Cardenal Rubén Salazar: ‘Necesitamos una actitud de escucha al hombre y mujer contemporánea’
“El Evangelio tiene que ser propuesto de manera diferente a lo que se venía haciendo, porque nuestros interlocutores en el anuncio del mismo han cambiado. Una de las vías fundamentales de la nueva evangelización tiene que ser encontrar nuevas formas de acercamiento a la realidad social, iluminarla y buscar nuevos caminos de solidaridad y fraternidad”.
Creado cardenal en el consistorio del 24 de noviembre, afirma que “hay más conciencia de que el cardenalato no es tanto una dignidad sino una nueva responsabilidad, como el Papa mismo dijo: ‘Quiero que me ayuden a cumplir con mi ministerio como sucesor de san Pedro’. En este momento hay una conciencia fuerte de que es una nueva tarea, más de ayuda directa al Santo Padre, y no tanto una dignidad que exige pompa y una serie de cosas que ya están fuera de lugar”.
– ¿Es anacrónica la concepción de los cardenales como los “príncipes” en la Iglesia?
– Sí, porque se tenía la idea de que el Papa era el jefe de los Estados Pontificios, que era una especie de rey o emperador. Entonces, lógicamente los cardenales eran como los príncipes de la corte. Hoy ese concepto ha cambiado radicalmente porque el Papa se ha tomado muy en serio lo que escribe en las bulas: “Siervo de los siervos de Dios”. Está, fundamentalmente, en actitud de servicio y de entrega al bien de toda la Iglesia.
– ¿Ese es un cambio fundamental en la actitud hacia el poder?
– Por supuesto, porque ya no se trata del poder temporal del Papa o del poder político de la Iglesia, sino del poder pastoral de la Iglesia, del servicio.
– ¿Qué tiene que cambiar en la Iglesia tras el Sínodo sobre la Nueva Evangelización?
– Hemos tomado conciencia de que el Evangelio tiene que ser propuesto de manera diferente a lo que se venía haciendo, porque nuestros interlocutores en el anuncio del mismo han cambiado. El mundo ha cambiado rapidísima y radicalmente. En Aparecida ya se habló de un “cambio de época”. Hay cambios profundos en el campo cultural, antropológico. Entonces, si el Evangelio debe resonar en los oídos de las personas que viven estos cambios profundos, tiene que hacerlo, como ya dijo Juan Pablo II, con una nueva expresión, y tiene que proponerse con nuevos métodos.
La Iglesia no puede seguir pretendiendo que la evangelización tenga las mismas características, las mismas formas y los mismos contenidos que hace cincuenta o cien años. Ya el Vaticano II proporcionó un cambio total de perspectiva en la comprensión de la Iglesia y del contenido del Evangelio, en cuanto dirigido al hombre contemporáneo. Cincuenta años después del Concilio se impone que nosotros, de nuevo, tomemos conciencia de que en este tiempo el mundo ha cambiado enormemente y, por lo tanto, tenemos que hacer un esfuerzo muy grande por adaptar todas las estructuras de la evangelización en diálogo con el hombre contemporáneo.
Actitud de escucha
– Dentro de ese cambio que ha tenido el mundo, obviamente la visión del ser humano es una visión distinta. ¿Eso qué implica para la pastoral de la Iglesia?
– Ahí está el gran reto. Primero, tratar de entender bien esa comprensión nueva del ser humano, porque es fácil que nos quedemos pegados a la perspectiva antropológica que hemos aprendido de la filosofía aristotélico-tomista y que hemos repetido durante siglos. Es posible que tengamos una gran dificultad para captar exactamente quién es y cómo se concibe a sí mismo el hombre del mundo de hoy. Ahí hay un reto enorme. Eso significa que necesitamos una actitud profunda de escucha al hombre y la mujer contemporánea, acercándonos a sus manifestaciones culturales, a su manera de vivir, de concebir las relaciones con los demás y la misma sociedad.
En segundo lugar, una vez que seamos capaces de captar esos cambios profundos que se han dado en la concepción antropológica, debemos hacer que el contenido del Evangelio -que es el mismo, es decir, Cristo, nuestro Señor- pueda hablarle de una manera directa y atractiva a ese ser humano, a partir de sus vivencias, su cultura y sus valores.
– También en esta perspectiva dialéctica es muy conocida su sensibilidad por la pastoral social. ¿Mantendrá esa aportación en las nuevas funciones que le confíe la Santa Sede?
– Claro que sí. El aspecto social es cada día más importante, precisamente porque hoy el ser humano es mucho más sensible a las realidades humanas y sociales, al respeto a los demás, a los derechos humanos, etc. Considero que una de las vías fundamentales de la nueva evangelización tiene que ser, precisamente, encontrar nuevas formas de acercamiento a la realidad social, iluminarla y buscar nuevos caminos de solidaridad y fraternidad.
Ya Juan Pablo II hablaba de “una nueva imaginación de la caridad”, y Benedicto XVI en sus encíclicas ha sido sumamente claro a ese respecto. En Deus caritas est y Caritas in veritate muestra que la caridad, el amor y la concreción de la fe en el servicio al otro y a la sociedad, es una dimensión esencial del Evangelio que se tiene que mantener, y ante la cual tenemos que encontrar nuevos caminos. En este campo, siento que puedo aportar mucho, pero también, y ahí falto a la modestia, en la reflexión teológica y bíblica.
– Ya antes se venía haciendo un examen crítico de esa caridad que se manifestaba en beneficencia y había una transición hacia esa caridad que era promoción del ser humano. ¿Cómo quedan las cosas hoy?
– Ambas dimensiones son necesarias. La beneficencia no se puede suprimir porque hay gente que necesita ayuda inmediata, que tiene hambre y no puede ser promovida hasta que se sacie su necesidad. Indudablemente, esto está implicando, cada vez más, que encontremos caminos en los cuales las personas puedan llegar a su pleno desarrollo humano para que puedan a poner en acto todas sus potencialidades humanas y cualidades. Todo ser humano es riquísimo en posibilidades.
La tragedia de nuestra sociedad es, precisamente, que a algunos se les margina, se les excluye, y por lo tanto, son personas que nunca podrán desarrollar sus potencialidades ni aportar a la construcción de una sociedad nueva. La Iglesia, que tiene un mensaje de amor al prójimo, al pequeño, al niño, al abandonado, al herido, al discapacitado, debe lograr vías nuevas de inclusión para todos ellos, para que lleguen a ser personas que verdaderamente puedan vivir una vida lo más humanamente posible, y al mismo tiempo, contribuir a la construcción de la sociedad.
– Si todo va bien en las conversaciones de paz iniciadas en Colombia entre el Gobierno y las FARC, se abrirá un período de posguerra que estará dominado por la preocupación por el perdón. ¿Qué ha pensado sobre eso la Iglesia?
– Nosotros hemos trabajado desde hace mucho tiempo el tema de la reconciliación, porque estamos convencidos de que si no hay una profunda reconciliación, seguirá la guerra de alguna u otra forma. Un valor fundamental para la reconciliación es el diálogo, ser capaces de sentarse a expresar opiniones, exponer las razones, llegar a acuerdos. Nuestra tarea va en esta línea: crear un ambiente de diálogo, de encuentro, para ser capaces de absolver las diferencias a través de un proceso de acercamiento entre los contrarios.
Con la Comisión de Conciliación Nacional se hizo un trabajo muy interesante -y se sigue haciendo-, que fue la búsqueda de unos mínimos para lograr un acuerdo base que nos permita tener un lenguaje común de partida, una plataforma sobre la cual podamos empezar este proceso de reconciliación y de paz. Ahora, si no hay perdón, no puede haber reconciliación, porque si ha habido confrontación armada, violación de los derechos humanos, víctimas… y no hay perdón, nunca podremos salir del conflicto.
Entrevista de Javier Darío Restrepo y Óscar Elizalde. Revista Vida Nueva.