El efecto Cipriani
Cuál sea el resultado del diálogo entre el Arzobispado, la PUCP y la Nunciatura es algo que no me atrevo a pronosticar. Lo que sí puedo suponer es que, cualquiera que éste sea, la Universidad ya no será la misma. Y en buena hora. A veces los cambios son saludables. No es que la catolicidad haya sido abandonada con el giro hacia la modernidad, pero que se necesitaba una revisión de fondo ha resultado patente gracias al Efecto Cipriani.
Nos sentíamos demasiado conformes con la comprensión que teníamos de nosotros mismos, cuando es deber de una buena universidad analizar críticamente los propios supuestos. Aunque débil, somos una comunidad católica; pero si preguntamos en el campus porqué, hallaremos sorpresas. En el plano más superficial, hay profesores que señalan la capilla y los cursos obligatorios de teología, como si eso bastara para crear comunidad. Nos definimos como comunidad universitaria, pero no nos detenemos a considerar que, en un sentido católico, deberíamos fortalecer la comunidad espiritual. El Efecto Cipriani ha mostrado las debilidades del espíritu que anima a nuestra institución. ¿Cuántos de los que, con toda justicia, se indignaron al escuchar decir que la PUCP era propiedad eclesiástica están dispuestos a admitir que, en un sentido espiritual, sí es de la Iglesia?
El avance de la secularización es inevitable y se suele manifestar en primer lugar en las universidades, donde debería ser analizada críticamente; pero muchos profesores de la PUCP, aun los que se declaran católicos, no toman suficiente distancia de ella. Eso se refleja en su praxis de gobierno: reproducen los mismos malos hábitos de la sociedad. Quizá no sea posible hacer política de otro modo, pero ¿debemos resignarnos? El cinismo de algunos colegas llama ‘Realpolitik’ a las mismas mañas y arreglos que vemos en la escena nacional y que —basta investigar un poco— abundan en la política eclesiástica. ¿Cuántas veces hemos oído pronunciar a los ya elegidos, ante la proximidad de otra elección, la frase mágica ‘a quién ponemos’? ¿Se pueden evitar estos vicios? Tal vez nunca del todo; pero avalarlos y fomentarlos es carecer del espíritu de la caridad.
En eso los obispos tienen una lección que dar. Entre ellos también se serruchan el piso, forman argollas, juegan cartas bajo la mesa y hasta cometen crímenes. Al fin y al cabo son seres humanos, vulnerables al yugo del poder que suele convertirlos en cretinos. Pero hay que admitir que los obispos son una comunidad espiritual, lo que significa que poseen la resiliencia suficiente como para no rendirse ante su propia miseria.
¿Hay esa resiliencia en la PUCP? ¿Sabremos responder como católicos a una crisis de la Iglesia en la que la confrontación con Cipriani es apenas un episodio local? Esta etapa de preparación del centenario pone a prueba nuestro espíritu comunitario. La pregunta es si creemos que una universidad de la Iglesia es una comunidad convocada a dar testimonio cotidiano del amor de Cristo, mientras cultiva la ciencia y el conocimiento. ¿Cuánto nos hemos preocupado de la práctica comunitaria del amor cristiano en las décadas pasadas? ¿Cuántos profesores y estudiantes saben que eso tiene directamente que ver con hábitos institucionales poco cultivados? Es poco lo que se aprende del cristianismo en las clases de teología o de ética si se compara con el mensaje que se recibe a través del trato humano, dentro y fuera del aula. Es allí donde se juega la catolicidad.
La historia enseña que el catolicismo implica la convivencia, no siempre pacífica, de posiciones contrarias. Para que una universidad católica fortalezca su espíritu debe tener el coraje de aceptar a colegas que no son precisamente “de la línea” gobernante. Sobre esa base no haría falta censurar ninguna posición académica contraria al Magisterio, porque la doctrina de la Iglesia estaría sólidamente representada, con pluralidad de enfoques. La primera vez que escuché la expresión “fulano no es de la línea” me dije a mí mismo: esto no debería estar pasando. Fue en los ochenta. Si esta actitud ha calado en los últimos veinte años, es posible que de un modo espectacular los extremos se junten: Cipriani y el sector separatista de la PUCP habrían logrado la ruptura. Mentiría si les digo que sé qué espíritu prima en la Asamblea; yo, que ni siquiera sé si nada sé.
Ahora dejo el tema hasta después del Domingo de Resurrección.
Imagen: Vista aérea de la Pontificia Universidad Católica del Perú.