Reino solidario
4:00 p m| 25 nov 14 (MENSAJE/BV).- La solidaridad con el marginado es la prueba de fuego para un discípulo de Jesús. Sabiendo eso, la Iglesia igual prioriza el protocolo ¿Para qué? A Cristo no le interesa la puntualidad ni los modales. No pregunta por la forma de vestirse ni por la manera de hablar. No le importan los procedimientos parroquiales. No le urge el rigor del derecho sacramental, ni el ayuno cuaresmal ni la asistencia al culto. Son medios, no fines.
Nathan Stone reflexiona sobre el mensaje de Cristo acerca del Reino de Dios y observa cómo en la Iglesia muchas veces parecemos olvidar sus palabras y hechos, que resaltan, antes que detalles periféricos y estructuras diseñadas por el hombre, una actitud solidaria.
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El Rey del Universo no va a preguntar si se sabe los mandamientos, los siete dones y las catorce plagas. No le importa la hipocresía institucional ni las gauchadas a los amigos. El Reino no es un favor concedido. Es la herencia de los solidarios.
Los administradores de la gracia se obsesionan con los detalles periféricos. Hemos creado una religión complicada que en nada se parece al Reino que Jesús proclamó sanando a los enfermos, alimentando a los hambrientos e incluyendo a los extranjeros. Hemos inventado un ritual tramposo para pillar a los desafortunados y arrojarlos fuera. Hemos transformado la solidaridad con el necesitado en una actividad ocasional para el provecho espiritual de la vanguardia. Nada que ver. En el Reino, la solidaridad es la vida.
La compasión del cristiano es misionera. El proselitismo doctrinal de la televisión católica ensordece. Una Iglesia que existe para amar a los abandonados es el mejor testimonio. El Papa Francisco sueña con una opción misionera capaz de transformar costumbres, estilos, horarios, lenguaje y estructura (Evangelii Gaudium 27). ¿Es solo un sueño? O, ¿se hace realidad?
La catequesis de primera comunión es, para muchos, la única instrucción en la fe que reciben en la vida. Les pasan los mandamientos como diciendo estos son los motivos para los cuales el Todopoderoso te va a mandar al infierno. Cuando eso queda claro, empiezan a ensayar para la ceremonia. Filas rectas y silencio, lo mínimo para la salvación. El amor ni se menciona.
Por eso, la primera comunión suele ser la última. Si vuelven para la confirmación, tienen que memorizar los siete dones, aprender a gritar Amén cuando el obispo les habla. ¿En qué momento se conoce el evangelio? ¿Cuándo se ofrece la iniciación en las ciencias solidarias? Si la comunidad no da frutos de compasión práctica, no es cristiana. Nos desgastamos en protocolo y superstición. Nos falta mucho para entrar en el Reino de Dios.
Debemos formar a los jóvenes para dar pan al hambriento y vestir al desnudo. Pero nos quedamos sentados esperando que otro lo haga. El católico no visita a los presos. No defiende sus derechos ni apoya su rehabilitación. Se alegra por la desgracia del encarcelado, creyendo que así se asegura la seguridad ciudadana.
Hemos neutralizado la compasión cristiana con exclusividad moralizante. Los movimientos que se dedican a formar círculos cerrados, cantando Señor, ¿quién puede entrar?
La solidaridad no es selectiva. El cristiano no escoge a quién amar. No juzga quién merece el amor incondicional. El discípulo de Jesús no pasa por el mundo especulando sobre quién ha sido realmente llamado a conocer la compasión infinita, y quién debe continuar abandonado al borde del camino. Eso es de los fariseos y maestros de la ley.
Gente para participar en liturgias y procesiones tenemos miles. A la hora de atender a las personas en situación de calle, los discípulos se cuentan con los dedos de una mano. Para cantar en la misa y leer las lecturas, no hay problema. Para visitar el hospital, nadie tiene tiempo.
La Iglesia solidaria de Puebla y Medellín quedó en el pasado. Nos hemos recaído en la antigua fórmula preconciliar: liturgia y catequesis, para expiar pecados y pedir favores. No es lo que Cristo enseñó. No es la auténtica tradición del evangelio.
Si existen injusticias, que el gobierno se encargue, porque la Iglesia está preocupada del pan de los ángeles. Los ángeles no comen pan, y Cristo entregó su cuerpo a la gente de carne y hueso. La eucaristía es una burla si excluimos a los marginados. Con un tercio del esfuerzo desgastado en el culto y el protocolo, se transformaría el mundo. Pero, para eso, no hay tiempo.
El pobre es Cristo. El más insignificante, el que menos merece, el que no tiene como devolverte ningún favor, el que puede arruinar tu prestigio por asociarte con él; ahí está la prueba de vida nueva, vida resucitada, vida del Espíritu Santo en el corazón del discípulo.
El cristiano auténtico da testimonio activo del amor solidario que arde en su pecho. Así, da gloria al Rey Universal. Quienes aman como Cristo amó ya entraron en el Reino. Los sacramentos existen para dar fuerza. Las oraciones sirven para pedir ayuda. La comunidad da apoyo. Pero el objetivo es aprender a amar así.
Fuente:
Texto publicado en la revista Mensaje