Logros del diálogo: Iglesia ortodoxa rusa y católica polaca
En él se realiza un llamado “al perdón, a la reconciliación y al diálogo” de sus pueblos, que a pesar de compartir una fe y creencias similares, se han mantenido separadas por siglos, con fallidos intentos anteriores por reconciliar y una historia de conflictos políticos y religiosos, considerado el primero de ellos el combate entre el ejército polaco-lituano y el ejército del zar en el siglo XVII.
El hito más importante del viaje, que ha sido calificado de histórico por ambas partes, fue la firma en Varsovia del “Mensaje común a los pueblos de Rusia y de Polonia”, suscrito por el propio Kirill, en representación de la Iglesia ortodoxa, y el presidente de la Conferencia Episcopal Polaca, Josef Michalik.
En él, se realiza un llamamiento “al perdón, a la reconciliación y al diálogo”. Conscientes ambas Iglesias cristianas de los numerosos enfrentamientos del pasado (y que culminaron con la conquista y dominación soviética de la nación eslava, a raíz de la Segunda Guerra Mundial), piden apostar por “la vía de la renovación espiritual y material”, que es la que conduce a la “reconciliación profunda”, tal y como reconoció el presidente de Polonia, Bronislaw Komorowski, quien también se reunió con el patriarca ruso.
Los conflictos políticos y religiosos que se quieren resanar no se limitan a los últimos decenios, sino que cubren siglos enteros: desde los combates entre el ejército polaco-lituano y el ejército del zar en el siglo XVII, a la masacre de Katyn en 1943, cuando la policía secreta soviética hizo matar salvajemente a 22.000 prisioneros de guerra polacos.
Así, reafirman su condición de Iglesias cristianas con un tronco común y defienden a un tiempo su posición ante retos que interpelan a ambas en sus respectivas realidades nacionales: “Queremos reforzar la tolerancia y, sobre todo, queremos defender las libertades fundamentales, en primer lugar la libertad religiosa y el derecho de la presencia de la religión en la vida pública”. “El laicismo falsamente entendido –consideran– toma la forma del integrismo y es una de las formas del ateísmo”.
Se trata de un mensaje con proyección de futuro, que traza un camino común entre las dos Iglesias y los dos pueblos tanto en el terreno de la evangelización, como en el de la resistencia a los desafíos de la cultura secularista, especialmente el aborto, la eutanasia, la familia.
El mensaje insiste en la necesidad de la reconciliación definitiva de ambos pueblos: “Cada polaco y cada ruso deben ver en el otro un amigo y un hermano”. Un deseo que, en lo espiritual, busca globalizar el entendimiento entre todos los países: “Cristo resucitado es la esperanza para nuestras Iglesias y para el mundo entero”.
El propio Benedicto XVI reconoció la importancia del gesto entre las Iglesias polaca y rusa. Así, en el transcurso del Angelus del 19 de agosto (dos días después de la firma del documento), el Papa lo definió como “un acontecimiento que suscita esperanza para el futuro”. A buen seguro, Ratzinger valora, por lo difícil y largo que ha sido el camino, la positiva evolución en las relaciones entre católicos y ortodoxos, sobre todo teniendo en cuenta cómo su predecesor, Juan Pablo II, nunca pudo cumplir su sueño de viajar a Moscú, debido, fundamentalmente, a la oposición del entonces patriarca ruso, Alexis II, fallecido en 2009.
Del mismo modo, como alemán, el Pontífice entiende la significatividad de un acuerdo de este tipo, que tanto recuerda al que en 1965 se firmó entre las Iglesias católicas de Polonia y Alemania, y que, bajo el título “Perdonamos y pedimos perdón”, buscaba cicatrizar los horrores cometidos por los nazis en la república eslava durante la Segunda Guerra Mundial.
Ahora, si cabe, al tratarse de dos confesiones separadas desde hace siglos por un cisma, los pasos dados hacia un encuentro fraterno adquieren un marcado simbolismo. ¿Podría estar más cerca un hipotético viaje de Benedicto XVI a Moscú? Suceda o no, paradójicamente, el camino parece mucho más llano para este Papa alemán que para su predecesor polaco.
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Escrito por Miguel Ángel Malavia. Extracto del artículo publicado en Vida Nueva.