“Cuando yo y Pantaleoncha llegamos a la plaza, los corredores estaban todavía desiertos, todas las puertas cerradas, las esquinas de don Eustaquio y don Ramón sin gente. El pueblo silencioso, rodeado de cerros inmensos, en esa hora fría de la mañana, parecía triste.
-San Juan está muriendo. Dijo el cornetero-. La plaza es el corazón para el pueblo. Mira nomás nuestra plaza, es peor que puna. (J. M. Arguedas. Agua, en: Breve Antología didáctica.Lima: HORIZONTE, 2005: 11)
Me parece muy importante resaltar la frase: “la plaza es el corazón para el pueblo”. La plaza como escenario para diálogos, reflexiones y sucesos, está muy presente en las narraciones de Arguedas, precisamente por esto: por ser física y socialmente “el centro” de la vida de un pueblo. En muchas etapas del año el vacío en las plazas de las comunidades andinas puede dar la sensación de tratarse de un “pueblo fantasma” o un pueblo triste, sin vida. En un total contraste, las épocas festivas revisten a la plaza de adornos coloridos, música y vida religiosa, transformando completamente el espíritu del pueblo.
Desde el punto de vista material y arquitectónico, la plaza suele ser el termómetro de la modernidad o atraso de un pueblo; así, el vacío o la falta de pomposidad de su construcción ha solido significar “abandono” o lejanía, mientras que las replicas de los estilos de la urbe han solido significar “progreso” para el imaginario local y nacional.
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