Ateos desafían a los cristianos a tomarse la fe en serio
Especialmente en los Estados Unidos y Europa, el corazón histórico de la “cristiandad”, hay un gran (y creciente) número de personas inteligentes, educadas y razonables que rechazan el cristianismo y el Dios que proclama.
Especialmente en los Estados Unidos y Europa, el corazón histórico de la “cristiandad”, hay un gran (y creciente) número de personas inteligentes, educadas y razonables que rechazan el cristianismo y el Dios que proclama.
Muchos de ellos describen la fe cristiana como poco creíble, ridícula y hasta grotesca. Algunos son figuras públicas de alto perfil: científicos, filósofos, periodistas, novelistas, políticos, blogueros y comediantes, pero la mayoría son personas comunes. Son nuestros colegas, amigos, familiares, y quizás incluso, alguna vez, una parte de nosotros mismos.
Fundamentalmente, no debemos olvidar que, sobre todo en Estados Unidos, estos “no necios” han sido (y permanecerán para siempre) sellados por el bautismo; los católicos de entre ellos habrán sido catequizados, habrán recibido la primera comunión y fueron confirmados como “verdaderos testigos de Cristo”, como los describe la “Constitución dogmática sobre la Iglesia”.
Estos hechos, especialmente cuando se combinan con los crecientes niveles de “no afiliados” a alguna religión (la mayoría de los cuales no son ateos, o al menos no todavía), presentan a la Iglesia preguntas difíciles. En su mayor parte, a pesar de la observación del Concilio Vaticano II en la “Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el Mundo Moderno”, en el cual expone que “el ateísmo puede ser contado entre los asuntos más urgentes de nuestro tiempo y merece la más cuidadosa atención”, son preguntas que apenas se han comenzado a formular, y por supuesto responder. Hacerlo es una de las tareas más urgentes ante “la nueva evangelización de pueblos que ya han recibido el anuncio de Cristo”, como el beato Juan Pablo II lo expresó en su encíclica “La misión del Redentor”.
Por supuesto, hay miles de razones (filosóficas, psicológicas, sociales, culturales, morales) por las que una persona puede ser escéptica respecto de las verdades afirmadas por el cristianismo. Aquí me centro en una sola. Paradójicamente es una característica fundamental del mensaje cristiano, que sin embargo los ateos suelen comprender de forma más intuitiva que nosotros. Básicamente, los “no necios”, se han dado cuenta de algo esencial que nosotros mismos hemos estado tratando de olvidar.
Hechos inauditos
Seamos realistas: El Dios del cristianismo es un ser del tipo extraordinariamente extraño (si se puede llamar a Dios como “ser”). Y los seguidores de este Dios suscriben -o al menos dicen hacerlo- un paquete de afirmaciones aparentemente ridículas.
Una cosa es aseverar que Dios es todopoderoso, omnisciente y todo-amor, que creó y mantiene “todas las cosas visibles e invisibles”. Lo que eso ya una afirmación bastante sorprendente y radical, que en su momento fue revolucionaria en la historia de la humanidad. Sin embargo, otra muy distinta es afirmar que este Dios, o peor aún, una de las tres personas de este Dios único, se hizo carne, resultando alguien que es completamente Dios y completamente humano.
Consideremos, por ejemplo, los símbolos que son más fáciles de reconocer (y por ende ignorados más fácilmente) en el cristianismo: el niño Jesús y el crucifijo. El primero proclama que este Dios-hombre pasó una cantidad significativa de tiempo haciendo cosas como sufrir de cólicos, gritar en la noche sin ninguna razón aparente y obligar a sus insomnes padres a cambiarle una y otra vez los pañales. Lágrimas, rabietas y dentición son, pues, las obras del único y verdadero Dios, así como lo son “el cielo y la tierra, el mar y todo lo que en ellos hay” (Hechos 4:24). La segunda afirma que el Dios-hombre fue torturado y asesinado, no de la manera grandiosa propia de un rey, sino que fue ejecutado de la forma estrafalaria y poco decente a la que recurría el Imperio Romano con innumerables esclavos, piratas y los enemigos del Estado (un hecho que en sí mismo plantea una pregunta interesante sobre el tipo de Dios con el que lidiamos).
Tal vez sea justo decir que la mayoría de los creyentes no llegan a darse cuenta del carácter escandaloso de estas características más básicas y emblemáticas del cristianismo. (¿No es por lo menos un poco extraño llevar alrededor del cuello un cadáver en miniatura clavado en una cruz?) Independientemente de si son ciertas o no, estas son sin duda las afirmaciones más salvajes y escandalosas que alguna vez se hayan propuesto en la historia de la humanidad. Y si son verdaderas, entonces son, o deberían ser, los hechos más profundos e impactantes acerca de la vida y del universo. Pero de alguna manera, a lo largo de casi 2.000 años, estas afirmaciones han llegado a ser tan familiares y domesticadas, que hasta parece que no vale la pena comentarlas, y mucho menos preguntarse por ellas, al menos hablando por la gran mayoría de quienes las profesan.
Un disparate para los gentiles
Sin embargo ese no fue el caso de los primeros a los que se les propuso la buena nueva de Jesucristo. Como Pablo expresó claramente: “nosotros anunciamos un Mesías crucificado, escándalo para los judíos, locura para los gentiles” (1 Cor 1:23). Para los judíos, por supuesto, la afirmación de que el Mesías, más allá de si fuera Dios, había llegado pero que había sido crucificado era una blasfemia escandalosa. Y ellos fueron impecablemente “no necios” al pensar así: Nadie esperaba un Mesías humano y crucificado (de ahí, por ejemplo, el comentario “satánico” de Pedro en Mateo 16 y la decepción de los que a lo largo del camino a Emaús expresaron “tener la esperanza que sería el libertador de Israel” en Lucas 24).
Para los gentiles, por su parte, toda la proclamación era un tremendo disparate. La idea de que el rey de los judíos (de hecho de todo el mundo) no procediera ni siquiera de un lugar apartado del Imperio (Judea), sino de un lugar apartado de ese lugar apartado (Galilea), que llegara montado en un burro y liderando un conjunto abigarrado de campesinos y pescadores; que fuera arrestado y crucificado como un criminal común, para volver milagrosamente a la vida a los pocos días como salvador del universo, tenían que ser delirios, de “mujeres, esclavos y niños”, como dijo el filósofo pagano Celso.
Pero para los que han crecido con este relato y con la idea de un Dios que era verdaderamente humano, es muy difícil ser retado por toda la (aparentemente) escandalosa locura del anuncio cristiano. Así se crea absolutamente todo o no, es muy fácil asentir a medias con la cabeza (¿un creador usando pañal? está bien; ¿un dios que es asesinado? seguro; ¿un carpintero que salva el universo? como sea…) como si estos fueran los acontecimientos más obviamente aburridos que hayamos escuchado. Y hay que decir que, con demasiada frecuencia la argumentación y predicación cristiana simplemente refuerza esa perspectiva.
Cuando presentamos al “Cristo crucificado” como algo trivial y no polémico, casi condicionamos, no sólo a los demás sino a nosotros mismos, a no tomar esa alucinada afirmación en serio. Será poco una persona usual quien transforme radicalmente su vida debido a una causa trivial y no polémica. Y sin embargo es precisamente tal cambio (metanoia), o arrepentimiento, el que Jesús piensa que se requiere con el fin de “creer en la Buena Nueva” (Mc 1:15).
En El Dios crucificado, Jürgen Moltmann resalta que el verdadero significado del Viernes Santo “es a menudo mejor reconocido por los no cristianos y ateos que por los cristianos religiosos, porque asombra y ofende a los primeros. Ellos ven el horror profano y la impiedad de la Cruz, ya que no creen en las interpretaciones religiosas que han dado sentido a la sinrazón de esa muerte”. En ese sentido, se pueden tomar en cuenta estas declaraciones, tomadas de dos de los “nuevos ateos”, que sin duda reflejan las opiniones de un grupo más amplio de los “no necios”.
Richard Dawkins escribe en EL ESPEJISMO DE DIOS: “He descrito la expiación… como viciosa, sado masoquista y repelente. También debemos descartarla como idea loca, pero su familiaridad omnipresente ha embotado nuestra objetividad. Y Sam Harris, en la CARTA A UNA NACIÓN CRISTIANA, escribe: “El cristianismo valora la afirmación de que hay que amar y ser amados por un Dios que aprueba los chivos expiatorios; es decir que se con la tortura y el asesinato de un hombre (su hijo por cierto) la compensación por el mal comportamiento y pensamiento criminal de todos los demás”.
Como descripciones de la teología de la cruz, esas declaraciones dejan mucho que desear. Pero como reflexiones impresionistas sobre lo que esla crucifixión –una afrenta monstruosa, y la interrupción del normal funcionamiento del mundo (“la locura de Dios” como plantea Pablo)-, son expresión de algo vital a lo que los cristianos se han acostumbrado. Aunque asombro e incredulidad no son exactamente lo mismo, un no creyente todavía puede reconocer tensiones pasadas por alto por aquellos que tienen oídos “tardos para oír” (Mt 13:15).
Reencontrar el Evangelio
Dawkins acierta cuando afirma que el problema radica en la “familiaridad ubicua”, no porque socava nuestra objetividad, sino más bien porque limita nuestra capacidad de sorpresay asombro, y por lo tanto de sentir emoción, desafío. Una cosa es creer que el cristianismo es verdadero. Otra muy distinta es sentir asombro de que no solamente es cierto, sino que requiere (re)construir lapropia vida a su alrededor. Nuestros esfuerzos de evangelización y de catequesis, sin embargo, parecen centrarse en convencer a la gente sólo de lo primero. Tal vez esa sea una de las razones por la que tantos católicos, habiendo sido criados y educados en la fe, acaban alejándose fácilmente de ella (a menudo sin darse cuenta de que se están alejando).
Pero para el creciente número de personas educadas fuera del cristianismo, o que ya están suficientemente alejados, las posibilidades de encontrarse con el Evangelio en todo su desconcertante esplendor son más prometedoras. Como demuestra la Iglesia primitiva, un contexto en el que se recibe la buena nueva como locura escandalosa, podría ser también uno en el que se puede recibir ésta con sorpresa como “todo lo que es bueno, correcto y verdadero” (Efesios 5:9). Vista de este modo puede ten er más sentido la críptica preferencia evangélica por ser frío o caliente respecto de ser tibio (Ap. 3, 15-16).
Naturalmente, al hincapié en el carácter radical y paradójico del mensaje cristiano, existe el peligro de retroceder a la oscuridad fideísta. También , es importante evitar esto: Agustín y Santo Tomás previenen contra dar pie (innecesariamente) al irrisio infidelium o “burla de los infieles”. Mi opinión no es que el Cristianismo es necio, tonto o falso y ridículo; al contrario. Pero, como muchas otras cosas profundamente verdaderas, debería parecernos que lo es al primer e inevitablemente superficial contacto. Pensemos por ejemplo, en las maravillas del universo reveladas por la física moderna: que todo en el universo estaba encerrado en un espacio infinitamente pequeño, que la mayor partede un objeto sólido es en realidad un espacio vacío, que hay tal vez un centenar de miles de millones de galaxias en el universo, cada uno con tal vez un centenar de millones de sistemas solares y así sucesivamente. Los escritores de divulgación científica son expertos en explicar cuidadosamente cómo y por qué todas estas cosas son verdaderas y las sólidas razones que tenemos para creer en ellas. Pero también se deleitan con la apariencia escandalosamente loca de esas afirmaciones, sabiendo muy bien que esto es lo que emociona y cautiva a sus lectores.
Los padres de la iglesia, por supuesto, no eran ajenos a tales estrategias y los nuevos evangelizadores harían bien en tomar nota. El apologista del siglo II San Melitón de Sardes habla de Cristo como “pisando sobre la tierra, y también llenando el cielo… de pie delante de Pilato, y al mismo tiempo sentado junto a su Padre, fue clavado en el madero, y sin embargo era Señor de todas las cosas”. Y Agustín escribió esta célebre frase para una de sus homilías navideñas: “El creador del hombre se hizo hombre, para que el gobernante de las estrellas pudiera mamar del pecho; la fuente, sedienta… la fortaleza, hecha débil; la salud, herida; la vida, muerta “.
“Escándalo para los judíos, locura para los gentiles” esto puede ser, pero mejor eso que un lugar común para los “no afiliados” y aburrimiento para los bautizados.
Texto de Stephen Bullivant. Es profesor de teología y ética en St. Mary ‘s University College de Londres, Inglaterra. Dos de sus libros se publicaron en 2013: El Manual de Oxford de ateísmo (Oxford University Press) y Faith and Unbelief (Canterbury Press).
Publicado en America Magazine.
la gracia de Dios es lo sublima al ser humano,hsta divinizarlo como HIJO DE DIOS. Esa gracia elevará la mediocridad del creyente, que lo recibe sin en la Eucaristía, sin estar consciente de lo que ello debe significar para toda su vida.Pero DIOS sigue aplicando su plan de salvación a pesar de los creyentes y ateos. Y al final de los tiempos (aunque ya desde ahora, aún para el observador no muy listo ni docto)todos seremos uno en DIOS
Bueno siempre va haber ateos, por desgracia no todo el mundo cee en Dios algunas personas creen en Dios hay otras personas que no creen en Dios, en la epoca de Jesus habia gente que esraba que apoyaba a Jesucristo como tambien habia gente que no apoyaba a Jesucristo, porque si todos hubieran apoyado a Jesucristo no lo hubieran crucificado, habia gente que estaba de acuerdo con el como tambifn habia gente que no estaba de acuerdo con el, lo mismo puede pasar con nosotros hay gente que puede apoyarnos como tambien hay gente que no nos va a apoyar suempre va haber gente que esta a favor y en conra de nosotros no le puedes agradar a todo el mundo, algunas personas te apoyan y te valoraran como tambien va haber gente que no te va apoyar ni te va a valorar, asi no le hallas hecho nada malo a esa gente, siempre va haber personas que te van hacer daño gente a la cual tu no le agradas o no le caes bien, siempre va haber gente buena y negativa siempre pero lo importante es confiar en Dio el es el camino
la verdad y la vida, no importa lo que diga o piense la gente.