El impacto del interludio japonés en el Sudeste Asiático frente al de la invasión napoleónica en América Latina
Con más de cien años de diferencia, las independencias de (la mayor parte de) América Latina y del Sudeste Asiático fueron puestas en movimiento por dos acontecimientos de importancia mayúscula: las guerras napoleónicas y la segunda guerra mundial. A diferencia del caso latinoamericano, en el que la invasión napoleónica se limitó a la península misma, en el caso del Sudeste Asiático no solo fueron invadidas (como Francia o los Países Bajos) o atacadas (como el Reino Unido o Estados Unidos) las metrópolis, sino que lo fueron también las colonias mismas. Tamaña perturbación en el discurrir ‘normal’ de estas no podía sino tener trascendentales consecuencias. Diez años después de la rendición japonesa, la mayor parte del Sudeste Asiático había alcanzado la independencia, y el resto estaba en camino. Este fue el tema sobre el cual tuve la buena fortuna de exponer en el Centro Cultural Peruano Japonés el pasado 18 de agosto durante mi breve estancia en Lima, tras una gentil invitación de Rolando Tamashiro.
Hay dos ideas centrales que son necesarias para entender el interludio japonés en el Sudeste Asiático. Primero, que no hubo una única política japonesa para toda la región. Más bien los invasores (o autoproclamados libertadores) tuvieron que acomodarse a las situaciones que se les presentaban en cada área. No podía ser de otra forma. En Indochina, no eran más que ‘huéspedes’ (aunque les hicieron un golpe de estado a sus anfitriones franceses en 1945), mientras que en Tailandia eran aliados. En ninguno de dichos territorios pudieron los japoneses impulsar su agenda de nacionalismo local y de fidelidad directa a la ‘esfera de co-prosperidad’ centrada en Tokyo. Incluso en los países directamente ocupados tuvieron que operar con diferentes políticas. Filipinas y Birmania fueron considerados países ‘avanzados’, prestos a ser independizados bajo sus propios gobiernos. También es cierto que en ninguno de los dos había grandes cantidades de recursos considerados clave para el desempeño de la economía y fuerzas armadas japonesas. Malaya, Borneo, y las Indias Orientales Neerlandesas –y sus recursos naturales– serían aquellas que serían más directamente vinculadas al imperio japonés, pero ni siquiera ahí siguieron una política uniforme (que a veces dependía incluso de la personalidad de los encargados de cada sub-región) ni en el espacio ni en el tiempo. Por ejemplo, en un inicio se pensó reorganizar a las Indias Orientales por completo, haciendo una sola entidad de Sumatra y (lo que quedaba de) Malaya, la cual sería separada de Java, a la cual también se le desmembraban las múltiples islas de la Indonesia oriental. Cuando cambiaron las fortunas de la guerra, los japoneses más bien buscaron la manera de darle independencia a una Indonesia más o menos unida antes de que fuera invadida por los aliados.
Por todas estas razones, es muy difícil generalizar el impacto de la ocupación japonesa, y la única respuesta responsable a la pregunta “¿Cuál fue el impacto de la ocupación japonesa del Sudeste Asiático?” es “Depende de a cuál región te estés refiriendo”. En algunas partes, los japoneses destruyeron la legitimidad de las antiguas aristocracias, en otras, la reforzaron. En algunas partes, los japoneses promovieron y difundieron ideas de nacionalismo e independencia, llegando incluso a armar y entrenar cuerpos de combate; en otras, se esforzaron por mantener un status quo pre-nacionalista.
La segunda idea es que las reacciones de los habitantes de la región no siguieron los patrones de los ocupados en Europa. Mientras que la mayor parte de los regímenes locales formados en la estela de la invasión Nazi se caracterizaron por ser de derecha o abiertamente fascistas, este no fue el caso del Sudeste Asiático. Los gobiernos de Ba Maw en Birmania y de José Laurel no compartieron los ideales militaristas que emanaban desde Tokyo. Ambos eran abogados ilustrados, y particularmente el segundo más bien buscó crear un regimen más o menos democrático, aun estando bajo ocupación japonesa.
La resistencia a los japoneses también tuvo ciertos rasgos ambivalentes. En los casos de las Filipinas e Indonesia, por ejemplo, la ‘oposición’ a la ocupación japonesa incluso fue –hasta cierto punto– consensuada con aquellos que ‘colaboraban’, como mecanismo para minimizar riesgos sea cual fuere el vencedor en la guerra. De este modo, siempre se podría alegar que hubo aquellos en el país que apoyaron la causa del bando ganador. La excepción quizá fue el partido comunista de Indochina, el cual se pudo enfrentar a la semi-alianza franco-japonesa sin las ambivalencias naturales que se daban en regiones en las que la lucha anti-japonesa implicaría también atacar autoridades ‘nacionales’, por muy pro-japonesas que estas fueran.
Nuevamente, todo depende de la región específica de la que se esté hablando.
Un estudio comparativo entre el impacto sobre las colonias de la invasión napoleónica a España y el de la invasión japonesa a las colonias mismas está por hacerse. ¿Qué diferencias o semejanzas con América Latina hubo en las reacciones de las élites locales al recibir las noticias de las invasiones de las metrópolis? ¿Se puede atribuir la relativa ausencia de alzamientos en Indonesia solo al fracaso del alzamiento del partido comunista de 1926-27 ? ¿Se puede hacer una comparación entre el fidelismo de parte de la élite filipina hacia Estados Unidos con el de la élite limeña? ¿O se solo la promesa de independencia para 1946 lo que hace la diferencia? Todas estas son preguntas que podrían desembocar en provocativos ensayos que echarían luces sobre los procesos ocurridos en ambas regiones.
Finalmente me queda comentar la alegría que me dio el que el auditorio Jinnai del Centro Cultural Peruano-Japonés se hubiera llenado aquella noche. Asimismo, tuve el gusto de poder conocer a varios jóvenes académicos interesados en estudiar Asia directamente. En ese sentido, las perspectivas futuras del Perú como centro para el estudio de Asia parecen halagüeñas.