Vatileaks: apuntes de zoología vaticana
“Cría cuervos y…”. Me resisto a escribir la conclusión de este cruel pero realista refrán castellano y aplicarlo a los acontecimientos que desde hace algunas semanas y meses sacuden la cúpula de San Pedro, oscureciendo la imagen de la Iglesia y del papado.
Las noticias de robos y publicación de documentos secretos, las destituciones fulminantes nunca satisfactoriamente explicadas, las conjuras y maniobras para asegurarse parcelas de poder y colocarse lo mejor posible ante una previsible sucesión, los chismorreos de pasillo y el clima detestable que reina en la Curia romana son todos ellos fenómenos que no se han producido espontáneamente ni de un día para otro.
El revuelo causado por la bandada de cuervos era previsible y estaba programado, lo cual no quiere decir que haya una inteligencia maquiavélica que mueva los hilos del guiñol (aunque tampoco lo excluye). Se ha producido una convergencia de factores, no todos ni siempre concertados, que ha sido interpretada por algunos como una maniobra dirigida a controlar el poder y que, en todo caso, ha desestabilizado el gobierno de la Iglesia y dejado en claroscuro la figura de Benedicto XVI.
Pueda ser que, como ha escrito el veterano vaticanista Luigi Accatoli, la “operación cuervo” acabe siendo un bumerán contra sus patrocinadores, pero por ahora su acción es devastadora, y, en la mejor de las hipótesis, pasará mucho tiempo antes de que desaparezcan sus efectos nocivos.
Instintos selváticos
Hablamos de cuervos en plural y no de cuervo; y habría que hablar también de buitres y de halcones, de palomas y serpientes, de escorpiones y alacranes. Es, pues, conveniente proveerse de un manual de zoología vaticana para interpretar lúcidamente los estímulos que animan a esa fauna.
Nada prueba hasta ahora –más bien lo contrario– que haya un rey león que dirige el juego y mueve entre bastidores a los diversos animales de esta jungla. Parece más verosímil que se haya producido una coincidencia de movimientos azuzados unos por el deseo de venganza, otros por la vanidad del plumaje, quien por instinto gregario y quien por asegurarse una guarida más cómoda y una comida más abundante. Los instintos selváticos son muy variados.
De hecho, todos estos movimientos acabaron concentrándose en un objetivo: derrocar al secretario de Estado, acusado de excesiva concentración de poderes, de nepotismo y sospechoso de querer controlar la sucesión en el solio pontificio.
El cardenal Tarcisio Bertone nació el 2 de diciembre de 1934, lo cual quiere decir que dentro de seis meses cumplirá 78 años; se ha repetido hasta la saciedad en los corredores curiales a él adversos que a esa edad Joseph Ratzinger aceptó la dimisión del cardenal Angelo Sodano, sin advertir, sin embargo, que cuando este abandonó su cargo, el 15 de septiembre de 2006, le faltaban poco más de dos meses para cumplir 79 años; si se aplicara la misma regla, Bertone seguiría en su cargo hasta el verano de 2013.
Pero el Papa podría tener en cuenta otros factores. Por ejemplo, la consideración de que en este momento todos los organismos vaticanos y de la Santa Sede que manejan importantes sumas de dinero no solo están en manos de cardenales italianos, sino que, además, pertenecen todos ellos a la “escudería” (dicho con todos los respetos) bertoniana.
Que Tarcisio Bertone, no perteneciente al servizio, fuese designado secretario de Estado disgustó en su día a los representantes del lobby diplomático vaticano, que, por otra parte, no regatearon sus críticas ante algunos de los numerosos errores por él cometidos.
No es extraño, por eso, que dos de sus más genuinos representantes hayan creído necesario disipar las dudas de que estaban de algún modo detrás de este acoso: lo hizo el cardenal Sodano con una autoentrevista enviada a L’Osservatore Romano y, después, el cardenal Leonardo Sandri (“La gente cree –ha dicho– que hay una guerra entre bandas, pero, por amor de Dios, estamos todos con el Papa, un frente común, como ha dicho el cardenal Bertone”) .
El golpe de mano contra el cuervo Paolo Gabriele lo dieron los gendarmes pontificios que dirige Domenico Giani, también director de los Servicios de Seguridad (desde el 3 de junio de 2006).
La Gendarmería, que en su día fue redimensionada por Pablo VI junto a los otros cuerpos militares vaticanos hasta casi desaparecer, ha conocido en los últimos años un desarrollo considerable (“Lo controlan todo, vidas y haciendas”, se dice dentro de los muros leoninos) que oscurece en buena parte el papel de la Guardia Suiza, a la que, sin embargo, desde 1971 se le confió la vigilancia y custodia del Palacio Apostólico.
Que dentro de este –y más concretamente, en el apartamento papal– se estuviesen cometiendo robos de documentos desde hace meses sin que sonase ninguna alerta, no deja en muy buen lugar a los hombres que comanda Daniel Rudolf Anrig y, por el contrario, los gendarmes van a tener manos más sueltas para vigilar y controlar con medios electrónicos bastante sofisticados a quien les ordene… Bertone.
Zanahoria informativa
La salida a la luz pública de estos documentos tiene un rostro con nombre y apellidos: el periodista Gianluigi Nuzzi. Aparenta creerse un periodista capaz de provocar un Watergate vaticano, pero sabe muy bien que ni tiene el talento ni la profesionalidad de sus colegas americanos Berstein y Woodward, ni su “María” (nombre que se dio el colectivo de filtradores) se parece en nada a la “garganta profunda” que acabó provocando la caída de Nixon, ni, por fin, el Vaticano es Washington.
Tengo para mí que el periodista es un conejillo al que es fácil atraerle con zanahorias informativas y que, tal vez incluso sin saberlo, trabaja para algún que otro servicio que ve en la Iglesia o un enemigo o una plataforma para actuar con cierta desenvoltura.