuente:
Radio Vaticano