“En medio del witron, Justina empezó otro canto (…) Los cholos se habían parado en círculo y Justina cantaba al medio. En el patio inmenso, inmóviles sobre el empedrado, los indios se veían como estacas de tender cueros. (…) los indios volvieron a zapatear en ronda. El charanguero daba vueltas alrededor del círculo, dando ánimos, gritando como potro enamorado”
(J. M. Arguedas. Warma kuyay, en: Breve Antología didáctica. Lima: HORIZONTE, 2005:34)
Más que ser sólo un espacio para el baile, el witron es un espacio para la liberación. Siempre los grupos oprimidos han encontrado a través del arte, especialmente en el baile y en el canto, la manera de expresar su alma no sólo individual sino colectiva. Este patio era un espacio para hacer catarsis y para la felicidad, a pesar de que la fiesta podía muchas veces acabar al ser descubiertos por el intimidante patrón, tal como ocurre en este relato. Arguedas nos muestra las diferentes facetas de la personalidad de los “indios”, como él los llama, tanto delante de los gamonales como en sus espacios colectivos íntimos. Con el buitrón como espacio “social”, Arguedas nos muestra que la lúdica en el mundo andino siempre está presente en las rondas musicales.