Ecumenismo y diálogo interreligioso: El pluralismo en la Iglesia
Hay una Iglesia enclavada en sus propios espacios, centrípeta y monárquica, que hace de la unidad la garantía de su subsistencia en un mundo demasiado fútil y complejo; hay otra Iglesia misionera y conquistadora de nuevos ámbitos en los que apenas se ha tenido noticia de Jesucristo; pero hay también una Iglesia dispersa, en relación con la desafección y la increencia de una sociedad postcristiana, que ve en el pluralismo la última esperanza de pertenencia a una institución que debería ser universal en lo geográfico, en lo humano y en lo cultural. No es una distinción entre malos y buenos, anquilosados y dinámicos, muertos y vivos; claro que no. Es, más bien, o ha sido siempre, una distribución de funciones y de talentos. Siempre hubo monasterios de oración y contemplación y misioneros de frontera; hubo elaboradores de ortodoxia y campos de experimentación; hubo siempre dinámicas de reproducción y dinámicas de transformación. Nos enseñaron, en las décadas que siguieron al Concilio, que el Espíritu estaba presente en las diversas formas de vivir y transmitir la fe: las del centro y la periferia, la del Altar y la de los alrededores. Nos enseñaron que la Iglesia precisa de un esqueleto y de una musculatura, y que cada cual debía encontrar su función en ese Cuerpo Místico.
Dar razón de la fe
No por decisión, sino por vocación, existen movimientos, carismas e iniciativas que necesitan dar razón de su fe en ambientes hostiles, donde no valen los argumentos de autoridad ni puede darse por descontada la premisa de la fe. El problema surge cuando de ese roce surge un discurso crítico que es contemplado por la propia Iglesia como un peligro de confusión, una fuerza centrífuga quintacolumnista o una expresión más del pernicioso relativismo moral: entonces es preciso mucho voluntarismo para no sentirse víctimas, sino compañeros de camino. Por la misma razón, aunque sea inversa, demasiados “golpes de doctrina” de la jerarquía, demasiados comunicados de su portavoz, ponen en aprietos a quienes se empeñan en traducir a lenguajes alejados lo nuclear del Evangelio y de la Iglesia, porque una y otra vez, demasiadas veces, los comunicados y documentos, lejos de provocar ondas expansivas capaces de llegar a destinos tan distantes como distintos, más bien usan un lenguaje apretado, comprensible para iniciados y hostil o esotérico para quien no ha dado de antemano su asentimiento. (…)
Sabemos bien la desafección que se está produciendo por esta actitud en sectores de la población que conservan rasgos de fe en Jesucristo y en la misma Iglesia, aunque tengan dudas, indisciplinas, tibiezas, desconfianzas o experiencias negativas: si hace décadas la deriva de un postcristiano o de un “cristiano intermitente” era un continuo ir y venir en espera de experiencias de crecimiento en la fe o redescubrimiento del misterio, ahora la deriva se parece más a la del desterrado de un lugar cada vez más perfectamente vallado y cercado, sin descuidos o agujeros por los que de vez en cuando volver a colarse; un lugar que reclama como condición de acceso o de permanencia una adhesión total, sin que le baste una curiosidad, una buena disposición, o el azar de un encuentro y la sospecha de un camino por recorrer.
Admitir la diversidad
No es un “cambio de rumbo” acorde con tal o cual manera de pensar lo que pedimos a la Iglesia: lo que reclamamos es mayor capacidad para admitir la diversidad, la crítica interna a sus políticas terrenales y, en suma, un verdadero reconocimiento de la riqueza del pluralismo, concebido no como la aceptación de singularidades anecdóticas, sino como la convicción de que la diversidad de estilos, talentos y maneras de concebir lo cristiano es un bien moral en sí mismo, igual que la diversidad de especies es un bien biológico con independencia de la belleza de cada criatura.(…) No pedimos que nadie nos dé la razón ni que nos aplauda; tan sólo necesitamos espacios dentro de la Iglesia en los que sentirnos Iglesia, (…) un lugar inequívocamente eclesial donde diferentes voces cristianas verdaderamente plurales puedan mirarse, mezclarse, debatir, competir argumentativamente y encontrarse.
Imagen: (Getty) Líderes de otras religiones en reunión con el Papa Benedicto XVI.
El discernimiento de los elementos que integran la triada preteológica, origen de todas las religiones: la descripción neutra del fenómeno espiritual (fenomenología), la explicación (mágica o racional), y la aplicación terapéutica. Nos permiten distinguir objetivamente las identidades que demarcan el camino ecuménico enmarcado en la doctrina y la teoría de la trascendencia humana refleja en Cristo. Y también la desviación del judeo cristianismo hacia la ecumene abrahamica; lo cual es una apostasía que fue condenada por Cristo en la diatriba contra el puritanismo hipócrita de los sacerdotes y escribas de la Sinagoga, señalando como reos de pena eterna a los seguidores de la doctrina (supremaciíta) y ejemplo (rapaz, criminal y genocida serial) de Israel. El encuentro cercano de Dios descrito en el Pentateuco corresponde a fenómenos naturales que los redactores bíblicos por ignorancia explicaron como sobrenaturales: (la zarza ardiente o fuego fatuo, el pie del rayo sobre las ofrendas, los relámpagos y rayos que ambientan el mito del pacto de Sinaí) presenciados por Moisés, las visiones paranoicas del patriarca Abraham en su delirio por una inmensa descendencia, riqueza material y un reino poderoso, que nada tiene que ver con el mundo del espíritu. http://www.scribd.com/doc/1…ÉNICO