El desafío de una espiritualidad sin Dios

Espiritualidad sin Dios

4.00 p m| 9 may 13 (VIDA NUEVA/BV).- En materia espiritual, dos datos se acentúan con el paso de los años en Occidente: descienden los fieles practicantes en la Iglesia católica y, al mismo tiempo, crece exponencialmente el interés por lo que muchos expertos han denominado “espiritualidad sin Dios”.

Así, si bien las Iglesias institucionalizadas están en retroceso, paralelamente, se detecta el fenómeno contrario: hay un interés creciente por ciertas características ligadas a la religión, como pueden ser la necesidad de introspección, la búsqueda de estabilidad emocional, el anhelo de consuelo, ternura y misericordia, o la desesperada lucha por la salud en casos de grave enfermedad. En definitiva, sigue habiendo una gran sed de espiritualidad, aunque sea sin ligarla a una Iglesia o a una imagen concreta de Dios.

Algo fácil de percibir hoy. Basta con observar la epidermis de la cuestión, que se aprecia con solo plantearse unas sencillas preguntas: ¿cuántas personas dicen sentir cercanía por los valores más básicos del cristianismo (y más aún, por la figura de Jesús), pero reniegan de una Iglesia a la que achacan haber traicionado el mensaje de Cristo?

A la hora de buscar respuestas que expliquen esto, lo mejor es tratar de situar su origen. El sacerdote salesiano Jesús Rojano, director de la revista “Misión Joven” (ligada a la pastoral juvenil), se remite al concepto de “espiritualidad salvaje”, acuñado por la estudiosa francesa Françoise Champion, quien advierte que este es un fenómeno que ya se daba hace 2.500 años en ciertas ramas del budismo.

Sin embargo, este se ha concretado en su actual forma a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, a través de la llamada “New Age”. Luego vendría la moda pseudobudista y pseudohinduista (los Hare Krishna), tras los viajes a la India de algunos Beatles y otros cantantes. “Pseudo” porque eran presentaciones simplonas que no hacen justicia a la seriedad del verdadero budismo o hinduismo. A Europa estas modas llegan con el triunfo del paradigma cultural posmoderno, a finales de los 70.

Para este docente del Centro de Enseñanza Superior Don Bosco, de Madrid, uno de los que mejor ha descrito la “espiritualidad salvaje” es el hoy papa Francisco: “En su libro-entrevista ‘El Jesuita’, de 2010, el entonces cardenal Bergoglio decía lo siguiente: ‘Creo que el nuevo siglo será religioso. Ahora, habrá que ver de qué manera. La religiosidad a veces viene acompañada por una especie de teísmo vago que mezcla lo psicológico con lo parapsicológico, no siempre por un verdadero y profundo encuentro personal con Dios, como los cristianos creemos que debe ser’. Por ahí van las cosas. Esa espiritualidad es demasiado narcisista y obsesionada por el bienestar exclusivamente personal. Además, se crea un Cristo a su medida y se pierde la experiencia comunitaria; como mucho, genera grupúsculos encerrados en sí mismos. Ahora bien, muchas de las personas que están en esto han tenido experiencias de Iglesia poco ilusionantes y convincentes. Lo que lleva como causa al mal ejemplo que damos a veces los cristianos”.

Carolina Blázquez Casado, religiosa agustina, considera que el aparente éxito de estas espiritualidades estriba en que se las puede tachar de “fáciles”, porque “no piden nada y se basan en un hedonismo del espíritu, es decir, en buscar aquello que nos hace estar bien; sentirnos pacificados en el ámbito psicológico-espiritual, pero sin relación con nadie ni compromiso con nada; quizás ocultan un miedo del hombre actual a un Dios y a un cristianismo que son vistos como carga, prohibición metódica y autoridad despótica”.

Así, se llega al extremo de que “muchas personas tienen miedo de Dios y del cristianismo porque piensan que el Dios cristiano es un ‘aguafiestas’, un Dios que quita todo, que pide sacrificar lo más querido. Por ello, muchos que sí tienen una gran sensibilidad religiosa buscan en estas corrientes difusas una vivencia pacífica, reconciliadora, incluso de armonía cósmica con lo trascendente, al margen de categorías religiosas como mandamiento, sacrificio, prueba, pecado, castigo, cólera, justicia. Estas muestran solo un aspecto de la religión, una dimensión parcial, pero tantas veces absolutizada en nuestra presentación de la fe cristiana”.

Esto lleva a una conclusión: la Iglesia debe hacer autocrítica y, además de constatar la existencia de un fenómeno por el que sus potenciales fieles caen en manos de una espiritualidad difusa, ha de presentar de un modo atractivo y cierto la posibilidad del encuentro personal con Dios en la comunidad eclesial. Falla la comunicación, el modo en que se testimonia.


Que la Iglesia no sea autorreferencial

Esta perspectiva la tiene clara Luis Santamaría, sacerdote de la Diócesis de Zamora y miembro de la Red Iberoamericana de Estudio de las Sectas (RIES): “En nuestra cultura occidental se ha puesto de moda la espiritualidad sin religión. O, como ha dicho la socióloga Grace Davie, ‘creer sin pertenecer’. El desapego institucional es una característica de nuestro tiempo. Eso sí, además del diagnóstico, es necesario que la Iglesia y, por extensión, las demás confesiones religiosas de cierta importancia, vean cuáles han sido los errores en los que han incurrido. La Iglesia tiene que preguntarse: ¿he sido fiel al dirigir las miradas de la gente a Cristo o he sido autorreferencial? Está claro que la Iglesia no existe ni vive para sí misma, sino que es esencialmente misionera. Hace falta autocrítica, en clave de nueva evangelización: hay que hacer que la persona se pueda encontrar con Jesús y descubrir en Él la única fuente que sacia la sed de trascendencia del hombre”.

Diagnosticado el fenómeno, así como las dificultades de la Iglesia a la hora de hacerle frente, el siguiente paso es la reacción. Jesús Rojano pide partir de una cita de Pablo VI: “El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los testigos que a los maestros, o si escucha a los maestros, lo hace porque son testigos”. En este sentido, valora la fuerza de los gestos de sencillez y ternura del papa Francisco, que han asombrado al mundo. Algo que ve lógico, pues “hoy se evangeliza más con el testimonio de los hechos y la coherencia”.

Hay que tomarse en serio la tan glosada nueva evangelización. “Se debe promover -insiste-, como decía un documento de los obispos franceses sobre la renovación de la catequesis, el crecimiento de ‘comunidades cristianas acogedoras y nutritivas’, que alimenten con una vida evangélica alegre y convencida a su entorno”.

Ese acompañamiento, profundiza Rojano, es vital: “El hombre y la mujer de hoy siguen preguntándose por el sentido de la vida. Es bueno acompañar esas búsquedas. Y ofrecer el Evangelio como una propuesta plena de vida y sentido, no como una receta de normas o prohibiciones. ¡Hay que ilusionar a las personas que buscan!”.

La monja agustina, tomando el ejemplo de su comunidad, que cuenta con una casa dedicada específicamente a salir al encuentro de los no creyentes, certifica que el reto no puede remitirse a una estrategia definida, sino a un radical cambio en el modo de vivir la fe: “Las cosas de Dios no se ciñen a un método, porque Dios es un ser personal y, por tanto libre. En mi experiencia, encuentro cada día personas alejadísimas del contexto eclesial, pero abiertas a la posibilidad de que se produzca un encuentro con Dios, este pasa casi el 90% de las veces por el encuentro verdadero con un testigo suyo”.


Acompañar a los jóvenes

Rojano, preocupado por el avance de la espiritualidad difusa, considera imprescindible que haya agentes de pastoral para jóvenes “que les acompañen y ‘pierdan tiempo’ en escuchar sus preguntas y búsquedas. Esos agentes han de ser personas felices e ilusionadas por el Evangelio, así como encarnadas en la cultura juvenil, utilizando sus lenguajes. Los jóvenes tienen un sexto sentido para notar si quien les dice esas cosas se las cree de verdad y las vive”. Igualmente, echa en falta “maestros en espiritualidad cristiana” que presenten de un modo sugerente experiencias de grandes santos.

De un modo específico, el salesiano cree que una iniciativa a tener muy en cuenta es el Atrio de los Gentiles: “Aunque en España, a excepción de Barcelona, se ha hablado poco de él, sería bueno hacer esto de un modo sencillo, a nivel de barrio, de parroquias o de centros educativos”.

En esto coincide con Santamaría: “Iniciativas como el Atrio de los Gentiles han de hacerse a nivel local, posibilitando que los alejados puedan descubrir el rostro de una Iglesia que no quiere imponer nada ni aprovecharse de ellos, sino mostrarles el rostro amoroso de Dios. Es necesario crear grupos que posibiliten un conocimiento cercano de sus miembros, que puedan compartir la vida, rezando juntos, formándose y comprometiéndose cada vez más en la misión”.

Para el cura de Zamora, la idea de comunidad fraterna basada en el amor es necesaria frente al individualismo de las espiritualidades nacidas de la Nueva Era. En primer lugar, porque el éxito de estas últimas se da ante todo en los más débiles y desorientados, que acuden a “terapias psicológicas alternativas, técnicas de meditación, sistemas de sanación por la energía, comunicación con entidades no humanas. Todo esto es un rebrote de la vieja gnosis. Hablamos de novedad, pero son cosas muy viejas que vuelven a salir una y otra vez, ofreciéndole al hombre un conocimiento oculto, que le hace sentirse especial, depositario de un secreto que le puede hacer feliz. Una salvación a través del conocimiento, del propio desarrollo personal y del esfuerzo, y no a través de la fe: esto es la gnosis”.

Como recalca Santamaría, esta ambigüedad espiritual esconde un riesgo: “Muchas personas tienen las defensas ‘bajas’ ante todas estas ofertas, porque no las ven como alternativas, sino como algo compatible con lo que sea, también con la fe cristiana. Pero no es posible: o crees en un Dios personal con quien estableces una relación (porque Él ha salido a tu encuentro antes) o crees en una energía universal impersonal de la que todos formamos parte. No es inocente en qué se crea. Cada doctrina trae consigo una cosmovisión, una forma de entender el mundo, la historia, el hombre y la propia vida. Y todo lo esotérico y lo que forma parte de la galaxia de la Nueva Era no suele ser más que un narcisismo espiritual, un mirarse al ombligo para buscar la propia autorrealización, la ampliación de la conciencia. Además de que la creencia en una Divinidad impersonal trae consigo la despersonalización del hombre”.


Fuente:
Vida Nueva

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2 pensamientos en “El desafío de una espiritualidad sin Dios

  • 10 mayo, 2013 al 12:32 pm
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    Es una pena que teniendo las respuestas tan excelentemente conceptuadas, no podamos llegar “a la meta”. Nos queda tener Fe que ya llegaremos… Hay quien nos sigue esperando… y eso da mucho animo! Muchas gracias por estos artículos.

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  • 2 junio, 2013 al 11:24 am
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    Me interesa aprender temas religiosos, eticos , espirituales y actuales; temas que Uds. manejan
    pny difunden y que son de ayuda para el crecimiento de las personas.

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