Denis Rafter: ‘La Iglesia debe entrar más al teatro’
4.00 p m| 16 jul 13 (VIDA NUEVA/BV).- Para Denis Rafter, actor, director y ensayista entre la Iglesia y el teatro no hay grandes diferencias, sino una relación de la cual surgen divergencias, cuando por ejemplo, se produce un choque entre “lo que el teatro ve como necesidad o espiritualidad y lo que la ley de la Iglesia dice que el hombre debe hacer”. Además desde su perspetiva sus objetivos son similares, “para la Iglesia, salvar el alma del hombre; y para el teatro, como para la literatura, salvar al ser humano, lograr su felicidad con el entendimiento de lo que sucede a su alrededor”.
Nació en Dublín en 1942, aunque desde 1969 vive en España, donde desarrolló su carrera artística hasta convertirse en un referente del teatro. Su currículum es inabarcable. Todo Shakespeare lo ha vivido en el escenario y ha interpretado al propio Jesús o a José de Arimatea. Como director, ha dirigido obras sobre San Vicente Ferrer o San Juan de la Cruz.
– Usted dice que “el teatro es capaz de reflejar lo que verdaderamente somos”. ¿Quiénes somos según el teatro que se hace hoy en España?
– Creo que el teatro siempre ha estado al lado de los sentimientos humanos. Es decir, el teatro se preocupa por la calidad de la vida de la gente y, además, de la espiritualidad. Porque los sentimientos y la espiritualidad están muy unidos. La única diferencia es que el teatro los trata desde el punto de vista del arte, es decir, de la inspiración creativa del individuo; y la Iglesia, por ejemplo, lo hace desde la teología. Pero creo, yendo un poco más allá, que la relación entre Iglesia y teatro surge del mismo Nuevo Testamento, que es un texto altamente comprensible, claro, sencillo y lleno de poesía.
– ¿Cómo definiría esa relación actual entre teatro e Iglesia?
– No hay grandes diferencias. Solo surgen divergencias -y esta es la situación actual en España- cuando hay un choque entre lo que el teatro ve como la necesidad o espiritualidad y lo que la ley de la Iglesia dice que el hombre debe de hacer. Si hablamos de los conflictos sobre el aborto, el matrimonio gay o sobre la relación Iglesia-Estado o de los obstáculos que ha vivido la propia Iglesia, entramos en otra esfera ante la que el teatro puede ser muy positivo, porque sobre el escenario, el teatro muestra, sobre todo, que el ser humano está lleno de defectos y de cualidades. Creo que hay, además, dos temas fundamentales para el ser humano que relacionan también la religión católica y el teatro: el amor y la muerte.
– Pero hoy día no hay demasiadas obras religiosas…
– Pienso que la Iglesia debe entrar más al teatro. Me explico. Debería servirse más del teatro. Porque el teatro ha sobrevivido históricamente gracias a la aportación de la Iglesia, no lo debemos olvidar. En la Edad Media, el teatro resurgió en el seno de la Iglesia. Explicar la Biblia desde el teatro ayudaba a la gente a comprender mejor el mensaje de la Iglesia. Literalmente, el teatro de texto, a la italiana, con público frente a un escenario, se va a desarrollar durante siglos frente a las puertas mismas de las iglesias. Ahora, sin embargo, hay un distanciamiento entre Iglesia y teatro sin que sean culpables ninguno de los dos. Solo podría ser de la inconsciencia de ambas partes en la importancia que tiene para el ser humano la religión y el teatro. Al final de todo, el objetivo es el mismo. Para la Iglesia, salvar el alma del hombre; y para el teatro, como para la literatura, salvar al ser humano, lograr su felicidad con el entendimiento de lo que sucede a su alrededor.
– ¿Cómo se puede devolver esa complicidad?
– Creo que la Iglesia no tiene que tener miedo del teatro, sino al contrario. Yo mismo he hecho muchos trabajos directa o indirectamente con la Iglesia. Por ejemplo, recientemente, una obra sobre san Vicente Ferrer en el Festival de Elche, y también he intervenido en la Pasión de Ciudad Rodrigo interpretando varios papeles y dirigiendo alguna escena. Hice también una película sobre San Pablo. Y hablando como artista, en el momento de enfrentarme con personajes así, todos esos papeles me han dado un entendimiento mayor de la vida y de mí mismo. Pero, a la vez, creo que aportaba algo como artista, como creador, para que el público los comprendiera mejor.
– ¿Qué es lo que le ha impresionado más de esa santidad?
– En cada santo que he interpretado, al igual que en cada rey, político o banquero, o sea en cualquier persona, he visto claro que hay dentro una lucha continua entre el bien y el mal. Creo que en esa lucha estamos todos del mismo lado, a favor, por supuesto, del bien; pero debemos ser conscientes de que, en cualquier momento, nos podemos equivocar. Y por ello debemos estar siempre vigilantes. El teatro de Shakespeare, por ejemplo, nos muestra esto claramente. En el caso de Otello, es la historia de un gran hombre donde el mal de celos le conquista. Macbeth es un gran hombre conquistado por la ambición. Y el Rey Lear va a su autodestrucción por culpa de su vanidad y su orgullo. Hamlet es diferente, es un gran hombre que lucha entre el bien y el mal, entre la venganza o no venganza. Todos estos ejemplos me sirven para decir que creo que el objetivo de la Iglesia y del teatro es el mismo. Por eso, debemos unirnos mucho más. A veces, la Iglesia piensa que la gente del teatro somos artistas un poco locos, pero siempre, tengo que decir, llenos de responsabilidad y de amor hacia los demás.
– “El pájaro solitario” es una de las últimas obras que usted ha dirigido. En San Juan de la Cruz también se ve ese combate del que habla.
– Durante mi trabajo en la puesta en escena de “El pájaro solitario” intenté mostrar esta lucha tanto dentro del corazón del propio San Juan como en los que están a su alrededor. En la historia de las vidas de los santos siempre había momentos de debilidad e, incluso, de pecado, pero lo que nos maravilla es la intensidad de su lucha interior. Esta obra, escrita por José María Rodríguez Méndez, ya obtuvo en 1994 el Premio Nacional de Literatura Dramática. Comienza con San Juan prisionero en el convento de los Calzados en Toledo, justo en medio de una época de lucha de poderes dentro de la Iglesia. A mí me ha interesado mucho la segunda parte, en la que escapa y se refugia en el Zocodover y descubre la bondad en las mujeres de la noche y en los pobres mendigos. El personaje de San Juan de la Cruz todavía nos impresiona cuatrocientos años después de su muerte y sus cánticos todavía nos emocionan, porque la capacidad de amar de este fraile era extraordinaria. La bondad de él fue y sigue siendo una gran victoria sobre la maldad.
– El santo es ante todo humano, viene a decir, ¿no?
– ¿Qué santo no ha pecado alguna vez? San Ignacio de Loyola, San Francisco, San Agustín. El mismo San Juan se sentía muy débil. Creo que eso, que es humildad, forma parte de la santidad. Es decir, saber que somos humanos y no superhumanos. La tentación siempre está ahí. Yo también he cometido mis errores y me he equivocado muchísimo, y he pecado, de lo cual me arrepiento, pero también me ha servido para comprender mejor a los demás y perdonarlos. En pocas palabras, para ver a Jesucristo en todos lados, incluido dentro del escenario.
– No hemos hablado del Papa Francisco…
– Ha empezado con una dignidad y una humildad que hace mucha falta ahora mismo. Espero que siga siendo él mismo. Yo viví tres años en Roma durante el Concilio Vaticano II y conocí personalmente a Pablo VI. Crecí en Irlanda con los Hermanos Cristianos y conozco bastante bien a la comunidad cisterciense, desde Gales a Australia. Es decir, conozco la Iglesia suficientemente. Por eso, me gustaría que el Papa Francisco no se deje influir más que por el propio ejemplo de Jesucristo y abandone cualquier cosa que sea puramente política.
Entrevista publicada en la Revista Vida Nueva.