Un año de la fe ¿Para qué?
Este es el primer párrafo con el que el Papa Benedicto XVI empieza su Carta Apostólica “Porta Fidei”. Ya en estas primeras palabras encontramos varias ideas-fuerza sobre la vida de fe: iniciativa de la Palabra de Dios, apertura a la gracia que transforma, reconocimiento y profesión del Dios uno y trino, del Dios que es Amor, camino que dura toda la vida.
Una primera afirmación importante: La fe es una vida. Una relación personal con Cristo que pone en camino hacia aquella expresión feliz de san Pablo: “No vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mi” (Gal 2,20). Un camino, durante el cual vamos viviendo un progresivo crecimiento. La fe es vida y como tal tiene todas sus características, con un agregado más: es abierta a la eternidad, a la inmortalidad. Sin embargo, en la vida de fe no todos progresamos adecuadamente porque nos confundimos y contemplamos la fe como la práctica de unos ejercicios concretos a realizar para cumplir con nuestra iglesia o religión.
En cambio, lo fundamental es vivir la vida, sin más; la vida concreta en lo que tiene de cotidiano, incluso sin referencia a lo religioso, vivirla con sencilla abertura de corazón, vivirla con generosidad, poniendo un sello humano, lo más humano posible, en todas las acciones de nuestra existencia. Esto va ahondando nuestra persona y nos pone en el horizonte de lo religioso. En esta línea llaman la atención otras palabras muy “sugerentes” de Benedicto XVI: “No podemos olvidar que muchas personas en nuestro contexto cultural, aún no reconociendo en ellos el don de la fe, buscan con sinceridad el sentido último y la verdad definitiva de su existencia en el mundo. Esta búsqueda es un auténtico “preámbulo de la fe”, porque lleva a las personas por el camino que lleva al Misterio de Dios”.
Pero, si además añadimos la motivación de la fe que ya poseemos como creyentes, tenemos un plus de gran valor que nos puede y debe llevar a reconocer a Dios siempre presente en nuestra relación con los demás y con nosotros mismos.
Otro punto a tener muy en cuenta es la dimensión comunitaria. No vivimos la fe “por libre”. Como no vivimos, de la misma forma, la vida “por libre”. Por la fe somos miembros de una Iglesia.
La fe es una vida. Y la vida no se improvisa. Efectivamente, hay improvisaciones en la vida, qué duda cabe, pero la vida no es improvisación. Ya tenemos nuestra vida, que es también un don no una conquista; lo importante es cómo nos orientamos para darle un sentido profundo, que llegue a dar buenos frutos.
La vida de fe debe estar también en esta línea. No se puede improvisar la vida de fe. El “año de la fe” no es para llevar a cabo los actos concretos que se organizan, y quedarnos tranquilos con lo hecho, y esperar que venga después el año de la “esperanza”. Este año de la fe debería llevarnos a un planteamiento serio de nuestra vida personal y comunitaria. Como si fuera el último año de nuestra vida. Plantearse la fe en la línea de un crecimiento espiritual, a nivel personal y comunitario.
No es por restar importancia a las actividades que se organicen en parroquias o grupos, más bien comprender que lo determinante debe ser el planteamiento de un crecimiento espiritual progresivo; crear o potenciar un dinamismo de vida que después quede como un fruto que permanece.