Gases de invernaderos (y 3)

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Inventados por químicos de la general motors en 1928, las propiedades de los clorofuorocarbonos resultaron en extremo favorables: ni envenenan, ni huelen, ni manchan, ni arden y además esquivan tan bien los ataques de otros elementos químicos que resultan muy estables. estas propiedades tan suyas los hacen ideales en muchas aplicaciones.

Por Dinápolis Soto Bello / El Caribe

Domingo 16 de noviembre del 2008 actualizado a las 2:47 AM

Fuente: http://www.elcaribecdn.com/articulo_caribe.aspx?id=192810&guid=CBA7AA298C2843E5967DF9A81D899A57&Seccion=3
Los clorofluorocarbonos (CFC’s), son una familia de gases cuyas moléculas están formadas por átomos de carbono, flúor y cloro, denotadas CFC-11, CFC-12, CFC-13, CFC-113, CFC-114, CFC-115. La CFC-13, por ejemplo, está constituida por 1 átomo de carbono, 3 de flúor y 3 de cloro.

Inventados por químicos de la General Motors en 1928, sus propiedades resultaron en extremo favorables: ni envenenan, ni huelen, ni manchan, ni arden y, además, esquivan tan bien los ataques de otros elementos químicos que resultan muy estables.

Estas propiedades tan suyas los hacen ideales en muchas aplicaciones: se utilizan como propulsores en los “sprays” (desodorantes, pinturas, etc.), como agentes sopladores de espumas plásticas, como enfriadores en los sistemas de refrigeración por sus propiedades conductoras (neveras, cuartos fríos), en extintores de incendios, en disolventes de limpieza, etc.)

Si no escaparan por fugas a la atmósfera durante su uso, los efectos de esos gases sobre la salud humana y planetaria serían nulos.

Pero una vez que escapan, producen en los humanos, dependiendo del clorofluorocarbono, mareos, quemaduras en la piel, dificultades respiratorias y taquicardias, entre otras cosas, y, además, aunque pesan más que el aire, comienzan a ascender en la atmósfera porque la cinética de los vientos impiden que se depositen en el suelo.

Así, pues, cuando se pincha el congelador de la nevera o rociamos los sobacos con desodorante atomizador, o apagamos un incendio con un extintor, el CFC liberado emprende el viaje a la alta atmósfera. Llega a la estratosfera (entre 11 y 48 kilómetros desde el suelo) en unos 7 años (más o menos), logrando sobrevivir tanto tiempo gracias a su estabilidad.

Pero en esa región, donde permanece unos 100 años, entra en contacto con la colonia molecular ozónica, tan bienhechora para nosotros, y la ataca con feroz inmisericordia con átomos de cloro liberados por acción fotoquímica de la luz ultravioleta sobre la molécula de CFC.

En la reacción fotoquímica, la radiación ultravioleta (UV) desprende un átomo de cloro de, por ejemplo, una molécula de CFC que denotaremos CFC-X (CFC-X + UV => CFC-X + Cl); este átomo de cloro (Cl) se asocia con una molécula de ozono (O3) para producir monóxido de cloro (ClO) y una molécula de oxígeno (Cl + O3 => ClO + O2) y el monóxido de cloro se acopla a un átomo de oxígeno (O) para producir un átomo de cloro y una molécula de oxígeno (ClO + O =>Cl + O2) Fíjese el lector que ese átomo de cloro recomienza el ciclo de destrucción del ozono, lo que hace tan mortífera la falange clorofluorocarbónica, a tal punto que se ha calculado que un solo átomo de cloro aniquila ¡treinta mil de ozono!

Como ves, amigo lector, los CFC causan un daño doble: calientan la Tierra por efecto invernadero y debilitan la ozonósfera, lo que se hizo de conocimiento público alrededor de 1980, generando tal preocupación que en 1987 el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) convocó a una reunión internacional, en Montreal, Canadá, a las naciones de la Unión Europea y a otras 29 más, y en ella que se redactó el histórico Protocolo de Montreal con el fin de controlar la emisión de CFC a la atmósfera, hasta su eliminación definitiva en el 2010.

El contenido atmosférico de CFC experimentó un aumento constante de 1960 a 1995 CFC, con un pico cerca de 0.737 ppmv en este último año (IPCC, 2001), a partir del cual esa concentración ha ido disminuyendo por las medidas de reducción de emisiones de ese gas que han aplicado las naciones signatarias del Protocolo mencionado en el párrafo precedente.

“¡Qué bueno saber que esa cantidad es tan pequeña comparada con las de los otros termogases!”, quizá digas, amigo lector.

Pero esa pequeñez contribuye mucho al efecto invernadero, por su eficiencia destructora del ozono, como vimos más arriba: ¡1 átomo de cloro hace desaparecer unos treinta mil de ozono! Semejante tasa de aniquilación da una idea del enorme daño que los CFC producen en la capa de ozono, contribuyendo a su adelgazamiento progresivo, de manera que a mayor adelgazamiento, mayor cantidad de radiación ultravioleta deja pasar hacia el suelo, con graves consecuencias en la biosfera: En humanos y animales: afecciones oculares, debilitamiento del sistema inmunitario y cánceres cutáneos. En plantas: disminución del tamaño de las hojas y pérdida de capacidad para realizar la fotosíntesis.

En el fitoplancton, lentificación locomotora y disminución de su reacción a la fotoexcitación. En el zooplancton, descenso de reproducción biológica y mortandad ultravioleta, si se me permite la expresión.

En la región meridional de Chile, por ejemplo, la situación es tan alarmante que los rayos ultravioletas están cegando a las ovejas, y los pastores las cuidan protegiéndose de aquellos rayos con anchos sombreros y espejuelos oscuros.

Volviendo al efecto invernadero, ¿no te parece, amigo lector, que con tan poca cantidad de CFC en la atmósfera, menos de 0.737 ppmv en la actualidad (2008), no hay que preocuparse de sus emanaciones “calóricas”? Pues no, si tu respuesta es afirmativa.

Esto se aclara echando un vistazo al valor promedio del potencial de calentamiento global (PCG) de los CFC. Pues bien, ese valor es ¡8700! (IPCC, 2001) lo que significa, según un simple cálculo, que 0.044 ppmv de estos gases tienen la misma termopotencialidad de calentamiento que las actuales 380 ppmv de gas carbónico y, también, que la concentración de 0.737 ppmv de los CFC correspondientes al pico alcanzado por los CFC en 1995 calientan a la Tierra unas 516 veces más que la cantidad actual de CO2, suponiendo que todos los CFC estén presentes en esa cantidad, lo que no es así, pues esa concentración corresponde sólo a los CFC-11 y CFC-12.

Con razón bien justificada, desde diciembre del 1995 se ha prohibido en los EE.UU. la fabricación de los CFC, algunos de los cuales ya han sido reemplazados por otros gases con la misma función utilitaria, pero sin efectos planetarios dañinos.

En un estudio del IPCC (Intergovernmental Panel on Climate Change) cubriendo el período 1750-2000, se muestran las contribuciones de los principales gases de invernadero al calentamiento global: dióxido de carbono, 54%; metano, 18%; CFC11 + CFC12, 9%; Ozono troposférico, 13%; óxido nitroso, 6%.

Estos porcentajes relativos cambian con el tiempo, según las tasas de emisiones de los diferentes gases, los cuales, como ya hemos visto, se caracterizan por termoactividades diferentes, de modo tal que una reducida cantidad de gas con termoactividad alta, contribuye de manera importante al calentamiento de la Tierra.

Si estos gases que acabamos de mencionar, amigo lector, siguen aumentando en cantidad, las consecuencias para la vida en nuestro planeta serán terribles, como tantas veces se ha repetido.

Los síntomas fundamentan las preocupaciones, como esta última noticia de este mismo año 2008, según la cual científicos del Centro de Investigaciones Británicas en la Antártica han detectado, procesando datos recogidos por satélites, inestabilidades en masas de hielo en la zona Oeste de este continente, en una zona de glaciares tan grande como el estado norteamericano de Texas.

Desde hace unos diez años, tres enormes glaciares han estado perdiendo hielo, de modo tal que si el mayor de ellos, el de Pine Island, sigue sufriendo este deshielo, se calcula que su fusión elevaría el nivel del mar unos 25 centímetros (http://ekadantaom2.spaces.live.com)

Ya a finales de la penúltima década del siglo XX, el satélite meteorológico norteamericano Landsat detectó un iceberg gigantesco desprendido de la plataforma antártica, de 153 km de largo y 36 km de ancho y 400 metros de profundidad.

Su superficie de 5508 km2 era mayor que la de la isla de Martinica y equivalía a 2203 kilómetros cúbicos de agua dulce, suficiente para elevar un centímetro el nivel de todos los océanos.
Diinápoles Soto Bello es profesional de la física y la matemática

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Acerca de Cambio Climatico

Este blog nació bajo la idea de un grupo de profesores de la PUCP de distintas especilidades interesados en promover la problematica de cambio climatico que actualmente nos preocupa a todos. El objetivo del Blog es simple, difundir noticas nacionales e internaciones, investigaciones, articulos, etc, relacionados al tema, sin tratar de tomar parte de alguna posicion en particular, solo informar.

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