Un recente artículo en El País sobre un libro que defiende la disciplina extrema con los niños ha suscitado un gran debate en EE UU.
Hace ya tiempo que los psicólogos cognitivos vienen trabajando sobre los estilos parentales y su influencia en el éxito educativo de sus hijos. Baumrind (1971), Erickson (1963), Flavell, J. H., Zhang, X. D., Jou, H., Dong, Q. y Qi, S. (1983); el trabajo de este último comparando China y EE.UU. se encuentra en Cognitive Psychology Volume 15, Issue 4, October 1983, Pages 459-466. Éstos estudios muestran que padres tanto los padres “democráticos”, como los “autoritarios”, suelen conseguir que sus hijos tengan resultados positivos en la escuela. Algo de esto se reproduce en el artículo que a continuación reproducimos.
“Le han llamado loca, monstruo e incluso ha recibido amenazas de muerte. En algunos programas de radio, los oyentes reclamaban que intervinieran las autoridades y que le quitaran la custodia de sus hijas. El tema de su libro se ha hecho recurrente en cenas, corrillos de café en oficinas y medios de comunicación de todo Estados Unidos y ha llegado, en mayor o menor medida, a buena parte de los países de Occidente.
Amy Chua ha calentado el frío invierno estadounidense con unas memorias -Himno de batalla de la madre tigre- sobre su creencia de que a los hijos hay que educarlos en una estricta disciplina que deja fuera cosas tan comunes y populares como que los niños se queden a dormir en casa de los amigos. Chua también considera que los pequeños no pueden ver la televisión, jugar en el ordenador o participar en las obras de teatro del colegio. Tampoco pueden tener notas inferiores al sobresaliente. Y deben tocar el piano o el violín. Cualquier otro instrumento no es una opción; solo el piano y el violín forjan carácter.
Casada con un norteamericano, Chua es hija de inmigrantes chinos nacida en EE UU y profesora de Derecho en la Universidad de Yale. En el libro, la autora defiende el estilo estricto de las “madres chinas” sobre el, según ella, excesivamente sobreprotector de las madres “occidentales”.
¿Por qué se ha levantado tanta polémica con la revisión de una idea -la de la coerción y el autoritarismo como método educativo- tan antigua y, en la mayor parte de los países desarrollados, tan superada? Un claro factor parece ser la atracción de Occidente por Asia y, en especial, por China. “Existe hacia lo chino un imaginario paradójico: nos fascina y le tememos”, dice el profesor de Psicología Social de la Universidad de Valencia José Vicente Esteve.
De hecho, algunos analistas han apuntado que, en el fondo, la causa del revuelo es el pánico de los estadounidenses a ser devorados por el gran gigante chino, no solo económicamente, sino ‘también’ en la educación. A esa idea ayuda el recientemente publicado informe PISA de la OCDE -un macroexamen de lectura, matemáticas y ciencias a los alumnos de 15 años de 65 países del mundo-, en el que los alumnos de Shangái y Corea del Sur han obtenido los mejores resultados, incluso por encima del paradigma europeo de educación de calidad: Finlandia. “Está claro que a raíz del último informe PISA vamos a vivir en los próximos años un cambio en el referente educativo”, dice el presidente de la Confederación de Organizaciones de Psicopedagogía y Orientación de España, Juan Antonio Planas.
Pero quizá la clave de la gran polvareda levantada es que, a pesar de que la mayoría de los especialistas rechazan de plano sus recetas, quizá Chuan tenga parte de razón en sus críticas. “Se está viendo que una sociedad tan permisiva y sobreprotectora está generando personas inmaduras emocionalmente. Pero en educación los extremos nunca son buenos. Ni este tipo de educación espartana como el de la madre tigre ni la excesiva permisividad son buenos referentes”, añade Planas.
“Ciertamente, en el modelo (hablando de generalidades) occidental, sobre todo el de algunos estereotipos norteamericanos, los adultos parecen exhibir una inseguridad y una ansiedad que efectivamente no es beneficiosa para la educación ni familiar ni escolar”, señala la profesora de Psicología de la Universidad de Córdoba Rosario Ortega, que rechaza, en cualquier caso, las ideas de Chua, las cuales llega a calificar de “aberrantes” y como “una sarta de barbaridades”.
El hecho es que David Brooks, columnista del diario The New York Times, escribía que son legión quienes ven a Amy Chua como “una amenaza para la sociedad” norteamericana. Y que la revista Time dedicó la portada de su último número de enero a Chua, la madre tigre que ruge sobre las consciencias de los padres norteamericanos que llevan décadas creyendo en las bondades de educar a sus hijos en la autoestima por encima de los logros.
“La práctica tenaz es crucial para conseguir la excelencia”, explica Chua en su libro. “La repetición rutinaria está mal vista en EE UU”, dice, “las familias occidentales se preocupan más por la autoestima de los niños que por su esfuerzo personal”. Al sociólogo de la Universidad Complutense Mariano Fernández Enguita, esa idea es la que más le interesa del debate: ¿Es necesaria la autoestima para conseguir algo o hace falta conseguirlo para tener autoestima? “Probablemente sean las dos cosas, una relación circular, pero no cabe duda de que cierto pedagogismo occidental ha llevado las cosas al extremo”, señala.
Para Chua existen las madres occidentales y las madres chinas. Una madre occidental le dirá a su hijo que ha hecho algo muy bien la primera vez que lo haga y el niño perderá todo interés por volver a repetirlo, según la autora. Una madre china sabe que nada resulta divertido hasta que “se domina”. “Hay que trabajar duro”, expone Chua. “Y los niños nunca quieren trabajar, por eso tenemos que decidir por ellos”. Inteligente, con cierto sentido del humor, explica que su objetivo final no era caerles “bien” a sus hijas, sino hacer de ellas seres capaces de enfrentarse al mundo, competitivo y cruel como es.
El temor que expresa la profesora de Yale es el de que las generaciones posteriores a los padres chinos que hicieron el duro trabajo de emigrar y hacerse un hueco en la sociedad norteamericana se acomoden y acaben fracasando. Chua habla de fracaso material, no fracaso emocional, aunque reconoce en sus memorias que hubo un momento en que se dio cuenta de que si continuaba presionando a su hija pequeña de la manera en la que lo estaba haciendo la perdería. Lulu llegó a cortarse ella misma el pelo ante la negativa de su madre de llevarla a una peluquería porque lo que debía de hacer era practicar y practicar con el violín.
Fernández Enguita le quita importancia a la polémica generada por un texto que “tiene mucho de (auto)parodia”, opina. “A lo largo del libro resulta difícil saber cuándo está orgullosa de su carácter de estricta gobernanta y cuándo se burla y se expone a sí misma como una exageración. Creo que es simplemente un alegato en defensa de que las estrictas madres chinas no quieren a sus hijos menos que las complacientes madres anglosajonas y de que hay otras maneras de educar que la que se ha impuesto en el discurso pedagógico, psicopedagógico y hasta popular en el occidente desarrollado”, añade.
Pero tanto Esteve como Ortega insisten en advertir en contra de discursos como el de Chua. Ya que no solo se trata de lo bien o mal que cada uno vea sacrificar el bienestar o la felicidad de los hijos para asegurarles un futuro mejor, sino que, además, la eficacia de esos métodos para alcanzar esos objetivos también es muy cuestionable.
“El control, la presión y el castigo tienen efectos perversos porque no dejan la posibilidad de experimentar y gestionar por sí mismos áreas esenciales para una vida plena, satisfactoria y feliz. Además, generan resentimiento y no aseguran que cuando las condiciones de vigilancia no estén presentes, la conducta castigada no aparezca. Los niños aprenden a simular un comportamiento correcto para que el castigo no les alcance. Como el miedo y el conformismo no les permiten expresar sus intereses y necesidades, llegan a la madurez con carencias importantes que pueden arrastrarlos a la ansiedad y a la depresión o a estallidos violentos”, asegura el profesor Esteve. “La educación requiere que los adultos próximos estén cerca de los niños, les den su apoyo y confianza, que crean en ellos, y dulcemente (no violentamente) sostengan sus criterios y su confianza en ellos”, añade Ortega.
Chua estuvo presente en el último foro de Davos, algo que debe a la polémica suscitada por la publicación de su libro, agotado en casi todas las librerías de Washington. Allí tuvo un cara a cara con Larry Summers, hasta hace unos meses asesor económico de Barack Obama y hoy de vuelta en su cátedra en Harvard. Durante el encuentro -relatado por el diario The Wall Street Journal, que fue quien primero publicó el extracto del libro de Chua y abrió la caja de los truenos- Summers le dijo a Chua que quizá debería de reconsiderar su veneración por los logros académicos. “¿Quiénes son los dos estudiantes de Harvard que más han transformado el mundo en los últimos 25 años?”, se preguntó Summers. “Porque ni Bill Gates [fundador de Microsoft] ni Mark Zuzkerberg acabaron sus estudios universitarios”.”