El espectro del autoritarismo en Indonesia
En un contexto en el que el movimiento político heredero del autoritarismo de la década de 1990 ha ‘jalado’ a Hernando de Soto -asesor del dictador indonesio Suharto- y ha empezado a movilizar fuerzas de choque en uniformes militares -similares a los paramilitares de la Pemuda Pancasila-, es pertinente enterarnos de la política de este país del Sudeste Asiático. El autor invitado Benjamin Moseley nos trae este artículo.
En julio de 2014, la república de Indonesia pasó por una de los más elecciones presidenciales más emocionantes y desgarradoras en su corta historia democrática tras la renuncia de Suharto -el excesivamente corrupto y autoritario segundo presidente del país- en 1998. En una elección altamente polarizada, los votantes indonesios tuvieron que escoger entre Joko Widodo (conocido popularmente como Jokowi), un outsider sumamente popular y gobernador de Jakarta, y un exgeneral y exyerno de Suharto, Prabowo Subianto. Tal selección de candidatos no resultaría demasiado fuera de lugar en la mayoría de democracias, incluyendo aquellas de Europa y Estados Unidos, donde las dinastías políticas y debates en torno a los políticos tradicionales vs. los outsiders influencian el curso de muchas elecciones. Sin embargo, la retórica empleada por estos candidatos ilustró una profunda división dentro de la visión indonesia respecto del futuro de su nación. Específicamente, para muchos indonesios, Jokowi representaba un orden político más nuevo y más democrático, mientras que los discursos y pompa militar de Prabowo evocaban la supuesta estabilidad y virilidad del régimen de Suharto. Al final, en una elección en la que votaron casi 70% de los electores hábiles -un gran logro en un país con más de 250 millones de personas- Jokowi ganó con 53% de los votos frente al 47% de Prabowo. No obstante, el casi éxito de la campaña de Probowo nos hace preguntarnos: ¿por qué querría casi la mitad de la población de Indonesia regresar al autoritarismo de Suharto?
Entre 1966 y 1998, Suharto gobernó Indonesia por medio de una combinación de represión militar, autoritarismo y manipulación de partidos políticos y organizaciones socio-religiosas con el fin de establecer uno de los regímenes más corruptos del mundo moderno, al cual denominó el “Nuevo Orden”. Mas, considerando cómo llegó Suharto al poder, la ‘mano dura’ del gobierno de Suharto no debería resultar sorprendente. El régimen nació como resultado de una de las más caóticas secuencias de golpes, contragolpes y masacres del siglo 20. En 1965, tras un fallido golpe de estado posiblemente izquierdista o comunista (el cual quizás fue a su vez provocado por rumores de un inminente golpe de derecha), las fuerzas armadas indonesias, lideradas por el general Suharto, tomaron el poder y desencadenaron una brutal ola de violencia en masa que duró desde 1965 hasta 1966, que resultó en la muerte de 500,000 a 1,500,000 personas acusadas de ser comunistas o simpatizantes comunistas. Pueblos enteros fueron destruidos, parientes de los supuestos comunistas fueron o bien asesinados o bien puestos en listas negras para que no trabajaran en puestos públicos por el resto de sus vidas, y el partido comunista de Indonesia, el tercer partido comunista más grande del mundo, fue violentamente desmantelado. Como sería de esperar, tras este terrorífico acontecimiento, Suharto se estableció firmemente a sí mismo como el líder político de Indonesia, oficialmente asumiendo el título de presidente en 1967 tras marginar al izquierdista, antiimperialista y populista primer presidente, Sukarno.
Tras el caos de 1965-66, Suharto actuó rápidamente para estabilizar el país, tanto en lo político como en lo económico. A diferencia de su predecesor, Suharto aceptó reformas de libre mercado, privatización e inversión extranjera, trayendo a un equipo de economistas indonesios educados en Estados Unidos, conocidos como la ‘mafia de Berkeley’ (algo como los ‘Chicago Boys’ de Pinochet), que redujeron la inflación de 660% en 1966 a 19% en 1969. Asimismo, acuerdos con el gobierno de Estados Unidos llevaron a la distribución de ayuda de USAID, la cual alivió la hambruna de muchos indonesios. No obstante, si bien estas políticas trajeron gran crecimiento económico y relativa estabilidad, el gobierno de Suharto se volvió uno de los regímenes más corruptos del mundo. Al controlar las empresas estatales, malversar fondos públicos y ocultar dinero en las cuentas de aliados políticos y parientes, Suharto pudo amasar una fortuna enorme. Transparencia Internacional ha estimado que Suharto malversó unos 15-35 mil millones de dólares durante su gobierno, con lo cual se volvió el gobernante más corrupto del mundo en la historia moderna.
Junto a la rampante corrupción, la represión del régimen fue también una fuente constante de descontento para muchos críticos del régimen de Suharto. Bajo Suharto, el gobierno promovió y muchas veces utilizó pandillas de matones para intimidar o perseguir amenazas percibidas al orden social, político y económico del Nuevo Orden. Pequeños empresarios, campesinos o líderes religiosos fueron atacados frecuentemente por tales pandillas. Una escena del controversial libro de la autora indonesia Ayu Utami, Saman, me viene a la mente. Una comunidad rural pobre en la provincia indonesia de Sumatra meridional empieza a protestar la expansión de plantaciones de palma aceitera, y son atacados y torturados por matones apoyados por el gobierno. Infortunadamente, hechos similares fueron frecuentes bajo el Nuevo Orden. Una de tales pandillas, Pemuda Pancasila, y el continuado apoyo que recibe del actual gobierno indonesio, fue el tema del controvertido documental de Joshua Oppenheimer sobre las purgas anti-comunistas de 1965-66, The Act of Killing. Durante las masacres de 1965-66, si bien las fuerzas armadas indonesias se esforzaron en evitar estar involucradas directamente en las masacres, Suharto y su camarilla promovieron y utilizaron fuerzas paramilitares leales, tales como la Pemuda Pancasila, para cometer tales atrocidades. Este método de utilizar pandillas de matones se volvió una marca distintiva del régimen del Nuevo Orden.
Así como muchos países con un pasado autoritario, el legado del régimen de 31 años de Suharto es problemático para Indonesia. Así como Ferdinand Marcos en las Filipinas, Augusto Pinochet in Chile (y obviamente, Alberto Fujimori en el Perú), la mera mención del nombre de Suharto puede provocar una amplia gama de respuestas que van de la adoración al repudio. Bajo su administración, Suharto estableció un gobierno altamente centralizado y militarizado que supervisó un significativo crecimiento económico y mejoras en los estándares de vida, mientras que emprendía desvergonzadamente una corrupción extrema y recurría a represión militar violenta. En su intento por tomar la presidencia en las elecciones presidenciales de 2014, Prabowo Subianto apeló a estas memorias de estabilidad y fuerza del Nuevo Orden. Sin embargo, sus esfuerzos al final fueron infructuosos. Parece que los esfuerzos de los que estaban listos para regresar a los días del Nuevo Orden no bastaron.
Benjamin Moseley está culminando la maestría de Estudios del Sudeste Asiático en la Universidad de Washington, donde se ha especializado en violencia religiosa en Indonesia en el siglo XX y XXI. En agosto iniciará estudios de doctorado en Historia en la Universidad de Hawaii-Manoa.