“Me fui hacia el molino viejo; el blanqueo de la pared parecía moverse, como las nubes que correteaban en las laderas del Chawala. Los eucaliptos de la huerta sonaban con ruido largo e intenso; sus sombras se tendían hasta el otro lado del río. Llegué al pie del molino, subí a la pared más alta y miré desde allí la cabeza del Chawala: el cerro, medio negro, recto, amenazaba caerse sobre los alfalfares de la hacienda. Daba miedo por las noches; los indios nunca lo miraban a esas horas y en las noches claras conversaban siempre dando las espaldas al cerro”.
(J. M. Arguedas, Warma kuyay, en: Breve Antología didáctica. Lima: Horizonte, 2005:33)
Casi siempre Arguedas menciona en sus obras que las casas, molinos y paredes parecieran moverse, sobretodo en las noches, en las que los sentidos se agudizan para percibir hasta la sonoridad de las plantas. Como si el mundo fuera distinto de día y de noche: un molino, que de día es espacio de luz y de trabajo para el sustento, en la noche adquiere movimiento y conduce, como las tantas otras paredes y casas, a la presencia imponente del cerro o apu, un personaje principal en la narrativa de Arguedas. Éste infunde temor y respeto pues es una divinidad cargada de misterio.
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