Como se sabe la municipalidad de Lima Metropolitana (LM) debe hacerse cargo de la educación de todos los niños y adolescentes de la ciudad, además de la que corresponde a los jóvenes que estudian carreras técnicas o de educación superior. Dicho de otra manera debe hacerse cargo de toda la educación, menos de la universitaria. Menudo problema.
Una primera revisión de los datos disponibles dice que hay que ampliar la cobertura para los niños de 3 y 4 años: se necesitan aproximadamente 2,500 nuevas aulas para atender a los casi 50 mil niños que hoy no asisten a educación inicial. Esta inversión podría reducirse en un 15% de lograr una mayor eficiencia educativa de modo que los niños no se retrasen (por ingreso tardío, o por repetición) en sus estudios; y este es el segundo problema el de la eficiencia educativa que afecta a los alumnos de primaria y de secundaria hasta el undécimo grado de la básica (la básica tiene 14 grados). La educación de los que están en los tres últimos años de su educación básica regular es de nuevo uno de cobertura, pero aquí faltan alumnos en las aulas por razones diferentes, no porque no haya infraestructura para ellos, sino porque abandonan sus estudios. Bien decía Villarán que el problema con los adolescentes es la deserción escolar, síntoma que muestra las enormes deficiencias del colegio frente a las expectativas y necesidades de los jóvenes y sus familias.
Este problema tiene además otros matices interesantes. 44% de la educación básica es privada. La privatización silenciosa de las últimas décadas debe ser estudiada con más cuidado, en general se trata de una migración en busca de mayor calidad, pero no sabemos en qué medida esto se consigue. El peor escenario es una polarización de modo que la educación pública tiene cada vez menos calidad respecto de la privada y al mismo tiempo atiende a los más pobres.
Los problemas de calidad atraviesan todo el sistema y una referencia que empuje hacia “arriba” puede ser la comparación entre los resultados de la educación pública y la privada. Pero no basta con mirarse el ombligo, es necesario compararse con otras regiones y con otros países, y para ello bastaría con participar en las iniciativas internacionales en curso promovidas por UNESCO y la OCDE.
Una mayor participación de los padres de familia en el financiamiento global de la educación de los niños de la ciudad puede verse como un beneficio aún cuando el presupuesto no aumente, lo que permite diseñar mejores estrategias de acción y mejorar las condiciones de trabajo docente. Esto sin embargo no debe ser escusa para no exigir un aumento del gasto educativo, que mínimamente debe alcanzar un per cápita de mil dólares en el más breve plazo posible. Estos incrementos a su vez no deben servir únicamente para mejorar salarios, sino que deben invertirse en programas de mejoramiento la calidad. Una meta en este sentido debe ser que para el bicentenario de la independencia Lima sea una de las tres ciudades con mejor educación básica de Latinoamérica.
FFR