Entre Dios y Galileo, un jesuita
–¿Desde cuándo la Iglesia se interesa oficialmente por los astros, y por qué?
–El interés sistemático comienza a manifestarse cuando el Papa Gregorio manda erigir una torre en el Vaticano, en 1578. En 1582 se promulgó el calendario gregoriano, que nos rige desde entonces. La tarea fue encargada a los jesuitas astrónomos y matemáticos del Colegio Romano. De ahí que la gente de nuestra orden ocupe tradicionalmente cargos como el que yo tengo ahora. La razón fue establecer la fecha de la Pascua, que comienza el primer domingo de luna llena después del 21 de marzo.
–En el Antiguo Egipto, las castas sacerdotales se apropiaban de esos conocimientos y hacían creer que los elipses eran un castigo divino.
–Mayas y egipcios han sido muy cuestionados, porque una élite sabía mucho de los astros y se lo guardaba. Pero todos los pueblos primitivos eran manejados por la clase dirigente, y ésta incluía a los sacerdotes. Es una larga historia, que no se circunscribe a la religión. También podemos aducir que el Evangelio nos conduce a la liberación, individual y colectiva. Pero es verdad que, recién a mediados del siglo XVI, la Santa Sede comienza a apoyar decididamente la observación e investigación de cuerpos celestes. Al parecer, León XIII fundó el Observatorio Vaticano, en 1891, para contrarrestar las acusaciones de oscurantismo. La sede original estaba detrás mismo de la Basílica de San Pedro.
–¿Por qué damos por sentado que la religión se opone a lo científico, en particular a la astronomía?
–Porque nuestro imaginario sigue atado a la versión instalada alrededor de lo ocurrido con Galileo, en 1633. El sabio fue llamado a declarar ante la Inquisición, cosa que entonces era bastante común. No fue más que un episodio lamentable, utilizado como paradigma de un supuesto encono de la Iglesia hacia la ciencia. En la vida real, Galileo siguió difundiendo la idea copernicana hasta el fin de sus días. Suelo abrir mis conferencias mostrando la casa donde murió, una villa llamada “La Joyita”, cerca de Florencia. No murió en la hoguera, ni en la cárcel, ni nadie le hizo firmar nada. Tampoco consta que haya dicho: ‘Eppur si muove’ (¡Entonces se mueve!… la Tierra, alrededor del Sol) ante el Tribunal. Demás está decir cuánto lo admiro. Él separó la astronomía de la astrología, le dio el rango de ciencia. Tendría que haber sido el primer director del observatorio romano.
–En poco tiempo, la percepción del cosmos ha cambiado muchísimo. ¿Qué nos queda por ver?
–La tecnología y los viajes espaciales ampliaron el horizonte. Durante siglos nos creímos únicos. Cuando dispusimos de telescopios y naves espaciales fueron apareciendo miles de sistemas, algunos incluso más grandes que la Vía Láctea. Aún queda muchísimo por investigar. Los exoplanetas, aquéllos que orbitan alrededor de otras estrellas (y
no del Sol), son uno de los grandes desafíos actuales. Hay por lo menos 500. Y ya llevamos contadas alrededor de 100 mil millones de galaxias: nos toca algo así como 10 para cada uno de nosotros.
–¿Estamos solos en el Universo?
–No existe ni la más remota evidencia de vida extraterrestre. Nunca dejarán de plantearnos este enigma, porque es tan viejo como la humanidad. A la mayoría de las personas ni siquiera las convence una explicación tan contundente como la relación entre el tiempo y la luz. Esta viaja a 300 mil kilómetros por segundo. La luz de Andrómeda, por ejemplo, salió hace dos millones de años. ¿Andrómeda sigue ahí? ¿Cómo podemos saberlo?
–Si hubiera vida extraterrestre, ¿nos lo dirían?
–Supongo que nadie podrá disipar esa sospecha. Un cura, menos que menos. Siempre van a querer pensar que nos reservamos esa información. Y no es así. La astronomía y la teología se caracterizan por la racionalidad. La fe, en cambio, hace un esfuerzo por comprender la realidad, que es tan compleja, irracional. A la ciencia no le interesan en absoluto los extraterrestres. Ese es un problema para Dios, y para la fe.
Imagen: José Gabriel Funes.