30 años esperaron las mujeres de Sepur Zarco para que sus victimarios fueran condenados. Tras ser esclavizadas y abusadas sexualmente en un destacamento militar, Guatemala reconoce esos crímenes que fueron ignorados hasta ahora.
Más de una decena de mujeres debieron esperar 34 años para este reconocimiento por parte del Estado. Detrás de la sentencia, sin embargo, hay una historia más profunda, de autoafirmación, un proceso mediante el cual Guatemala logró juzgar un delito que había sido excluido de las violaciones a Derechos Humanos luego de la firma de la paz.
No son las mujeres más débiles de Guatemala. Al contrario. Han tenido que pasar más de 30 años en un proceso (personal y colectivo) para ellas entender su silencio y entonces buscar la forma de destruirlo. Hoy han conseguido que su voz resuene, fuerte, en idioma q’eqchi’, frente al Tribunal A de Mayor Riesgo. Y su silencio, el que guardaron durante décadas, ahora es una sentencia.
Hay culpables. Hay condenas. El Ejército de Guatemala las hizo esclavas y abusó de ellas sexualmente a principios de los años 80, en el destacamento Sepur Zarco. La violencia sexual contra 15 mujeres q’eqchies fue juzgada y el exteniente Steelmer Reyes Girón, el máximo encargado de Sepur Zarco, ha sido condenado a 120 años de cárcel por delitos contra deberes de la humanidad en su forma de violencia y esclavitud sexual y múltiples asesinatos; y junto a él, el jefe de los comisionados militares, Heriberto Valdez Asij, deberá cumplir una condena de 240 años, por haber participado en la desaparición forzada de siete campesinos y la violación sexual —como delito de lesa humanidad— cometida contra las mujeres que sobrevivieron a Sepur Zarco.
Para las mujeres, para las abuelas de Sepur Zarco, el juicio ha sido una oportunidad de relatar lo que les ocurrió, porque antes —ni durante la firma de la paz en 1996, ni durante la elaboración de los informes de la verdad—, nadie les había preguntado sobre sus sufrimientos. Durante años, sus testimonios sirvieron para relatar lo que le había pasado a otros: torturas, masacres, desapariciones. Pero lo que había sucedido con ellas, la violencia sexual, la esclavitud, a pocos le importaba. Hace 20 años, en Guatemala, el delito de violencia sexual apenas fue reconocido.
“Su condición siempre fue en función de otros. Les preguntaban sobre los desaparecidos, los torturados, las masacres, pero nunca sobre ellas mismas y lo que les había ocurrido”, explica Amandine Fulchirone, investigadora principal de Tejidos que lleva el alma, un libro considerado el informe de la verdad sobre violencia sexual en Guatemala, publicado en 2011. Los testimonios de las mujeres de Sepur Zarco fueron parte de este informe, mucho antes de intentar un reclamo dentro del sistema de justicia. Mucho antes de una sentencia. Un trabajo que tomó diez años.
“Desde hace mucho tiempo estas mujeres pasaron de ser víctimas a ser personas capaces de reclamar un derecho, pero de eso pocos se dan cuenta por la forma en que han tenido que llegar a la Corte”, señala Fulchirone.
Dentro de la Sala de Vistas del Organismo Judicial, desde el primer día de debate todas ellas llegaron completamente cubiertas por un perraje. Ocultaron sus rostros, sus cuerpos y sus manos. Y de esa forma se mantuvieron estáticas durante 19 audiencias judiciales. A veces un ojo asomaba, sin mucho brillo, con algunos rasgos de expresión que apenas perceptibles, en otras ocasiones era un cabello cano el que escapaba del rebozo.
Minutos después de escuchar la sentencia del Tribunal A de Mayor Riesgo en contra del teniente Reyes, el mismo que las forzó a trabajar en Sepur Zarco durante seis meses, el que permitió que fueran violadas por su tropa, las mujeres de Sepur Zarco, mostraron el rostro, debajo de sus perrajes sonreían y saludaban. “Nuestro corazón es Sepur Zarco”, respondía el público como solidaridad a las ancianas que eran resarcidas por la justicia.
“Ellas pidieron el rebozo. Es una medida de protección ante la mirada de los acusados que a veces es muy penetrante, cargada de odio. Ellas saben que es importante comprender que no son culpables. Y que este sentimiento transmitido a los culpables, son los que ahora sentirán vergüenza”, dice la sicóloga Maudi Patal, del equipo de Estudios Comunitarios y Acción Psicososial (ECAP) que ha acompañado a las víctimas.
Para Fulchiorone, sin embargo, que hoy trabaja con mujeres víctimas de violencia sexual en Colombia, las mujeres que ha visto a lo largo del juicio de Sepur Zarco no son las mismas que ella recuerda cuando las conoció: fuertes, que no necesitaban ocultarse para hablar, o esconderse para nombrar lo que les ocurrió. Es a estas últimas, a las fuertes, y no a las que han ocultado su rostro dentro de la Corte, a las que Fulchirone quiere que todos miren ahí en Tribunales. Porque “detrás de los perrajes de Sepur Zarco —el chal tejido de colores vistosos, el símbolo de este caso, el rasgo que ha cubierto el rostro de las mujeres— la historia es mucho más profunda y compleja y describe a Guatemala como un conjunto de contradicciones”.
Hay también —implícito y explícito— un significado de lo que implica ser mujer en Guatemala, para las mestizas de la ciudad, las indígenas de todo el país, y sobre todo para aquellas que en el caso de Sepur Zarco vienen desde el Valle del Polochic. “Explica ser mujer durante el conflicto armado interno, antes de él y después de él”, dice la investigadora.
Además, se trata de la representación de la ruptura de un contexto comunitario. El recuerdo: la culpa. El testimonio: el susto. La violación sexual: el abuso. Pero también, debajo de los rostros cubiertos de Sepur Zarco, como dice Yolanda Aguilar, excoordinadora del Consorcio de Víctimas de Violencia Sexual Actoras de Cambio, está presente la sanación. Aguilar acompañó a las mujeres de Sepur Zarco durante casi cinco años, en un proceso “más político que jurídico” para reconocer la violencia sexual que se había cometido en contra de ellas.
Lo político, para construir personas con capacidad de reclamar derechos. Y ahora, tras una sentencia, lo jurídico: que implicó denunciar y esperar a que el sistema de justicia se activara. “Quizás como el complemento necesario que para algunas de estas mujeres hacía falta”, indica Aguilar.
CUANDO LA VIOLENCIA SEXUAL DE LA GUERRA NO ERA DELITO
Luego de la firma de la paz en Guatemala, el delito de violencia sexual era algo incómodo para la agenda y los acuerdos políticos entre el gobierno y la guerrilla. Las violaciones de mujeres durante la guerra simplemente fue obviado, como casi todo en cuestiones de justicia transicional: no hubo acuerdo sobre lo que no y lo que sí se podría juzgar. Nadie intentó sistematizar los casos de violencia contra las mujeres como algo prioritario. Tampoco preguntar en las comunidades. Era un silencio que se sumaba al gran silencio de la guerra.
“Hay que entender el contexto de esos años. Se empezaba, poco a poco, a hablar de lo que había sucedido. Se rompía el silencio sobre la guerra y era importante, pero había silencios más incómodos, como la violencia sexual”, dice Yolanda Aguilar.
La jueza Yassmín Barrios lo explicaba durante su veredicto: “Durante muchos años estas mujeres trabajaron para romper el silencio y buscar justicia”.
Es esta la historia detrás de los perrajes de Sepur Zarco: mujeres que han recorrido un camino largo hasta reconocerse como sujetas de derecho. Antes de pedir un juicio, las mujeres del Valle de Polochic enfrentaron su silencio. “El fortalecimiento de sus capacidades desencadenó un proceso de autovaloración y autoafirmación, que a su vez desembocó en una mayor autonomía”, explica Fulchirone.
Les permitió nombrar y tomar conciencia que la violencia sexual no fue un acto normal y poco importante, sino que fue un acto cruel e injusto que atentó contra sus vidas y dignidad. Dentro de los tribunales de justicia, frente a los acusados, fue lo que reclamaron. Detrás de sus perrajes, su risa, sus saludos frente a la multitud, las mujeres de Sepur Zarco ya no eran víctimas sino mujeres con derechos. “Los juzgadores consideramos que delitos de esta naturaleza no deben volverse a repetir nunca más”, sentenció Yassmín Barrios.■
FUENTE: Resumen del artículo «La justicia de los perrajes», reportaje de © Oswaldo J. Hernández, publicado en el portal Web Plaza Pública el 27/Feb/2016.
EDICIÓN: Francisco Córdova Sánchez