Para el filósofo Onfray preservar la diversidad de lenguas es un disparate. Detrás de la defensa de las lenguas regional se esconde el caballo de Troya de la xenofobia, señala. Una lengua obedece a necesidades relativas a una configuración temporal y geográfica, cuando estas necesidades desaparecen, la lengua muere. Resucitarla equivale a reintroducir a los dinosaurios.
Tampoco se trata -dice Onfray- de considerar la inglés desfigurado que se habla en los aeropuertos de todo el mundo como la nueva lengua Adámica, que después de todo responde a las configuraciones imperiales. Él propone recuperar la utopía del esperanto como lengua universal. Una paz duradera requiere de que nos entendamos. (Ver artículo “Les deux bouts de la langue”)
A esto le responde François Viangalli en otro artículo de Le Monde, diciéndole que no sabe nada de lingüística, que Onfray no reconoce lo que la historia demuestra. Que es posible rescatar una lengua, como ocurrió con el catalán, o incluso resucitarla como en el caso del hebreo, entre otros casos. Y más aún, dice Viangalli, resulta que el esperanto es una propuesta de lengua auxiliar y no universal como nos dice Onfray.
¿Es este un pelito de tribus disciplinares? ¿No será que ambos tienen razón y están hablando sin entenderse? Quizá Baricco tenga razón cuando dice que el problema de Babel no fue tener muchas palabras para decir “caballo”, sino que la misma significaba algo distinto para cada uno.